Por d¨®nde entra el aire en los cuadros de Bacon
Asm¨¢tico, su estudio era un basurero ilustre; sus cuadros fueron cr¨®nicas de la sangre, de la carne y de la huida
Daba la mano con decisi¨®n, mirando para otro lado, como si se estuviera yendo. Elegante, camisa con rayas violetas, una chaqueta negra de tela muy fina, ese tup¨¦ que parec¨ªa redondeado por un pincel ante un espejo c¨®ncavo. Sus ojos rozando los tuyos como si se los fuera a dibujar en uno de esos cuadros en los que se crucifica a s¨ª mismo en medio de un torbellino de carne y estupor.
Ten¨ªa asma cuando lleg¨® a la galer¨ªa Marlborough de Londres, y lo dijo. Era junio, a las cuatro en punto de la tarde. Tener asma en Londres es una de las cosas m¨¢s serias del mundo. Cuando dijo ¡°tengo un ataque de asma¡± fue como si hubiera dicho ¡°paren la vida, vuelvo en un rato¡±.
Su cara se hizo violeta, como las rayas de su camisa, hasta que volvi¨® a su ser, dej¨® de ser tambi¨¦n de viento y violencia su cara bien afeitada pero dura como el saludo de un enemigo.
Como en las de sus cuadros, las caras de Bacon fueron cambiantes mientras estuvimos con ¨¦l, de pie, o cuando nos sentamos en una isla de madera que hab¨ªa debajo de uno de sus tr¨ªpticos. All¨ª se revolv¨ªan caras como si estuvieran en una batalla romana, o griega, a punto de reventarse los ojos. Todas las caras de Francis Bacon son v¨ªctimas de una ventolera, como si la carne fuera agitada por un cicl¨®n. Como su propio cuerpo, los personajes de sus cuadros buscan violentamente el aire, parecen desaparecer en medio de una ventolera. Como el pulm¨®n de un asm¨¢tico, el aire es el deseo que impulsa la violencia de esas huidas que retrata.
Sin embargo, cuando se ve su estudio, lleno de potingues sagrados, parece que se ha asentado all¨ª toda la basura del mundo. Como si jam¨¢s hubiera entrado all¨ª una escoba para limpiar el detritus oscuro de los descendientes de Di¨®genes.
En los bares ese hombre necesitado de aire y de viento y de respiraci¨®n urgente se sentaba como a esperar, como sentaba a sus personajes Samuel Beckett, su solitario semejante. Los bares eran siempre los mismos, pues en esa costumbre de asomarse a las mismas geograf¨ªas basaba su deseo de no ser importunado por las novedades de gente que pregunta con la nariz o con la cara: ¡°?Es usted el pintor?¡±.
La ¨²ltima imagen p¨²blica de ¨¦l est¨¢ tomada despu¨¦s de la vida entera, cuando no hay ni viento ni esplendor ni miseria. Cuando hay la muerte y ¨¦sta es una inscripci¨®n fatal en el dedo de un pie muerto. Un pie, no una cara ni un brazo, ni los dedos de pintar. Un pie fue el ¨²ltimo testimonio gr¨¢fico de Francis Bacon; en el verso famoso de Jos¨¦ Hierro, aquel emigrante Rodr¨ªguez est¨¢ tendido, muerto, en D¡¯Agostino, una casa funeral de Nueva York. Bacon estaba echado as¨ª, con su pie desnudo, en una cama de hospital, en Madrid, donde tanto quer¨ªa. Pero ya estaba solo, era solo Francis Bacon, irland¨¦s, busc¨® tachar la vida, y ah¨ª estaba, culminando su excursi¨®n sobre la tierra. 82 a?os. Es en ese momento, como dec¨ªa Walter Benjamin, cuando ya puede decirse qui¨¦n fuiste, pues ya no ser¨¢s nunca nadie m¨¢s que quien fuiste hasta ese instante del que no se vuelve.
Su pintura, como la de Caravaggio, fue sobre la lucha o la muerte o la sangre; o, m¨¢s bien, sobre lo que hay inmediatamente antes de la muerte, esa ventolera. Pero no era el estrafalario Di¨®genes de su estudio ni el sedentario de los bares, o no ¨²nicamente. Bacon era, tambi¨¦n, un asm¨¢tico que necesitaba el aire y, por tanto, hu¨ªa en busca del viento, en medio de cuyas turbulencias retrataba a sus personajes, amigos o mitos. Sus temas eran la sangre y la carne, y la despedida; retratos como de atletas que se despiden hacia la nada o hacia otro cuadro que deb¨ªa nacer, limp¨ªsimo, veloz, de aquel campo minado que era su estudio.
En aquel momento de nuestra cita era pulcro, aseado y elegante, entonado como un caballero ingl¨¦s vestido informalmente para pasar desapercibido en los bares y en las fiestas. Ten¨ªa una sonrisa arrepentida, como si considerara vulgar re¨ªrse en p¨²blico, y comunicaba de inmediato su gusto o su disgusto. Los que no son asm¨¢ticos quiz¨¢ no entiendan cabalmente su sentido del tiempo, la prisa que imprim¨ªa a su rostro; un asm¨¢tico es ansioso porque no halla la raz¨®n de su asfixia, y si no tiene a mano su ventol¨ªn (que usaba en p¨²blico, como los asm¨¢ticos veteranos, que no sienten verg¨¹enza de su padecimiento) se siente perdido y es hura?o, como si quisiera que se lo tragara la tierra. Enloquece el asm¨¢tico solitario, necesita el viento seco. No s¨®lo por eso ven¨ªa a Madrid. Ven¨ªa por amor, se dijo, hasta cuando era entrevistado mandaba cartas de amor y desgarro.
Su ¨²ltima vez en p¨²blico fue en el bar Cock de Madrid. ?l beb¨ªa con la tristeza reconcentrada de los t¨ªmidos, y hasta que la somnolencia de la borrachera no le pusiera en camino del corredor sin retorno no dejaba el vaso. Buscaba la respiraci¨®n, el viento, por eso en sus cuadros dibuja el aire movi¨¦ndose, como si retratara la asfixia y el color del siglo oscuro. "Quedar¨¢ un color, seguro. Oscuro, color de sangre, cualquier color. Acaso al final quedar¨¢ un solo color. Y cu¨¢l ser¨¢. Qui¨¦n sabe". Eso fue lo ¨²ltimo que le escuchamos decir en Londres, con nosotros estaba Mary Cruz Bilbao, ella nos junt¨®. Un a?o despu¨¦s Bacon muri¨® en Madrid, el ¨²ltimo viento de abril de 1992.
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