Triunfo por aplastamiento
Rihanna apost¨® por la desmesura sonora en un concierto grueso y sin matices, el ¨²nico en Espa?a de su gira 'Anti'
Era un espect¨¢culo, quiz¨¢s por su sencillez. En el centro de la pista apareci¨® un escenario que brot¨® del suelo por arte de magia. Era blanco, como las luces de los tel¨¦fonos m¨®viles que grababan a una figura menuda tambi¨¦n vestida de blanco. Todo era blanco ante la masa negra del p¨²blico. Era Rihanna y cantaba, todo potencia, gesto contenido, una balada, Stay, con la que comenzaba su concierto en el Palau Sant Jordi de Barcelona, ¨²nico en Espa?a de su gira Anti. Llevaba la cabeza cubierta con una capucha que velaba su belleza mestiza, y solo al acabar la pieza retir¨® la capucha, mostr¨® la melena, oscura, y se dej¨® aplaudir, gesto pausado de diva agradecida, por la multitud. Los m¨®viles no cesaban de grabar, manchando la oscuridad con sus luces blancas. La reina comenzaba a reinar. Los vasallos gritaban.
Todo indicaba en esos primeros compases lo que se acabar¨ªa confirmando a lo largo de la actuaci¨®n: all¨ª s¨®lo estaba ella. Cant¨® Woo y sin llegar al escenario principal, llev¨¢ndose todos los focos, se mantuvo como una individualidad. Estaba entonces montada en una especie de puente con los laterales trasl¨²cidos que permitieron ver los muslos de la diva, enmarcados por unos pantalones con generosos boquetes laterales mientras las bases duras y oscuras de Sex With Me atronaban el recinto. Se contoneaba lasciva, segura de su sensualidad. Por fin el puente la deposit¨® en el escenario, limpio, di¨¢fano, y unos bailarines la rodearon para que Birthay Cake ya la mostrase como cabeza de algo: de una banda que tocaba por debajo del nivel del escenario, no fuera se diesen confusiones de jerarqu¨ªa. Los m¨²sicos parec¨ªan esclavos castigados a solo mostrar su cabeza, pero ellos se vengaban mediante unos graves que cuartear¨ªan una plancha de acero.
A todo esto la din¨¢mica del concierto no daba respiro. Los temas sonaban encadenados sin dejar apenas espacio para que el p¨²blico, unas 18.000 personas que llenaron el recinto, se manifestase. Por fin, los m¨²sicos salieron de su trinchera impulsados por unos elevadores que los dejaron el nivel del escenario. Sonaba, m¨¢s fuerte si cabe que las anteriores piezas, Bitch Better Have My Money y todo segu¨ªa blanco, Rihanna, los bailarines, los telones de fondo y las luces. El sonido segu¨ªa despeinando, potente y sin definici¨®n, que brillaba por su ausencia tanto como la puntualidad de Rihanna, que hab¨ªa comenzado con una hora de retraso. De hecho ya lo hizo en su anterior visita, demostr¨¢ndose que antes cantar¨ªa un bolero que ajustarse a un horario. Pero pelillos a la mar, al tercer minuto de un concierto una hora de espera se ha olvidado.
Escaleras al cielo
Los mortales pagaron entre 45 y 107 euros. Los que vuelan m¨¢s alto ten¨ªan tres escaleras al Nirvana. Por 249 euros un lugar privilegiado, tentempi¨¦, c¨®ctel, aparcamiento cerca del recinto, sesi¨®n de fotos ante un plaf¨®n y sentirse alguien. Al lado de San Pedro.
Un poco por debajo, en las nubes altas, 232 euros por un pase laminado y un regalo indeterminado. Un poco m¨¢s abajo, 204 euros permit¨ªan recibir alguna frusler¨ªa y entrar al recinto antes que los comunes para poder ver de cerca el maquillaje de la diva. Los tiempos de entradas a uno o dos precios ya son historia. Pagando nos dejan significarnos.
La primera parte del recital de Rihanna tuvo un marcado acento bailable, entre el hip-hop y el rhythm and blues, con ella deslizando su voz a caballo entre el recitado y lo cantado. No es que las canciones sonasen igual una a otra, pero el sonido las laminaba de manera que los detalles desaparec¨ªan. Era entonces cuando la imagen de Rihanna se convert¨ªa, a¨²n m¨¢s, en principal reclamo del espect¨¢culo. De hecho, el espect¨¢culo era ella, dominante, mimetizada con los colores del escenario, tonos en blanco crudo en los que contrastaban su piel tostada y su imagen de vestal tropical. Y si no lo hac¨ªa lo suficiente los focos iluminaban, a¨²n en blanco, toda la escena, con el p¨²blico incluido para meterlo, aun m¨¢s en el show. Las canciones iban cayendo como campanas despe?adas por un acantilado, Consideration, Live Your Life, Run This Town, pero el p¨²blico, ensordecido, superado y entregado, solo pod¨ªa gritar cuando alg¨²n silencio entre tema y tema permit¨ªa que su esfuerzo pulmonar mereciese la pena.
El concierto mantuvo esta t¨®nica durante todo su desarrollo, mostrando a una Rihanna carism¨¢tica y felina pero con un sonido desmesurado. Era una reina repartiendo mamporros, capaz de meter un solo de guitarra rockero en Desperado, marcarse un medio tiempo, Diamonds, y m¨¢s tarde cascarse un tema dance como We Found Love, pero incapaz de seducir con un sonido que haga justicia a las producciones de sus discos. Triunf¨®, por supuesto, el volumen es como la coca¨ªna, sube y transmite euforia, pero dej¨® la sensaci¨®n de que aquello fue un gazpacho de estilos en el que la emulsi¨®n no funcion¨®.
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