Kung Fu contra Lou Reed

Su t¨ªtulo no hace honor a este espect¨¢culo emocionante, cuya atm¨®sfera, raigambre y calidad po¨¦tica parecen fruto de la confluencia entre Les ¨¦ph¨¦m¨¨res (Los ef¨ªmeros), opera magna de Ariane Mnouchkine con el Th¨¦?tre du Soleil, y Roma, felliniano mapa de sombras de la capital italiana. En Historias de Usera se entrecruzan y enhebran un ramillete de escenas sobre la singularidad de la gente de a pie, escritas ex profeso casi todas por autores j¨®venes de primera l¨ªnea, y dirigidas y arregladas sutilmente por Fernando S¨¢nchez-Cabezudo, que vuelve as¨ª a tomarle el pulso a la vida aqu¨ª abajo.

En esta funci¨®n memorable, personajes que parecen salidos de Calle Mayor alternan con una pareja en ciernes (imaginada por Denise Despeyroux), que bien podr¨ªa meter baza en cualquier comedia de Tolcachir, y con un adolescente chino de vocaci¨®n vamp¨ªrica (creado por Alberto Olmos), cuyos vuelos enso?ados acaban topando con la iglesia. Sorpresivos, el doble mortal con pirueta que da el relato del sereno, escrito por Alberto S¨¢nchez-Cabezudo, y la escena triangular de Jos¨¦ Padilla, llevada al filo de lo grotesco por el director, para que el giro dram¨¢tico final contraste mejor. Conmovedora, la humor¨ªstica evocaci¨®n del Club Copacabana, de Alfredo Sanzol. Feliz y vigorosa, la huida a lo Roberto Zucco de dos rockeros, con el bombo de Lou Reed a cuestas, tras su espantada hist¨®rica, reci¨¦n iniciado el concierto, en el campo del Moscard¨®, recreada por Miguel del Arco.

La factura de la producci¨®n, a la medida de la Kubik (cuya altura y fondo de escenario superan los de la mayor¨ªa de salas alternativas madrile?as), nada tiene que envidiar a las mejores que puedan verse en el teatro parisino independiente o en los teatros p¨²blicos berlineses. Todo es pertinente aqu¨ª: desde el afinado vestuario de Paula de Diego y la luz cuasi t¨¢ctil de David Picazo, hasta la escenograf¨ªa, di¨¢fana pero jalonada de hitos, de Alessio Meloni, que focaliza la acci¨®n alternativamente en sendos escenarios a dos niveles, situados a ambos extremos de la sala, sobre la arena extendida entre los dos grader¨ªos de espectadores o en lo alto de una cuca?a.

En La Narcisa, pieza de tres prometedoras autoras noveles, Inma Cuevas parece una m¨¢s de entre los seis vecinos del barrio que, en papeles caracter¨ªsticos o desempe?ando labores corales, acrecientan la edad media, organicidad, vigor y autoridad moral de un reparto extraordinario. Jes¨²s Barranco y la Cuevas forman un d¨²o enternecedor en la escena de Sanzol, y, con Jos¨¦ Troncoso, un tr¨ªo calavera genial en la de Del Arco. Ana Cerdeiri?a y Troncoso son candor puro en las secuencias de la pareja incipiente. La pantomima y la caligraf¨ªa humor¨ªstica de Huichi Chiu est¨¢n tocadas por la Divina Providencia. Sobresaliente, la vis c¨®mica de Luis Sure?a, jubilado y actor debutante. El p¨²blico dominical, conmocionado, aplaudi¨® en pie a los actores, y dese¨® larga vida a la Kubik, manque cierre.