La poderosa clase media del Primavera Sound
Una selecci¨®n por esas bandas sobresalientes pero lejos de los focos
Seguir la programaci¨®n del Primavera Sound puede convertirse una pesadilla de dimensiones colosales para quien se vea atenazado por el s¨ªndrome FOMO (Fear Of Missing Out), esa dolencia contempor¨¢nea que penaliza a quienes tienen miedo a perderse algo m¨¢s o menos relevante. Mientras alguien no invente el teletransporte, o seamos a¨²n incapaces de desdoblarnos cual versi¨®n moderna de Zelig, los solapamientos horarios que depara la infartante oferta del festival barcelon¨¦s seguir¨¢n siendo especialmente dolorosos. En todo caso, hay tantas hojas de ruta a lo largo del recinto del F¨®rum (y de sus escenarios paralelos en otros enclaves de la ciudad) como para satisfacer el apetito de cualquiera. Y m¨¢s all¨¢ de los grandes cabezas de cartel de este a?o (Brian Wilson, Radiohead o PJ Harvey), hay -como siempre- decenas de propuestas que en cualquier momento pueden revestir car¨¢cter imprescindible.
Desde aqu¨ª hemos trazado diez, pero podr¨ªan ser otros diez. O veinte. Hemos tratado de priorizar aquellos m¨²sicos que son generalmente m¨¢s caros de ver por nuestros escenarios. As¨ª que les rogamos encarecidamente que no se nos enfaden si ven que Tortoise, Suede, Richard Hawley, Robert Forster, Tame Impala, Vince Staples, Kamashi Washington, Beach House o Dinosaur Jr (todos en plenas facultades esc¨¦nicas), por mencionar unos cuantos, se quedan fuera de este listado, al margen de los principales integrantes de un apartado electr¨®nico que tiene cap¨ªtulo aparte en estas p¨¢ginas. O que los indescriptibles The Avalanches, cuyos argumentos sobre el escenario renunciamos a prologar -porque cualquier descripci¨®n se queda corta si consiguen siquiera acercarse a lo mostrado en 2001, la ¨²ltima vez que estuvieron en nuestro pa¨ªs- tampoco figuran: su delirante y contagioso show merecer¨ªa por s¨ª solo otro art¨ªculo.
Sigur Ros. Hace tiempo que el p¨²blico espa?ol no tiene la oportunidad de degustar en vivo las grandilocuentes letan¨ªas de J¨®nsi Birgisson y los suyos. Y su directo es de los que no suelen tomar prisioneros: lo amas o lo desprecias, porque su forma de bascular entre el ambient, el shoegaze el post rock e incluso ciertos efluvios new age sin delatar de forma flagrante ninguno de sus influjos, apelando a un credo que solo les pertenece a ellos mismos, puede ser otra sublime demostraci¨®n de talento para unos o un artificioso derroche m¨¢s de pretenciosidad para otros. Quiz¨¢ la clave resida en cu¨¢l de los dos factores acaba teniendo m¨¢s peso en el directo los islandeses: el de lo et¨¦reo o el de lo concreto. Porque entre ambas modulaciones se ha movido su carrera a lo largo de siete ¨¢lbumes en casi veinte a?os. Aunque seguramente el hecho de que la balanza se incline m¨¢s hacia un lado o hacia el otro no vaya a modificar posiciones tan encontradas.
Deerhunter. Son viejos conocidos de este festival, pero su trayecto esboza tantos meandros en su forma de embocar el indie rock contempor¨¢neo que lo mejor es no perd¨¦rselos, porque con cada nuevo trabajo son capes de pillar con el pie cambiado a m¨¢s uno. As¨ª es el universo de Bradford Cox y los suyos: caleidosc¨®pico, imprevisible y siempre evocador. El estupendo Fading Frontier (4AD/Poptstock!, 2015), uno de los mejores discos de su carrera, se alejaba de la rugosidad de su predecesor con desv¨ªos a carreteras secundarias infectadas de space rock, psicodelia sintetizada y eclosiones de pop di¨¢fano, muy a tono con las colaboraciones que luc¨ªa en sus cr¨¦ditos (m¨²sicos de Stereolab y Broadcast). Otra cita indispensable.
Drive Like Jehu. La banda de San Diego es toda una instituci¨®n en la escena post hardcore norteamericana, y los m¨¢s de veinte a?os transcurridos desde su ¨²ltimo trabajo no han hecho m¨¢s que acrecentar su influencia sobre decenas de bandas que han decidido empu?ar los instrumentos por todo el mundo desde presupuestos similares. Llegaron antes de que el stoner, el math rock o el emocore copasen portadas de la prensa del ramo, evidenciando que en la historia del rock -como en todas- , unos cardan la lana para que otros ventilen m¨¢s tarde la fama. Y aunque es cierto que su repertorio no alberga cimas tan indiscutibles (o perdurables en la memoria) como las que atisbaron sus descendientes sonoros, la sombra de su influjo es innegable.
