La vida excepcional de Emma Cohen
Ella escrib¨ªa novelas, pero su vida hubiera sido la gran novela. La novela de su vida. Cuando era una joven reci¨¦n salida de mayo del 68, herencia que se le qued¨® en la retina poderosa de sus ojos bellos, era una met¨¢fora viva de la naturaleza de quien dice no. Buscaba el aire puro de la calle, as¨ª que se fij¨® en el cine, en el teatro y en la literatura, que eran las formas de ver desordenada la calle de entonces, tan oscura.
Era una iluminaci¨®n, sus ojos fueron la iluminaci¨®n de una ¨¦poca. Bastaba mirarlos para saber que ah¨ª dentro se estaba edificando una met¨¢fora nueva, otra aventura. Su inteligencia habitaba tambi¨¦n en esos ojos, en sus miradas y en sus silencios, m¨¢s que en las palabras mismas. El hombre tan inteligente al que dedic¨® su vida era un socr¨¢tico may¨¦utico que te interrogaba tan solo para demostrar que las cosas ten¨ªan un env¨¦s; y ella sigui¨® en esa escuela hasta el final.
Una vez muerto Fernando Fern¨¢n-G¨®mez sigui¨® d¨¢ndole sombra a aquel pajarraco rabioso, esa zanahoria roja pelopaja del teatro, del cine y de la literatura al que arrop¨® hasta el fin como si fuera a la vez su amante, su padre, su hermano y su ¨ªdolo. No result¨® extra?o que, como contaba aqu¨ª Luis Alegre, fuera la palabra escrita, una carta en la revista Triunfo, la que devolviera a Emma Cohen a los brazos de Fernando, despu¨¦s de una aventura con Juan Benet, otro gigante del siglo.
Fernando y Emma eran personas de met¨¢foras, quer¨ªan la literatura por lo que ¨¦sta dec¨ªa por dentro, y el cine por lo que de narrativo tiene el pensamiento o la poes¨ªa que se resuelve en im¨¢genes; el teatro les dio la tercera dimensi¨®n de lo que quisieron decir: contar lo que les hac¨ªa re¨ªr o recordar, la vida es un tiempo amarillo que siempre est¨¢ enviando postales.
Aquellas bicicletas, aquel viaje a ninguna parte nacieron casi jugando, mientras le propon¨ªan a Fernando nuevos trabajos y ella pespunteaba las ideas que iban naciendo como si estuvieran dibujando juntos ya los di¨¢logos que luego iban a ser tan realistas, tan surrealistas y tan inmortales.
Esa vida de los dos es la vida de Emma Cohen y la vida de Fernando Fern¨¢n-G¨®mez, juntas y por separado, como si fuera la vida de uno solo vivida por dos. En ese desdoblamiento de uno y de otro (el Fern¨¢n-G¨®mez que escribe la carta para decirle ¡°vuelve¡± y la Emma Cohen que luego de la muerte de su amado iba por los plat¨®s reclamando lo mejor de su memoria de actor, de escritor, de pr¨ªncipe del teatro) reside el enorme m¨¦rito sentimental de esta dedicaci¨®n absoluta a un amor, a un ser humano, no s¨®lo a su inteligencia sino tambi¨¦n a su desvar¨ªo o a su enfermedad y finalmente a su ausencia.
En el silencio final de Emma hay tambi¨¦n una prolongaci¨®n a ese tributo, pues los dos vivieron, desde que regresaron juntos, un amor ¨ªntimo, recluido, de dolores y placeres dom¨¦sticos que se resolv¨ªan (como se ve en la espl¨¦ndida La silla de David Trueba y del ya citado Alegre) en la muy inteligente convivencia literaria, tan privada, de los dos amantes de la calle Luna.
Ese silencio convierte a¨²n en m¨¢s excepcional la dedicaci¨®n, hasta su propia despedida, de Emma Cohen, como si no quisiera hacerle ruido a la presencia inolvidable del hombre con el que comparti¨® el anhelo de ser feliz sin que hubiera otras interrupciones que el sue?o. La muerte es el gran impostor, la otra parte de la vida, y ahora ha roto ya para siempre esa uni¨®n Emma-Fernando que sigui¨® viva mientras tuvo aliento aquella Emma que romp¨ªa balcones para que la calle y la noche entraran en su vida como una ventolera.
Como si se hubieran muerto una luz, el viento y una ventana ha muerto Emma Cohen, una mujer excepcional como su vida.
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