Pol¨ªtica y gram¨¢tica: un chiste
Cinco gram¨¢ticos ocuparon la presidencia del pa¨ªs latinoamericano. Algo que dio una se?a de identidad a la cultura, cargada de eufemismos
Tal vez no exista un caso similar en el mundo. Entre 1886 y 1930, esto es, en el casi medio siglo que los historiadores llaman ¡°hegemon¨ªa conservadora¡±, cinco gram¨¢ticos colombianos ¡ªRafael N¨²?ez, Miguel Antonio Caro, Jos¨¦ Manuel Marroqu¨ªn, Marco Fidel Su¨¢rez y Miguel Abad¨ªa M¨¦ndez¡ª llegaron a la presidencia de la rep¨²blica y un sexto ¡ªel tambi¨¦n poeta Guillermo Valencia¡ª fracas¨® dos veces en el intento por serlo.
Una circunstancia tan at¨ªpica forzosamente deb¨ªa dejar huellas. En el caso nuestro, adem¨¢s de convertir al presidente poeta, o literato, en una instituci¨®n nacional, cre¨® el triple mito de que en Colombia dizque se hablaba ¡°el mejor espa?ol del mundo¡±, de que Bogot¨¢ era la ¡°Atenas sudamericana¡± y de que el gobernante ideal era alguien capaz de encauzar tanto los desafueros de un pa¨ªs como las sonoras turbulencias del idioma.
En consecuencia, a los requisitos estipulados en la Convenci¨®n de C¨²cuta (1821) para aspirar a la presidencia ¡ªser mayor de 30 a?os, tener una renta superior a los 500 pesos anuales y ser profesores de alguna ciencia (el subrayado es m¨ªo)¡ª, la Rep¨²blica de las Letras a?adi¨® las obligaciones imaginarias de hablar y escribir con castiza elegancia, dominar como un erudito las literaturas grecorromanas y del Siglo de Oro, y tener suficientes conocimientos gramaticales como para poder escribir un tratado del participio, tal como hizo en 1847 Miguel Antonio Caro. Alberto Lleras Camargo resumi¨® semejantes extravagancias con una frase magn¨ªfica: ¡°A la presidencia de Colombia se sube por una escalera de alejandrinos pareados¡±.
Es indispensable anotar que lo anterior no s¨®lo afect¨® al mundo de la pol¨ªtica, sino que, expandi¨¦ndose, irradi¨¢ndose, termin¨® por darle una se?a de identidad a la propia cultura. Los colombianos, todav¨ªa hoy, estamos obsesionados con la pureza ling¨¹¨ªstica. En los peri¨®dicos perviven las secciones dedicadas a corregir las faltas de ortograf¨ªa y los gazapos; en la radio y en la televisi¨®n quienes resuelven dudas sobre el idioma alcanzan el inveros¨ªmil estatus de estrellas medi¨¢ticas y los embelecos de la RAE, tanto como las sugerencias del diccionario acad¨¦mico, son recibidas con unci¨®n cuasirreligiosa.
Nada condensa tanto esta faceta de la vida colombiana como la exorbitante cantidad de chistes relacionados con el lenguaje y en los cuales siempre est¨¢n involucrados presidentes de la rep¨²blica o cualquier otra variedad de pr¨®statas ilustres. No es raro, por ejemplo, que a un extranjero le cuenten en una reuni¨®n social que el expresidente Miguel Antonio Caro fue sorprendido por su esposa mientras copulaba furtivamente en el Palacio de Nari?o.
¡ªEstoy sorprendida, Miguel Antonio¡ª, le dijo en tono indignado do?a Anita de Narv¨¢ez.
¡ªNo, mujer ¡ªla corrigi¨® el mandatario¡ª. T¨² lo que est¨¢s es estupefacta; el sorprendido soy yo.
