La magia de ¡®Pet Sounds¡¯ se qued¨® en migajas
Brian Wilson interpreta sin brillo su gran obra maestra en el Primavera Sound
All¨¢ por los sesenta del siglo pasado, cuando llev¨® al concepto del pop a otra dimensi¨®n dif¨ªcilmente alcanzable a¨²n en nuestros d¨ªas, lo llamaron el sonido de Dios, pero ayer se qued¨® en un eco intrascendental. Sobre uno de los grandes escenarios del Primavera Sound, Brian Wilson interpret¨® ¨ªntegramente su gran obra maestra, Pet Sounds, y el resultado no pas¨® de mera an¨¦cdota, que, por largos momentos, se acerc¨® al rid¨ªculo.
No fue una simple cuesti¨®n de falta de magia, que no la hubo ni invoc¨¢ndola con los ojos cerrados, sino de una preocupante falta de intensidad desde que Wilson y su banda, eficiente pero plana y sin car¨¢cter, se arrancaron con ¡®Would¡¯t Be Nice¡¯, el conmovedor suspiro que abre Pet Sounds y que ayer son¨® sin ning¨²n garbo. Fue el primer s¨ªntoma de que iba ser una haza?a imposible la odisea de llevar al directo, con motivo de su cincuenta aniversario, el que para muchos es el mejor ¨¢lbum pop de todos los tiempos, una epifan¨ªa instrumental de una majestuosa melancol¨ªa. De principio a fin, Pet Sounds son¨® rutinario, sin brillo.
A medida que ca¨ªan las canciones, que en el disco se descubren como hechizos, se comprobaba que la propuesta estaba descosida desde la misma base. Sentado al piano en el centro del escenario, Wilson cantaba con una voz l¨¢nguida, que palidec¨ªa. Compart¨ªa protagonismo con el vocalista Matt Jardine, hijo de Al Jardine, guitarrista de los Beach Boys que forma parte del grupo en esta gira. Al micr¨®fono, Matt se defend¨ªa mejor que Wilson, pero era tan simplemente correcto, tan acad¨¦mico, como salido de un programa de televisi¨®n, que ilustraba a la perfecci¨®n la gran carencia del conjunto: no hay esp¨ªritu, todo lo que sobraba en Pet Sounds. Fue imposible hallar evocaciones en ¡®You Still Believe in Me¡¯, ¡®Don¡¯t Talk¡¯, ¡®I Just Wasn¡¯t Made For These Times¡¯ o ¡®Caroline, No¡¯, en las que los gloriosos sobretonos tomaron forma de apuntes instrumentales burocr¨¢ticos y las armon¨ªas vocales fueron incapaces de ensanchar el alma. Al menos con m¨¢s empaque sonaron ¡®Sloop John B¡¯ y ¡®God Only Knows¡¯.
Nada de esta falta de encantamiento quit¨® para que el p¨²blico corease los estribillos de los himnos imperecederos que forman Pet Sounds, intentando participar del acontecimiento que es o¨ªr del tir¨®n esta obra. Haberse sentido alguna vez cautivado por ese pop enso?ador deja huella, como el primer amor o un viaje al espacio. Como lo deja o¨ªr ¡®Good Vibrations¡¯, con su arquitectura de cosmos perfecto, que tambi¨¦n sufri¨® el descuadre justo despu¨¦s de acabarse el recorrido de Pet Sounds.
Wilson y su banda, todos entra?ables con ese aire orquestal y simp¨¢tico, se esmeraron tras el desaf¨ªo que tra¨ªa el aniversario del monumental disco. Fue justo ah¨ª cuando entraron en mejor faena, cuando se convirtieron en una jukebox de los sesenta. Despacharon cl¨¢sicos como ¡®California Girls¡¯, ¡®Don¡¯t Worry Baby¡¯ o ¡®Surfin¡¯ U.S.A.¡¯ con una gran mejora de las armon¨ªas vocales y con el protagonismo de Blondie Chaplin a la guitarra. Entonces, por instantes, el anochecer en Barcelona pareci¨® una bella resonancia de una California soleada.
Tal y como se comprob¨®, la nostalgia sigue siendo m¨¢s rentable en el pop que un plan de pensiones. Y Brian Wilson, aquel genio solitario e incomprendido, es uno de los grandes estandartes de nuestra nostalgia. Pero la magia de Pet Sounds, de ese cancionero ¨¢ureo, se qued¨® ayer en migajas.
Babelia
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