Leyenda Ivry Gitlis
Me he encontrado en los discos perdidos de una tienda de baratillo el tesoro de un doble CD de grabaciones que hizo Ivry Gitlis entre 1962 y 1986 con la Orquesta de la SWR. Y he descubierto que nunca se hab¨ªan publicado antes, aunque la admiraci¨®n que uno siempre ha sentido por ese inmenso violinista -y no inmensamente conocido- tiene mucho que ver con la experiencia de haberlo conocido, frecuentado, incluso apreciado como una figura patricia. Y no tanto una estrella como una leyenda, apropi¨¢ndome del criterio de Norman Lebrecht.
Fue mi vecino en Par¨ªs, aunque la definici¨®n de vecino se antoja una manera prosaica y ventajista de simplificar la compleja identidad del sujeto. M¨¢s a¨²n trat¨¢ndose de un personaje absoluta y objetivamente genial. Ivry Gitlis es uno de los mayores violinistas de nuestro tiempo, aunque su fama la conozcamos apenas unos cuantos mel¨®manos.
Tiene 93 a?os y un Stradivarius mucho m¨¢s viejo a¨²n que impresiona contemplar de cerca porque parece la reliquia de un bosque italiano. Ivry, m¨¢s que violinista y m¨²sico, es un superviviente. Ha superado no s¨¦ cu¨¢ntas operaciones a coraz¨®n abierto y ha tocado en los funerales de no s¨¦ cu¨¢ntos amigos, aunque semejantes contratiempos representan una an¨¦cdota circunstancial en la memoria del maestro.
Recuero una foto de su casa donde ¨¦l mismo aparece aferrado al viol¨ªn en el campo de concentraci¨®n de Birkenau. Ha nevado y se desdibuja en el fondo de la imagen la torre funeraria y erguida debajo de la cual circulaban como convoyes de termitas los trenes del exterminio. Ivry consigui¨® refugiarse en Inglaterra. Emple¨® sus manos de seda para fabricar armas de la industria aliada.
Naci¨® en Israel cuando Israel no exist¨ªa geopol¨ªticamente. Ha sobrevivido al alcohol y a los Rolling Stones. Se casado en algunas ocasiones y tiene cuatro hijos que le llaman poco y le visitan menos en su cueva de Saint-Germain. Le saludan por las calles los vecinos, y las camareras le permiten ciertos excesos verbales. Pecados de vejez que Ivry se concede aristocr¨¢ticamente y que saborea desde un ¨¢ngulo tragic¨®mico.
Se dir¨ªa que la iron¨ªa, el sarcasmo y la parodia sirven de contrapeso a las reflexiones en clave existencial que de vez en cuando desliza sin ¨¢nimo de proselitismo ni aquiescencia doctrinal. ?Nos pasamos la vida queriendo comprender. Y es un esfuerzo in¨²til, porque no hay nada que comprender?, masculla Ivry. Los a?os no han deteriorado su lucidez, aunque Gitlis sostiene que la buena salud mental es un fardo y una carga para un anciano consciente como ¨¦l. Hubiera entonado la Eleg¨ªa de Phillip Roth. Hubiera dicho que la vejez es una masacre. Quiz¨¢ exagera. Quiz¨¢ reflexiona sin mesura sobre la muerte: ?Hay dos maneras de suicidarse. La lenta y la violenta. Aquella consiste en vivir. La otra consiste en no haber nacido?.
Nada tiene de lapidaria ni de apocal¨ªptica la personalidad de Ivry. Es un hombre audaz, bueno, brillante, ameno, entra?able, virtuoso de la escatolog¨ªa ¨Cen todas las acepciones¨C, tolerante, inteligente, menos autodestructivo que anta?o. Puede que le guste demasiado ponerles trampas verbales a sus interlocutores. Sobre todo porque sabe manejarse mejor que ellos en esa imperceptible separaci¨®n que separa la luz de la oscuridad. La verdad de la mentira. La broma del dogma. El pecado de la filantrop¨ªa. La cuna del cementerio.
Ivry Gitlis fue mi vecino. Un privilegio no exento de riesgos, porque las personalidades, supervivientes en la acepci¨®n may¨²scula, corren el riesgo de delatar tu propia insignificancia. ?Te has equivocado de ¨¦poca, muchacho?, parece decirte sin la menor arrogancia ni las pretensiones de hacerle un monumento de cart¨®n a la nostalgia.
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