Wilco, un discurso de palabras may¨²sculas
El sexteto de Jeff Tweedy asombra durante dos horas en el retrato vivo de su madurez como banda
En un concierto de Wilco no basta con prestar atenci¨®n. La banda de Jeff Tweedy ha conquistado un estatus tal de relevancia que demanda (y consigue) del auditorio una actitud reverencial. Los asistentes a las madrile?as Noches del Bot¨¢nico se la brindaron este s¨¢bado desde el primer acorde de More, a pesar de que el tramo inicial, copado por el repertorio m¨¢s reciente, generase m¨¢s silencio expectante que emociones desatadas. Pero el p¨²blico ha aprendido a no perder ripio con los de Chicago, acaso ¨²ltimos grandes representantes del rock estadounidense de ra¨ªz y unos m¨²sicos tan trascendentales como para que el espectador, por una vez, deje de contemplar el espect¨¢culo a trav¨¦s de la pantalla de su m¨®vil. Merece infinitamente m¨¢s la pena clavar la mirada en ese hombre de viejo sombrero blanco y porte desvalido que preside las tablas y canta como quien pronuncia una retah¨ªla de oraciones doloridas.
Wilco son unos tipos sustanciales incluso aunque esta vez hubiera que lidiar con el estreno de Star wars, un disco demasiado peque?o para un grupo tan grande. Ni siquiera sobre el escenario var¨ªa apenas esa sensaci¨®n de que este pu?ado breve de canciones, regaladas incondicionalmente y de un d¨ªa para otro a trav¨¦s de la Red, serv¨ªa m¨¢s para cubrir un hueco en el calendario que para engarzar un nuevo eslab¨®n en una cadena maravillosa. Cualquier artista rubricar¨ªa de buen grado Random name generator o The joke explained, pero casi nadie de los 3.057 asistentes empez¨® a comulgar con los oficiantes hasta ese momento fabuloso en que se puede corear, s¨ªlaba por s¨ªlaba, la frase que otorgaba t¨ªtulo al cuarto tema de la noche: I am trying to break your heart.
Todo se engrandeci¨® a partir de ese momento; todo pas¨® a antojarse m¨¢gico y decisivo, empezando por ese sonido matizado y apabullante, preciosista en su pura excepcionalidad. Estos seis hechiceros se las ingenian para aunar a un tiempo las virtudes de, como m¨ªnimo, The Band, The Jayhawks y The Heartbreakers, pero jam¨¢s utilizan el insultante dominio sobre sus instrumentos para endosarnos mon¨®tonas clases magistrales de acrobacia. Ah¨ª estaba como ejemplo Art of almost, un totum revolutum el¨¦ctrico y electr¨®nico remachado por el primero de los solos estratosf¨¦ricos de ese salvaje llamado Nels Cline, reincidente en sus sortilegios en Hanshake drugs y otros momentos de la noche.
Todas las comprobaciones visuales apuntan a que su guitarra suma seis cuerdas y ¨¦l solo dispone de cinco dedos por cada mano, pero el cerebro acumula tanta informaci¨®n que se resiste a dar por bueno el c¨®mputo.
Tweedy se torna sentimental en Hummingbird, un tiempo medio tan soberbio que podr¨ªa haber contado con McCartney aportando ideas al otro lado del tel¨¦fono. El l¨ªder relaja sus modos sobrios y se asoma al borde del escenario para tararear junto a los fieles, pero el tono general de la velada es poderoso, expeditivo, crepitante como esas interferencias ruidistas en la aparente placidez de Via Chicago. Sin parlamentos, sin interrupciones, mucho m¨¢s all¨¢ de un escueto ¡°Hola, gracias¡± o un posterior ¡°No puedo imaginarme un p¨²blico que lo haga mejor¡±. Hay demasiadas cosas que contar en un concierto de Wilco como para entretenerse con charletas vacuas. Mejor descubrir el probable gui?o apocal¨ªptico a A day in the life al final de las frases de Spiders, con la monumental aportaci¨®n del bajista John Stirratt. O embeberse, una y mil veces m¨¢s, con la belleza imperecedera de Jesus, etc.
En general, y aunque d¨¦ rabia conceder la raz¨®n a los ap¨®stoles del malditismo, queda la impresi¨®n de que Tweedy escrib¨ªa con m¨¢s enjundia cuando era un hombre atormentado y jaquecoso que en estos momentos presentes de felicidad, erigido en caballero reconciliado con el pellejo que le cubre las carnes y padre amant¨ªsimo capaz de fundar un grupo con su joven reto?o. Por eso se permite rescatar incluso Box full of letters, una pieza del primer ¨¢lbum. Y por eso remata la faena con A shot in the arm, cr¨®nica eterna y definitiva para las cat¨¢strofes sentimentales. Pero entre medias hubo tiempo para Damned on me o, claro, Impossible Germany (el solo dur¨® esta vez 4 minutos y.48 segundos), obras m¨¢s recientes y palabras no ya mayores, sino may¨²sculas. Cualquiera firmar¨ªa una madurez como la de Wilco.
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