Joyce DiDonato: La diva alegre
Facundia y simpat¨ªa le sobran, pero no bastan para conformar un gran recital
Obras de Ravel, Rossini, Haendel y Granados, entre otros
Joyce DiDonato (mezzosoprano) y Craig Terry (piano). Teatro de la Zarzuela, 30 de mayo.
Joyce Di Donato empez¨® su recital por el final, con una no anunciada Canci¨®n espa?ola (de El ni?o jud¨ªo, de Pablo Luna) que uno imagina f¨¢cilmente ofrecida aqu¨ª como propina para arrancar una ¨²ltima salva de aplausos al p¨²blico patrio. Con una aparici¨®n teatral en escena sobre las primeras notas del piano, la estadounidense puso las cartas boca arriba desde el principio: aunque su recital se enmarcaba en un as¨ª llamado Ciclo de Lied, lo suyo iba a tomar otros derroteros.
Hace poco m¨¢s de un mes hizo lo propio su compatriota Ren¨¦e Fleming en el Teatro Real y, curiosamente, ha habido no pocas concomitancias entre ambos recitales. DiDonato tambi¨¦n luci¨® dos vestidos, uno por parte, por supuesto, y hab¨ªa que emplearse igualmente a fondo para encontrar alg¨²n sentido, alguna l¨®gica, a la secuencia deshilachada de obras que integraban el programa. Muy parlanchina asimismo durante todo el recital, habl¨® de la m¨²sica como un veh¨ªculo para transportarnos a lugares lejanos y con eso pareci¨® dejar zanjada la cuesti¨®n. Cosa muy distinta es que luego esos viajes se produjeran realmente, porque facundia y simpat¨ªa le sobran, pero no bastan para conformar un gran recital. El Oriente de Sh¨¦h¨¦razade de Ravel, por ejemplo, fue m¨¢s bien de trazo grueso, poco vaporoso, apenas fragante, y casi lo m¨¢s ex¨®tico fue el franc¨¦s un tanto americanizado de la cantante.
Luego lleg¨® el Rossini babil¨®nico de Semiramide. Se gan¨® algo en intensidad, pues no en vano el italiano es una de sus grandes especialidades, pero ella es capaz de cantar Bel raggio lusinghier incomparablemente mejor. En esta primera parte, el p¨²blico que atestaba la sala la aplaudi¨® lo justo para no pecar de descortes¨ªa, y otro tanto sucedi¨®, con un plus por el meritorio esfuerzo de cantar en nuestro idioma, tras las Majas dolorosas de Granados, la primera m¨²sica original para voz y piano que escuch¨¢bamos. El teatro se qued¨® a oscuras para redoblar el efecto emocional de Lascia ch¡¯io pianga, de Haendel: DiDonato ha cantado el aria mil veces y esta tampoco encabezar¨¢ la lista. Tres canciones barrocas modernizadas por su pianista calentaron el ambiente y el programa oficial concluy¨® con otro Rossini, Tanti affetti, cuya cabaletta contiene una serie de variaciones que permitieron a la cantante lucir su excelente t¨¦cnica de coloratura, aunque tambi¨¦n aqu¨ª ha tenido mejores noches.
I love a piano, de Irving Berlin, fue lo m¨¢s salvable del recital. Luego sonaron dos propinas id¨¦nticas a las de Fleming en el Teatro Real: Morgen, de Strauss, y una nueva apelaci¨®n al esp¨ªritu de Judy Garland con Somewhere over the rainbow. Y es que estos recitales construidos a partir del qui¨¦n, con un qu¨¦ desustanciado y caprichoso, acaban pareci¨¦ndose much¨ªsimo unos a otros. Demasiado.
Babelia
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