Y llevar¨¦is luto por ¨¦l
Sep¨²lveda se cruje y se conmociona en el fervor de una capilla ardiente multitudinaria
De cuerpo presente estaba V¨ªctor Barrio, aislado de la vida por un cristal que manoseaban sus familiares porque no pod¨ªan abrazarlo. Se desdoblaban los psic¨®logos con sus chalecos distintivos. Y bull¨ªa el dolor hasta hacerse penetrante, claustrof¨®bico, feroz, entre las paredes del pabell¨®n de deportes de Sep¨²lveda.
No cab¨ªa lugar m¨¢s inh¨®spito para las exequias de un h¨¦roe joven. Ni siquiera la primavera de las coronas de flores lograba perfumar la combusti¨®n de la capilla ardiente, pero ning¨²n templo sagrado hubiera podido contener la movilizaci¨®n de los sepulvedanos. Ni los ni?os ni los ancianos se quedaron en casa. Fueron a despedirse de V¨ªctor. Porque V¨ªctor no ten¨ªa apellido en Sep¨²lveda. Era el hijo de Joaqu¨ªn, el panadero. Y Joaqu¨ªn se trastabillaba porque no pod¨ªa caminar. Lo sujetaban sus amigos, como los amigos sujetaban a la viuda del maestro, concejala del PP, viuda de aspecto adolescente y de rictus cadav¨¦rico, con las mejillas surcadas de lagrimones.
Es impudoroso contar estas cosas, asomarse a la sima del dolor ajeno, aunque sea con la coartada de la obligaci¨®n profesional. Y reconoce uno haberse precipitado al f¨¦retro del maestro. Que no fue amortajado de luces, sino como un pr¨ªncipe en blanco y negro, aunque estaba su vestido catafalco y oro en una silla, custodiando la escena de la capilla ardiente, un traje funerario y deshabitado que desgarraba la ausencia.
"?Torero, torero!"
Aplaud¨ªan los sepulvedanos para exorcizar el drama, le gritaban "Torero, torero" y se alineaban en la carretera nacional para despedirse. Adolescentes que se cuadraban como militares. Ancianos que se desmoronaban como marionetas sin hilos.
Toreros de la raza de Alberto Aguilar y de Sergio Aguilar. Y aprendices de toreros, como Carlos Ochoa. Que ya se ha puesto el vestido de luces. Y que no se lo piensa quitar. Porque le debe a su malogrado compadre prolongar hasta la gloria tantas horas de entrenamiento, tantos sacrificios sepultados en la arena de Teruel.
"Hoy es el d¨ªa m¨¢s triste e infeliz de mi vida", masculla el novillero madrile?o. "Nunca he sentido tanto dolor. Pero yo voy a ser figura. Se lo debo a V¨ªctor. Su muerte me va a hacer m¨¢s fuerte", conf¨ªa Ochoa entre la incredulidad y los sollozos.
Se hizo el silencio en la cafeter¨ªa del hostal Villa de Sep¨²lveda cuando apareci¨® en la televisi¨®n una semblanza de V¨ªctor Barrio. Y se pusieron de pie los comensales, como su fuera a escucharse la palabra de Dios. Unos reten¨ªan las l¨¢grimas. Otros las expon¨ªan sin disimulo, ara?ando el silencio con susurros.
Era un ritual inesperado y preparatorio. Al otro lado de la carretera, aparec¨ªa en volandas el f¨¦retro que transportaba al maestro. Sus amigos lo llevaban en volandas. Y lo descubr¨ªan con esmero para hacerlo resucitar al primer d¨ªa.
Babelia
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