Lance Armstrong, el m¨¢s grande en todo
Auge, dopaje y ca¨ªda del mito del ciclismo, seg¨²n el cineasta Stephen Frears
Lance Armstrong se mete en vena su primer chute de EPO y al segundo suena a todo volumen el Blitzkrieg Bop, la guerra rel¨¢mpago de los Ramones, la ¨²nica m¨²sica, la ¨²nica letra, que puede acompa?ar su acelerado, fren¨¦tico y victorioso ascenso al Muro de Huy de la Flecha Valona; cuando, criminal confeso, ca¨ªdo y renacido vuelve a ascender una cuesta en su madurez solitaria, y el sol se pone, crepuscular sobre su alma libre al fin, suena de fondo el Everybody Knows,la pelea estaba trucada, que le canta grave Leonard Cohen al Armstrong preparado para su entierro y su obvia resurrecci¨®n.
Es el apogeo y la ca¨ªda del mito Armstrong, el deportista m¨¢s tramposo de la historia, siguiendo la hip¨¦rbole que tanto ¨¦xito ha tenido, relatado para el cine por Stephen Frears en The program (El ¨ªdolo), una pel¨ªcula estrenada hoy en Espa?a a veces descacharrante, a veces superficialmente profunda, una alegor¨ªa muy cat¨®lica, pecado, culpa, redenci¨®n, siempre alocada y tosca. Una pel¨ªcula a la que hay que ir con la mente en blanco para evitar que nos la estropee el excesivo conocimiento del personaje y de sus avatares.
Un gui?o a Dustin Hoffman
Hace m¨¢s de 30 a?os, cuando era a¨²n un cuarent¨®n, Dustin Hoffman estuvo por el Tour, prepar¨¢ndose para protagonizar La maldici¨®n del maillot amarillo, una pel¨ªcula que iba a dirigir Michael Cimino. Contaba el cuento de un viejo campe¨®n retirado que regresaba al ciclismo para ayudar a una joven estrella emergente a ganarlo. En la carrera, un d¨ªa dan positivo por dopaje los cuatro primeros clasificados y de rebote Hoffman acaba siendo el l¨ªder y, encima, acost¨¢ndose con la novia del ciclista joven, que no es otra que la hija de su mujer.
Desgraciadamente, como el ciclismo era entonces un deporte desconocido en Estados Unidos, una historia tan realista nunca lleg¨® a hacerse pel¨ªcula, y Hoffman, que hab¨ªa llegado a hacerse gran aficionado al Tour, se qued¨® con las ganas de vestirse con un maillot amarillo. Quiz¨¢s para compensarle, Frears le ha ofrecido un papel secundario a Hoffman, pasados ya los 70, en The program, un gui?o para cin¨¦filos y amantes del ciclismo a la vez.
Quiz¨¢s la brocha gorda sea necesaria para describir el mundo de malvados de tres al cuarto y de periodistas c¨ªnicos que es el ciclismo en el que triunf¨® Armstrong, un deporte de cat¨®licos al que los calvinistas estaban empezando a destrozar. Hacer del ganador de siete Tours el m¨¢s malo de todos, que para eso es tejano, obliga a Frears a convertirlo en un malo de opereta, sacado de un tebeo de Fumanch¨² y que es capaz hasta de enga?ar a los enfermos de c¨¢ncer, su gente. A su lado, siempre, su banda. Est¨¢ su m¨¦dico italiano, Michele Ferrari, Il Mito del dopaje en la historia del ciclismo, que ¡ªy quiz¨¢s agudice el parecido el macarr¨®nico italiano que le presta su doblador en la versi¨®n espa?ola¡ª parece un imitador malo del doctor Bacterio, siempre con una p¨®cima m¨¢gica en los bolsillos, una bolsa de sangre y una jeringuilla presto para clavarla donde haga falta. Est¨¢ tambi¨¦n su director y tramador, Johan Bruyneel, pintado a brochazos como un ceporro astuto y taimado de mirada maliciosa y pocas luces. Y Floyd Landis, el ciclista que en la vida real es ir¨®nico e inteligente y l¨²cido, y en la pel¨ªcula, interpretado por Jesse Plemons, el carnicero orondo del Fargo televisivo, es un amish torturado, pecador aplastado por la culpa.
Enfrente de la oscuridad, la luz, el periodista irland¨¦s David Walsh, el vengador, en cuya cr¨®nica est¨¢ basado el guion. Paralela a la peripecia de Armstrong, la de Walsh transcurre inversamente similar, una mirada que pasa de la adoraci¨®n por el Armstrong joven e inevitablemente ingenuo, al asco por el Armstrong hip¨®crita triunfador que le hab¨ªa seducido, al gozo por su ca¨ªda. Como personaje t¨®pico se limita a cumplir una misi¨®n meramente funcional para hacer que la trama avance no necesariamente a borbotones, como le gusta al director, que no escarba en el potencial que nace de sus contradicciones.
Sangre nueva
Con el relato de Armstrong, Frears duda. No acaba de convertirlo en s¨¢tira ni en apolog¨ªa moral ni en pel¨ªcula de acci¨®n. Para ello deber¨ªa haber a?adido alg¨²n personaje m¨¢s. Se echa de menos a las mujeres de Armstrong, un mujeriego, o a un Eufemiano Fuentes, otro m¨¦dico sin escr¨²pulos, con el que Ferrari hubiera competido en los laboratorios, como ocurri¨® en la realidad: no muy lejos de donde Armstrong se met¨ªa sangre nueva en mitad del Tour y Ferrari le pinchaba de todo, andaba Eufemiano Fuentes y sus bolsas m¨¢gicas alimentando a Ivan Basso o Jan Ullrich, que le acompa?aban en el podio de Par¨ªs, siempre por debajo, porque Armstrong era el m¨¢s grande en todo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.