De la nada al todo
El bicentenario del Teatro Real original nos ha tra¨ªdo el regalo inesperado de poder admirar, deslumbrados ante su potencia dram¨¢tica y visual, esta ¨®pera de Sch?nberg
En un gesto mesi¨¢nico muy de su gusto, Gerard Mortier celebr¨® en 2012 el decimoquinto aniversario de la reconversi¨®n del Real como teatro de ¨®pera con una versi¨®n concertante de Mois¨¦s y Aar¨®n. Pareci¨® entonces que ello la condenar¨ªa a un segundo y largo ostracismo en una ciudad donde a¨²n no se hab¨ªa representado esc¨¦nicamente. Pero otra singular efem¨¦ride, la del bicentenario del Teatro Real original, nos ha tra¨ªdo el regalo inesperado de poder admirarla de nuevo, deslumbrados ante su potencia dram¨¢tica y ¨Cparad¨®jicamente¨C visual. Y de la nada dramat¨²rgica de entonces hemos pasado a la obra de arte total que nos plantea un hombre de teatro total, el italiano Romeo Castellucci, responsable ¨²nico de la escenograf¨ªa, el vestuario, la iluminaci¨®n y la direcci¨®n esc¨¦nica de una ¨®pera a la que nadie debe acudir esperando encontrar un mero entretenimiento, como tampoco lo fue para Sch?nberg componerla.
MOIS?S Y AAR?N
M¨²sica de Arnold Sch?nberg. Albert Dohmen y John Graham-Hall. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Direcci¨®n musical: Lothar Koenigs. Director de escena: Romeo Castellucci. Teatro Real, hasta el 17 de junio.
De hecho, tuvo veinte a?os para completarla, aunque en un contumaz ejercicio de procrastinaci¨®n, ampliamente documentado en cartas, escritos y solicitudes de becas, fue demorando la tarea y nunca la afront¨® con la determinaci¨®n que permiti¨® nacer a los dos primeros actos. Se vio frente a un callej¨®n sin salida, pero eso no le impidi¨® lograr, impelido por la misma fuerza que le har¨ªa abrazar en 1933 la religi¨®n de sus mayores debido al auge del nazismo, que ese torso incompleto convertido con ello en parte de su propio argumento entonara su verdadera profesi¨®n de fe ¨Ctambi¨¦n est¨¦tica¨C como compositor y como ser humano. Sch?nberg se sent¨ªa muy c¨®modo bajo la piel de un profeta, como atestigua una frase escrita dos a?os antes de su muerte, cuando viv¨ªa como una reliquia de la moderna vieja Europa en su exilio californiano: ¡°La segunda mitad de este siglo arruinar¨¢, al sobrevalorarme, todo lo bueno de m¨ª que la primera mitad, al infravalorarme, ha dejado intacto¡±. Ya hemos cambiado de siglo y por fin podemos admirar y valorar ¨Csin prefijos¨C una ¨®pera que tiene mucho de autorretrato ¨Cj¨¢nico: Sch?nberg es los dos hermanos a un tiempo¨C art¨ªstico, filos¨®fico y moral.
Moses und Aron se sustenta toda ella en una ¨²nica serie de 12 sonidos, 12 mandamientos en constante inversi¨®n y retrogradaci¨®n ¨Ccon frecuencia revestidos de una fuerte carga simb¨®lica o metaf¨®rica¨C que hacen las veces de ley mosaica de la composici¨®n. Y Castellucci refleja hasta el l¨ªmite su estructura bimembre al plantear un primer acto tras un velo blanquecino que, cual calima del desierto, se disipa en el segundo, donde pasamos de la ausencia de color a un negro que parece simbolizar la saturaci¨®n de todos los colores. La turbia neblina de las ideas, con esas palabras proyectadas cada vez m¨¢s velozmente hasta resultar ilegibles, da paso a los n¨ªtidos perfiles del mundo real, que irrumpen con la carnalidad ocre del toro y la corporeidad de la joven desnuda.
La imagen de Aar¨®n convertido en ¨ªdolo pagano con los desechos (la cinta de un viejo magnet¨®fono de bobinas) de la voz de Dios del comienzo de la ¨®pera es uno de los muchos puentes entre ambos actos. Todo nace de un texto que vivifican e iluminan por igual escena y m¨²sica, esta comandada con una autoridad impactante por Lothar Koenigs, que saca un rendimiento t¨ªmbrico de la orquesta pocas veces o¨ªdo en este teatro, am¨¦n de moverse como pez en el agua por los intrincados recovecos r¨ªtmicos y contrapunt¨ªsticos de la partitura. Y otro tanto cabe decir de la capital prestaci¨®n del coro, infinitamente superior a aquella r¨¦plica ad hoc que se publicit¨® como portentosa en 2012. A solo, en peque?os grupos, todos a una, suave o desaforadamente, el coro canta con desparpajo y una dicci¨®n di¨¢fana una parte larga y endiabladamente compleja.
El Mois¨¦s de Albert Dohmen ¨Cr¨ªgido, intransigente, fan¨¢tico, atenazado a la postre por sus propios grilletes¨C y el Aar¨®n de John Graham-Hall ¨Cpragm¨¢tico, flexible, oportunista, humano¨C son intachables en lo vocal y en lo esc¨¦nico. Castellucci hace bien en mostrarnos despojado su extenso di¨¢logo final, casi un recitativo a dos a la manera barroca en el que se supera la incomunicaci¨®n entre ambos del primer acto y que se cierra con la asunci¨®n de su derrota por parte de Mois¨¦s: ¡°Oh, t¨², palabra que me falta¡± (y no ¡°que me abandonas¡±: los sobret¨ªtulos volvieron a errar el tiro). Mois¨¦s est¨¢ autoapel¨¢ndose mientras se derrumba, como indica el libreto, ¡°desesperado¡±.
Es esta una gloriosa semana europea para la ¨®pera del siglo XX: en tan solo dos d¨ªas el Oedipe de Enescu ha llegado a Londres por primera vez; Par¨ªs, que vio estrenar la obra maestra del rumano, ha acogido una nueva producci¨®n del Lear de Aribert Reimann dirigida por Calixto Bieito; y en Madrid se ha roto la maldici¨®n y, 60 a?os despu¨¦s de su estreno en Z¨²rich, se ha visto y o¨ªdo, por fin, Moses und Aron. Da igual que esta ¨²ltima est¨¦ inconclusa, porque ¨Cen su sentido filos¨®fico ¨²ltimo¨C es interminable m¨¢s all¨¢ de su emocionante un¨ªsono final. Y su recuerdo perdurar¨¢ asimismo sine die entre quienes se sumerjan en sus aguas: sin tablas y sin leyes.
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