Banksy, el grafitero antisistema, entra en un palacio de Roma
'Guerra, capitalismo y libertad' re¨²ne 150 obras en la mayor exposici¨®n en un museo o galer¨ªa del creador callejero y reaviva el debate sobre la mercantilizaci¨®n de su arte
Est¨¢n los viejos aerosoles tiritando bajo el polvo. Unas 150 obras de Banksy, el enigm¨¢tico dibujante callejero, aquel cuyo rostro y verdadera identidad siguen siendo un misterio, yacen expuestas en un museo del centro de Roma, entre los palacios del poder y de la moda, protegidas por un arco de seguridad a prueba de grafiteros descontentos con la deriva mercantilista de un arte nacido para protestar desde los muros desconchados de f¨¢bricas abandonadas. La exposici¨®n, titulada Guerra, capitalismo y libertad, es la mayor organizada hasta el momento del artista surgido en Bristol en los a?os 80, y re¨²ne algunas de sus piezas m¨¢s conocidas ¨Cla ni?a con el globo en forma de coraz¨®n o la del manifestante encapuchado arrojando un ramo de flores¡ª, procedentes de colecciones privadas, ninguna arrancada de las paredes. A la pregunta de si Banksy, quien quiera que sea, ha participado o est¨¢ al tanto de la exposici¨®n que, desde ayer y hasta el 4 de septiembre, permanecer¨¢ abierta en el palacio Cipolla (V¨ªa del Corso, 320), uno de los comisarios responde: ¡°No puedo responder a esa pregunta¡±.
El mundo del arte est¨¢ lleno de fantasmas, pero ninguno con el pedigr¨ª de Banksy. A la calidad de sus obras y al compromiso de sus argumentos, se une el gran misterio que envuelve su identidad y que hace un par de meses intent¨® desvelar la Universidad Queen Mary de Londres. Seg¨²n el an¨¢lisis realizado con t¨¦cnicas policiales de m¨¢s de 140 lugares en los que Banksy dej¨® alguna de sus obras, los investigadores llegaron a la conclusi¨®n de que se trata de un ingl¨¦s de 42 a?os llamado Robin Gunningham, pero no pudieron dar con ¨¦l. ¡°?Te imaginas que est¨¦ por aqu¨ª? Puede ser cualquiera de nosotros¡±, se pregunta con guasa Filippo, un romano de 28 a?os que acaba de pagar los ocho euros de la tarifa reducida de la entrada para contemplar la obra de quien durante a?os fue un h¨¦roe a imitar. ?Ya no? Se piensa la respuesta. ¡°Ya no tanto¡±, concluye, ¡°es un debate que surge a menudo entre quienes tambi¨¦n nos dedicamos al grafiti, ya sea de vez en cuando, como es mi caso, o de una manera casi profesional, como Blu [uno de los grafiteros italianos m¨¢s conocidos]. Un grafiti dentro de un museo es como un le¨®n en la jaula de un zoo¡±.
Dice Filippo mientras pasea con un par de colegas por las inmaculadas salas de la exposici¨®n ¨Ccada una con su atento guarda de seguridad¡ª que los dibujos de Banksy, como el le¨®n cautivo, siguen manteniendo su belleza, pero han perdido su af¨¢n transgresor, la denuncia y el peligro, la adrenalina de la incursi¨®n nocturna y clandestina. Hasta los grafiteros espa?oles que entrevist¨® Arturo P¨¦rez-Reverte para escribir El francotirador paciente ten¨ªan claro que ¡°los verdaderos grafiteros no buscan exponer en galer¨ªa¡±. Despu¨¦s de haberlo admirado tanto, despreciaban que se hubiese vendido a ¡°marchantes poderosos, a casas de subastas, a cr¨ªticos de arte absolutamente venales que participan de los beneficios del sistema¡±, seg¨²n declar¨® en su d¨ªa el veterano corresponsal de guerra.
?Es Banksy un vendido? Seg¨²n Acoris Andipa, un galerista londinense especializado en su obra, ¡°a Banksy no le gusta la dimensi¨®n comercial de la circulaci¨®n de sus obras¡±. En una entrevista con el diario italiano Corriere della Sera, Andipa asegura que la muestra de Roma se ha organizado con la condici¨®n de que en el t¨ªtulo no figurara el nombre de Banksy para desposeerla en lo posible del ¡°sabor comercial¡±, pero lo cierto es que la exposici¨®n ¨Cdividida en tres materias, guerra, capitalismo y libertad¡ª no se diferencia de cualquier otra muestra convencional, incluida una tienda donde la mercadotecnia ha sabido domesticar aquellos primeros grafitis sobre los trenes y los muros de Bristol en camisetas y tazas para el desayuno. Seg¨²n Stefano Antonelli, uno de los comisarios de la muestra, el ¨¦xito de Banksy est¨¢ en la simplicidad de sus mensajes: ¡°La guerra es algo err¨®neo. El capitalismo sin ¨¢rbitros provoca grandes da?os y la libertad no es como la hab¨ªamos imaginado¡±
Vecino de Van Gogh y Vel¨¢zquez
Hace un par de meses, el grafitero italiano Blu, uno de los m¨¢s reconocidos del mundo y cuya identidad tambi¨¦n se desconoce, decidi¨® arrancar de las paredes de Bolonia algunos de sus murales para evitar que formaran parte de la exposici¨®n Street Art. Banksy&Co. El arte en estado urbano. Desde su portal de Internet, en el que figuran fotograf¨ªas de sus obras, explic¨® que algunos de sus colaboradores hab¨ªan vertido pintura gris sobre sus dibujos para evitar que se prestaran a "la grotesca paradoja que representa el arte callejero dentro de un museo".
Una frontera, la que separa la calle de los museos, que ya atraves¨® Banksy hace tiempo y que, pese a las cr¨ªticas de sus iguales, ha permitido que sus obras hayan llegado a cohabitar, por ejemplo, con las de Rembrandt y Van Gogh en el nuevo museo de arte moderno de ?msterdam.
Desde una perspectiva radical, la irrupci¨®n de Banksy en un palacio de Roma se puede ver como la capacidad del capitalismo de fagocitar las cr¨ªticas y convertirlas en productos de mercado. Pero tambi¨¦n como la posibilidad de atraer hacia los museos a un p¨²blico m¨¢s joven y despertar su curiosidad hacia el arte. Ahora en Roma es vecino de Vel¨¢zquez. En la misma v¨ªa del Corso, a solo unos metros del palacio Cipolla, se sit¨²a el de Doria Pamphili. En una de sus salas se encuentra el retrato de Inocencio X, que provoc¨® grandes colas cuando se expuso en el Museo del Prado y que aqu¨ª permanece solitario, casi olvidado, la mayor parte del d¨ªa.
Puestos a hablar de enigmas, no hay comparaci¨®n entre el que encierra la mirada que Vel¨¢zquez dibuj¨® en el rostro de Giovanni Battista Pamphili (1574-1655) y el que se esconde bajo el seud¨®nimo de Banksy. Cuando el Papa contempl¨® su rostro en el cuadro de Vel¨¢zquez, exclam¨®: ¡°?Demasiado verdadero!¡±.
Babelia
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