Wild Nothing. Habr¨¢ que estar muy atentos a lo que haga Jack Tatum sobre el escenario, porque lo que se perfilaba como una carrera resultona y efectista, repleta de ortodoxos gui?os a la tradici¨®n indie de los 80 y el shoegaze, ha evolucionado hasta dar con la explosi¨®n de cromatismos de Life Of Pause (Captured Tracks), un paso de gigante respecto a lo que promet¨ªa. O c¨®mo seguir rebuscando en el arc¨®n inagotable de los sonidos sintetizados de hace tres d¨¦cadas hasta dar con un discurso seductor y muy bien tramado. Parece la cuadratura del c¨ªrculo, pero a veces se consigue.
The Chills. Son la delicatessen m¨¢s esperada de esta edici¨®n. Porque sin ellos no se entender¨ªa el indie de los 80, cuyos contornos ayudaron a delinear como uno de los emblemas del sonido de Dunedin, esa peque?a ciudad neozelandesa que fue cuna del llamado pop kiwi (otra espantosa etiqueta). El sello Flying Nun y bandas correligionarias como The Clean o The Bats se encargaron de difundirlo. Pero lo mejor es que Martin Phillips y los suyos volvieron el a?o pasado con un extraordinario disco, a la altura de cualquiera de sus mejores obras, Silver Bullets (Fire, 2015).
Daughter. El emocionante intimismo que emana de los surcos de cualquiera de los dos discos de este tr¨ªo de Londres merece disponer de una traducci¨®n al escenario que est¨¦ a su altura. Sus composiciones son premiosas y serpenteantes, vigorizadas por inyecciones de electricidad larvada que progresivamente van calando en el oyente. Hay quien dice que son como poner a Cat Power a cantar con Beach House. Y aunque la combinaci¨®n esbozada no es nada desacertada, el singular magnetismo que irradian sus canciones no necesita buscar paralelismos con nadie.
Ben Watt. Aunque solo fuera por la primorosa discograf¨ªa que puli¨® durante casi dos d¨¦cadas junto a su pareja Tracey Thorn en Everything But The Girl, Ben Watt ya deber¨ªa tener hueco en el altar de la mejor m¨²sica pop de los ¨²ltimos treinta a?os. No obstante, la recuperaci¨®n de su carrera en solitario -que se inici¨® en 1983 con las delicias ac¨²sticas de North Marine Drive, para quedarse varada hasta hace tres a?os- se ha saldado con una vuelta a sus querencias de juventud. Lejos ya de la cultura de baile que alent¨® en los ¨²ltimos discos de EBTG o desde su gerencia del club londinense Lazy Dog, el brit¨¢nico ha vuelto a congraciarse con el folk jazz y el soft rock de los a?os 70 en sus dos ¨²ltimos reto?os discogr¨¢ficos, resueltos con la ayuda de Bernard Butler (ex Suede) desde un prisma contempor¨¢neo.
Algiers. Fueron una de las revelaciones discogr¨¢ficas del a?o pasado, as¨ª que Algiers llegan en el momento justo para testar su propuesta en fase de m¨¢xima ebullici¨®n, a¨²n al inicio de lo que promete ser una curva ascendente. La robustez de su rock con talante reivindicativo, supurando soul, gospel, blues y punk, augura uno de los impactos medi¨¢ticos del festival. Uno de aquellos conciertos de los que podr¨ªa hablarse, dentro de unos a?os, como cita inici¨¢tica para gran parte del p¨²blico hispano.
Julia Holter. El nombre de esta angelina ven¨ªa sonando con fuerza en las ¨²ltimas temporadas, dentro de esa ¨®rbita neoclasicista en la que referentes como Kate Bush, Laura Nyro, Linda Perhacs o Laurie Anderson se citan con voces contempor¨¢neas como Jesca Hoop, Joanna Newsom, Marissa Nadler o Jolie Holand. Pero fue Have You In My Wilderness (Domino/PIAS, 2015) el ¨¢lbum que la ha catapultado definitivamente al ¨¢mbito de las realidades incontrovertibles. Habr¨¢ que ver c¨®mo preservan sus canciones su capacidad de seducci¨®n sobre el escenario.
Mbongwana Star. Un contagioso cruce entre tradici¨®n africana y m¨²sica electr¨®nica es lo que plantea esta comuna congole?a, art¨ªfices del arrollador From Kinshasa (World Circuit, 2015). Likemb¨¦s, beats y r¨ªtmicas tribales conviviendo con total naturalidad en un c¨®ctel explosivo, que toma aire en el pasado para proyectarse rabiosamente al futuro. Una batidora sonora con vocaci¨®n global, que en directo puede tener efectos demoledores.
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