El gran insumiso
Muhammad Ali se convirti¨® en una luminosa referencia dentro de la cultura pop
Cassius Clay/Muhammad Ali fue el boxeador que necesitaban los a?os sesenta. Por aquel entonces, empezaba a ser un deporte bajo sospecha: dominaban los relatos sobre el da?o del cuero golpeando la carne, las epopeyas sobre la huida de la miseria, las denuncias de la dudosa trastienda del negocio. Con aquel chico de Kentucky, el boxeo se convert¨ªa en orgullosa afirmaci¨®n de la voluntad de emancipaci¨®n, puro black power sin grandes argumentos.
Se iba a convertir en el gran p¨²gil de la D¨¦cada Prodigiosa: irreverente, bocazas, seguro de s¨ª mismo. Inevitablemente, le juntaron con los Beatles all¨¢ por 1964, cuando estos terminaban su primera gira por Estados Unidos. Aunque las fotos resultantes muestran a todos los implicados haciendo el payaso, el encuentro no estuvo exento de tensi¨®n. En contra de lo que estaban habituados, los brit¨¢nicos debieron esperar, encerrados en una habitaci¨®n, mientas el campe¨®n se preparaba para la prensa. Y Clay, que diariamente recib¨ªa oleadas de visitantes, no estaba seguro de quienes eran aquellos ¡°mariquitas¡±, seguramente dicho sin intenci¨®n ofensiva.
Clay ya era legendario por su elocuencia: convirti¨® sus rimas en cantinelas, a modo de eficaz eslogan publicitario. En los tiempos actuales, sin duda hubiera terminado rapeando en el sello de Jay-Z; en aquellos d¨ªas, le transformaron en artista discogr¨¢fico por la v¨ªa r¨¢pida. Combinando recitados y canciones, Columbia Records public¨® en 1963 el ¨¢lbum I¡¯m the greatest; su versi¨®n del inmortal Stand by me sonar¨ªa en muchas emisoras.
No volver¨ªa al estudio de grabaci¨®n hasta 1976, cuando protagoniz¨® un disco infantil destinado a luchar contra la caries dental, en compa?¨ªa de los cantantes Frank Sinatra y Richie Havens, el actor Ossie Davis, el locutor deportivo Howard Cossell. Corramos un velo sobre aquel artefacto, t¨ªpico de la Guerra Fr¨ªa, donde los villanos del cuento ten¨ªan acento ruso o cubano (Cuba = az¨²car ?lo pillan?).
Retrocedamos a los tiempos bravos. Muhammad Ali ascendi¨® a h¨¦roe contracultural en 1966, al negarse a cumplir el servicio militar. Conviene enfatizar que form¨® parte de la valiente minor¨ªa que declar¨® abiertamente su oposici¨®n a la guerra de Vietnam; en general, los disidentes en edad de reclutamiento se escaqueaban mediante pr¨®rrogas de estudios o alegando difusas enfermedades.
Dado que un n¨²mero desproporcionado de los soldados estadounidenses en Vietnam era lo que hoy llamar¨ªamos afroamericanos, su postura fue perfectamente entendida en los guetos. El apoyo a Muhammad Ali se mantuvo durante los a?os inciertos en que le imped¨ªan combatir y pod¨ªa terminar en una penitenciaria. No solo era respetado en los ghetos. All¨ª est¨¢n las fotos junto a las estrellas de Motown, el sello que representaba las aspiraciones de la clase media negra, al lado de los ¨ªdolos juveniles Jackson 5 o del genial Marvin Gaye.
En los setenta, ya exonerado, se fundi¨® en abrazos con artistas cercanos a Richard Nixon y el Partido Republicano: de Elvis Presley a James Brown, que incluso hab¨ªa girado por las bases de Vietnam. Nunca le falt¨® el respaldo de las clases ilustradas, manifestado en los libros de Norman Mailer y Bud Schulberg, los extensos reportajes de Joyce Carol Oates y George Plimpton.
Como si se tratara de un campo de minas, esos autores pisaban con enorme cuidado alrededor de la militancia de Ali en la Naci¨®n del Islam, misteriosa secta a la que se atribu¨ªa el asesinato de otro adalid de la negritud, Malcolm X. ¡°Ali no es un fan¨¢tico¡±, aseguraban sus cuidadores.
Bob Dylan no necesitaba esas garant¨ªas. Le gustaba ponerse los guantes y hab¨ªa dedicado varias canciones a boxeadores, incluyendo su famosa Hurricane, que indirectamente permitir¨ªa la liberaci¨®n de su protagonista, Rubin Carter, condenado por asesinato. En la foto de su encuentro con Ali, Dylan parece t¨ªmido, intimidado: una cosa es hablar de la Dulce Ciencia del pugilismo y otra es sentir el peso de esa mano letal.
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