Quincy Jones, maestro de ceremonias en Montreux
El legendario productor, director y arreglador presenta un concierto desigual para celebrar los 50 a?os del festival de jazz
Un sol radiante recibi¨® ayer a los privilegiados llegados hasta la Riviera suiza para celebrar los 50 a?os de vida del Montreux Jazz Festival. Una fiesta que juntar¨ªa sobre un mismo escenario a diversos artistas en una de esas noches ¡°¨²nicas e irrepetibles¡±, marca de la casa. En este caso, el hilo conductor de la velada iba a ser Quincy Jones, colaborador hist¨®rico del evento suizo y presencia regular en Montreux desde tiempo inmemorial.
En cuanto al p¨²blico ¡°privilegiado¡±, cada a?o este festival parece m¨¢s copado por los invitados VIP de las firmas patrocinadoras, quienes reservan gran parte del espacio para sus empleados y clientes. Cabe mencionar que las mejores entradas para Quincy Jones se vend¨ªan a 300 euros. Este p¨²blico selecto pudo descubrir un lobby del Auditorio Stravinski reconvertido en tienda de souvenirs del 50? aniversario, donde pod¨ªan comprarse desde una edici¨®n limitada de vinilos grabados ¡°live in Montreux¡± hasta excentricidades como una funda de guitarra de dise?o acompa?ada de botellas de vino de 1967 (a?o de la creaci¨®n del festival) a 5.500 euros.
El concierto, que marc¨® el ecuador de esta edici¨®n del MJF, consisti¨® en una especie de carta blanca al m¨ªtico productor de Thriller de Michael Jackson, en la que Jones convoc¨® a m¨²sicos amigos, protegidos y familiares a cantar acompa?ados de la Big Band de Pepe Lienhard, toda una instituci¨®n de la m¨²sica helv¨¦tica. Y es que no todos los d¨ªas se ve en escena una secci¨®n de metales de 20 miembros. Un lujo muy apropiado para celebrar el medio siglo del MJF.
Como no pod¨ªa ser de otra manera, el concierto empez¨® con impecable precisi¨®n helv¨¦tica a las 20.00 exactas. Mathieu Jaton, director del festival, present¨® a Quincy Jones como ¡°el mejor amigo de Montreux¡±, recibido con ovaciones por un p¨²blico entregado de antemano. Tras pedir ¡°un aplauso para su hermano Claude Nobs¡±, fundador del MJF, Jones dio paso al pianista y cantante de Nueva Orleans Jean Baptiste. Este abri¨® el fuego cantando a piano solo What a wonderful world. Acto seguido, subi¨® a escena un muy desmejorado Al Jarreau, presentado por Jones como ¡°cantante monstruoso¡±. Y sin duda lo fue.
Pero la realidad es que la edad y la salud no perdonan. Acompa?ado de muletas, Jarreau cant¨® un par de temas generando m¨¢s compasi¨®n que deleite entre el p¨²blico, ya que por momentos estaba fuera de tono, y se le notaba incluso cierta dificultad para saber sus entradas. De hecho, no es la primera vez que Montreux presenta viejas glorias ya sin fuerzas, que apenas pueden hacer su trabajo con dignidad. Un culto a la nostalgia y al voyeurismo que igual ser¨ªa necesario revisar.
A partir de ese momento, seguir¨ªa un desfile de artistas cuya ¨²nica raz¨®n de estar en el Auditorio Stravinski parec¨ªa ser su grado mayor o menor de cercan¨ªa con Quincy Jones. Es as¨ª que pasaron por el escenario desde la excelente Patti Austin haciendo un homenaje a Ella Fitzgerald, hasta el pianista cubano Alfredo Rodr¨ªguez o el "linaje" de Jones: su nieto Sunny Levine y su hija Rashida Jones, quienes interpretaron un tema olvidable sobre bases pregrabadas en ordenador.
Por cierto, Montreux presenta este a?o un ¡°gadget¡± que pretende acabar con la molesta costumbre generalizada de ver al p¨²blico fotografiando y filmando todo con sus tel¨¦fonos, lo que genera constantes interferencias visuales. El invento se llama ¡°CUTS¡± y permite grabar en su tel¨¦fono v¨ªdeos tomados directamente de las c¨¢maras de la TV suiza en Full HD. El fragmento elegido puede ser luego compartido o colgado en las redes sociales gratis. Pero a juzgar por la cantidad de pantallas que se vieron anoche, la gente parece seguir prefiriendo su propia mirada a la de los profesionales.
Volviendo al concierto, los puntos ¨¢lgidos de la noche fueron la aparici¨®n sorpresa de Mick Hucknall, cantante de Simply Red, que poco despu¨¦s ocupar¨ªa el mismo escenario con su banda, o el momento en el que Quincy Jones inesperadamente cogi¨® las riendas de la Big Band. Con movimientos de viejo boxeador retirado en los que a¨²n se percibe su legendaria precisi¨®n, Jones logr¨® una de las grandes ovaciones de la noche. De hecho, en todos los a?os que este cronista lleva cubriendo el festival jam¨¢s hab¨ªa visto a Quincy Jones ponerse delante de una orquesta. Todo un lujo.
A la hora de las despedidas, foto de familia con todos los artistas y regalo de un inmenso retrato de Jones, ofrecido por el festival. Mientras Al Jarreau cantaba a capela Montreux, je vous aime beaucoup¡ ca¨ªa el tel¨®n sobre una velada que muy posiblemente no pasar¨¢ al recuerdo de este festival. Y es que, a juzgar por los bailes y ovaciones del respetable, quien se llev¨® el gato al agua fue Hucknall con sus Simply Red, verdaderas estrellas de la noche
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