El pelo como excusa
Cuatro escritoras y una ilustradora con el vello como hilo conductor de un relato sobre la vida
Hay pocos lugares donde no crece: en las palmas de las manos y de los pies, en el ombligo, en las mucosas, en los globos oculares, en los labios... El resto del cuerpo humano es una alfombra donde el pelo campa a sus anchas, m¨¢s o menos largo, m¨¢s o menos grueso, m¨¢s o menos oscuro. Una media que supera los cinco millones de pelos. Y a¨²n as¨ª, todav¨ªa extra?a, asusta o repugna, depende de d¨®nde se encuentre. Pelos es una oda a este tapiz piloso y a lo que gira en torno a ¨¦l, que es todo
Sin pretenderlo, lo primero de lo que hablan mientras van llegando es de pelo, en sus distintas modalidades. Una de ellas viene de luchar con su gato para ponerle una camiseta y que no se rasque una herida; otra acaba de terminar la purga capilar que toca cuando se tienen hijos peque?os, van al colegio y llega el calor; la ¨²ltima lo hizo tambi¨¦n hace no mucho y hace no mucho tambi¨¦n se cort¨® la melena. Bendito vello que protege, molesta, irrita, embellece. Bendito vello que fue la excusa de Eva D¨ªaz Riobello (Avil¨¦s, 1980), Isabel Gonz¨¢lez (Zaragoza, 1972), Teresa Serv¨¢n (Madrid, 1974) e Isabel Wagemann (Chile, 1972) para empezar a escribir Pelos (P¨¢ginas de espuma, 2016) en 2012.
119 microrelatos ilustrados por Virginia Pedrero donde el primer hilo conductor fue el pelo, y despu¨¦s, todo lo dem¨¢s. Despedidas, hijos, gimnasios, recuerdos, maletas, abuelos, camas... Historias que se complementan, y a veces se unen o se separan, a trav¨¦s del nexo que haga quien lea. "Quer¨ªamos plantear preguntas, no respuestas, y no es una proclama feminista aunque lo parezca, es solo la defensa de hacer lo que cada una quiera (alude a la depilaci¨®n)", dice Isabel Wagemann sentada a la mesa de su casa mientras la tarde se va marchando por el balc¨®n. Hay uvas verdes y negras, queso, un par de copas de vino y una cerveza con el eco de las hijas de Wagemann trasegando de una a otra habitaci¨®n.
Frente a ella, D¨ªaz, y a su derecha, Serv¨¢n (falta Gonz¨¢lez). Aseguran ser completamente distintas, pero Clara Obligado ¡ªescritora argentino espa?ola de quien se dice que introdujo el microrrelato en Espa?a¡ª vio algo com¨²n en ellas despu¨¦s de encontrarlas en los alrededores de sus talleres de escritura creativa. "Microlocas", recuerda D¨ªaz. "Nunca pens¨¦ que en ese momento nos estuviese bautizando".
En junio de 2010 tuvieron una reuni¨®n en la cafeter¨ªa del C¨ªrculo de Bellas Artes que qued¨® en un mont¨®n de proyectos que nunca llegar¨ªan. Pero Obligado se march¨® a la FIL de Guadalajara y all¨ª Rosa Beltr¨¢n le propuso hacer algo. Las microlocas volvieron a su mente y en menos de tres meses hab¨ªan entregado La aldea de F, su primer libro de escritura colectiva a ocho manos y el principio de una relaci¨®n personal que se ha ido intensificando con el tiempo..
"Durante estos ¨²ltimos seis a?os han pasado muchas cosas que nos han cambiado, a todas. Y hemos parido estos textos con dolor", comenta Wagemann. Y sin t¨®picos, con mucha criba por la que el editor las llam¨® "poco generosas". "Quer¨ªamos entregar algo armado, un proyecto que se entendiese en conjunto", explica Serv¨¢n. El resultado es un relato que puede leerse por orden, al rev¨¦s, por autoras, por cap¨ªtulos y, en cualquier caso, tiene el peso que le da estar cargado de ellas y de sus historias diarias. "La pelitud de la vida", a?ade Wagemann.
A D¨ªaz su madre le estiraba los rizos en medio de la humedad asturiana, a Serv¨¢n la suya le rap¨® la cabeza cuando llegaron los piojos y Wagemann recuerda con a?oranza sus trenzas y a su padre ¡ªa ¨¦l es El Nido¡ª. P¨¢gina 66, 69, 70 y 146. Pero podr¨ªa ser cualquier p¨¢gina porque cuando van pasando, va pasando la vida, y tambi¨¦n podr¨ªa ser la de cualquiera.
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