¡°?Y qu¨¦ m¨¢s quieren?¡±, dijo Marroqu¨ªn tras la p¨¦rdida de Panam¨¢. ¡°Me entregaron una rep¨²blica y les devolv¨ª dos¡±
Uno puede apostar que si le contaron ese chiste, tarde o temprano, por una especie de fuerza gravitatoria, ese mismo extranjero hipot¨¦tico acabar¨¢ oyendo alguno de los infinitos cuentos dedicados al expresidente Julio C¨¦sar Turbay Ayala (1978-1982). En la imaginer¨ªa pol¨ªtica colombiana, Turbay no s¨®lo es el responsable de uno de los periodos m¨¢s sombr¨ªos de nuestra historia, ya de por s¨ª pr¨®diga en episodios sombr¨ªos, sino la encarnaci¨®n de la torpeza idiom¨¢tica y la falta de estudios formales. De Turbay son frases que parecen chistes, pero en realidad constituyen ser¨ªsimas declaraciones a los principales medios nacionales: ¡°Es indispensable reducir la corrupci¨®n a sus justas proporciones¡± o ¡°en Colombia los torturados se autotorturan para desprestigiar al Gobierno¡±.
No pretendo idealizar esta rep¨²blica de presidentes poetas. En palabras de Francisco Guti¨¦rrez San¨ªn, ¡°los buenos presidentes literatos escasean ¡ªy escasean por los dos lados, es decir, rara vez son buenos gobernantes, rara vez son buenos escritores, casi nunca son ambos¡ª hasta el punto de que es dif¨ªcil encontrar un solo ejemplo indiscutible¡±. En raz¨®n a ello, tampoco puede pasarse por alto que, si bien el estudio de la gram¨¢tica foment¨® el buen hablar y escribir entre la casta pol¨ªtica colombiana, tambi¨¦n atiz¨® el fuego del dogmatismo y propal¨® una vena eufem¨ªstica, entonces en estado larvario.
En el siglo XIX la palabra ¡°eufemismo¡± carec¨ªa del significado que actualmente le damos. Era sobre todo un recurso para no mencionar directamente a la divinidad y se aplicaba a los espacios del pudor. Rufino Jos¨¦ Cuervo (1844-1911), otro gram¨¢tico al cual se le pidi¨® ser candidato presidencial, censuraba escandalizado el uso de ¡°?caray!¡±, porque ¡°esa voz de infame parentela, que ojal¨¢ no se usara en ninguna parte¡±, era el eufemismo de ¡°carajo¡±.
Ignoro en qu¨¦ momento y c¨®mo los eufemismos dejaron la esfera del pudor y se instalaron en la pol¨ªtica. Tengo para m¨ª que ocurri¨® poco despu¨¦s de la Guerra de los Mil D¨ªas (1899-1902), cuando Jos¨¦ Manuel Marroqu¨ªn trat¨® de convertir en decoroso algo cuya franca expresi¨®n resultaba especialmente dif¨ªcil de tragar. ¡°?Y qu¨¦ m¨¢s quieren?¡±, les dijo a quienes le reprochaban en el Senado la p¨¦rdida de Panam¨¢. ¡°Me entregaron una rep¨²blica y yo les devolv¨ª dos¡±.
Desde entonces el eufemismo se ha convertido en Colombia en el estilo literario del Estado. Mientras m¨¢s se ha cortado el lazo entre gram¨¢tica y ret¨®rica, m¨¢s se han incrementado la capacidad de nuestros mandatarios para encubrir la realidad con mantos ret¨®ricos. Ernesto Samper acud¨ªa al ya famoso ¡°todo se hizo a mis espaldas¡± con el fin de explicar la entrada de dinero mafioso a su campa?a; Andr¨¦s Pastrana, tan fr¨ªvolo como Marroqu¨ªn, avalaba comunicados entre su Gobierno y las FARC en los cuales no se menciona ni una sola vez la palabra ¡°secuestro¡± (ni ¡°plagio¡±, ni ¡°retenci¨®n¡±, ni ¡°rescate¡±, ni ¡°reh¨¦n¡±, ni ¡°v¨ªctima¡±), aunque en ese momento ¡°la actividad¡± estaba alcanzando m¨¢ximos hist¨®ricos, y ?lvaro Uribe, en lo que tal vez sea el eufemismo m¨¢s obsceno de nuestra historia, empleaba ¡°falsos positivos¡± para disimular los asesinatos indiscriminados cometidos por agentes del Estado.
Al respecto, hay una an¨¦cdota absolutamente diciente. Cuando la revista Semana devel¨® que Jorge Noguera, el director de los servicios de inteligencia, estaba filtrando informaci¨®n a los grupos paramilitares, Uribe respondi¨® como si fuera el guionista de la pel¨ªcula con Joe Pesci, Ray Liotta y Robert de Niro:
¡ªA m¨ª s¨®lo me consta que es un buen muchacho.
Mario Jursich Dur¨¢n es poeta y periodista.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.