El amigo que no pudo salvar a Lorca
Carlos Morla rescat¨® de la violencia a m¨¢s de 2.000 personas que hu¨ªan de la Guerra Civil
¡°Cuando yo me muera, / enterradme con mi guitarra / bajo la arena¡±. Son versos de Memento, un poema de Cante jondo al que puso m¨²sica Carlos Morla Lynch. Durante los a?os de la Rep¨²blica, Lorca lo cant¨® al piano muchas madrugadas en el enorme piso de Morla de la calle Alfonso XII de Madrid, que cada noche despu¨¦s de cenar se llenaba de poetas, intelectuales y noct¨ªvagos que encontraban en sus sof¨¢s y en su mueble bar un refugio aristocr¨¢tico. Federico Garc¨ªa Lorca era el alma de aquellas veladas, el ni?o chistoso que sab¨ªa cortar las discusiones pol¨ªticas con una carcajada y arrancarse con coplillas al piano cuando alguien bostezaba.
Hay mucho en la vida breve de Lorca que tiene un aire premonitorio. Ese gusto por la tragedia que lo convirti¨® en tragedia misma. Hay versos sobrenaturales, como estos de Memento, que ya contienen en s¨ª mismos una inquietud. Pero verlos escritos en la partitura que compuso Morla agranda el escalofr¨ªo: esos arreglos con las indicaciones poco piu mosso y tr¨¨s lent et tr¨¨s li¨¦ son la aceptaci¨®n de los deseos del amigo, deseos que no pudo cumplir. No solo no pudo evitar su muerte, sino que fue incapaz de darle sepultura bajo la arena. La gran tragedia, que parece escrita por el mismo Lorca, fue que Carlos Morla Lynch salv¨® la vida de miles de personas cuyo destino parec¨ªa el mismo que el del poeta, convirti¨¦ndose en uno de esos h¨¦roes inmensos que la historia se resiste a reconocer, pero no pudo hacer absolutamente nada por su amigo del alma.
Carlos Morla Lynch fue consejero de la embajada de Chile en Espa?a entre 1928 y 1939. Al estallar la guerra en 1936, el gobierno chileno le dio libertad para abandonar el pa¨ªs con su familia, pero prefiri¨® no irse de Madrid, donde qued¨® a cargo de la legaci¨®n y ofreci¨® refugio (en ella, en su casa y en varios pisos que alquil¨® para tal fin) a m¨¢s de dos mil personas que hu¨ªan de la violencia pol¨ªtica. Hizo lo mismo con los republicanos que le reclamaron asilo en 1939, cuando las tropas franquistas entraron en la capital. Nunca pidi¨® un carn¨¦ ni puso condiciones a nadie, y arriesg¨® su vida y la de su familia noche tras noche ante una junta de defensa que no pod¨ªa (ni, seguramente, quer¨ªa) garantizar su inmunidad diplom¨¢tica.
Ni siquiera el testimonio de sus diarios, publicados por primera vez en 1958 en una edici¨®n muy filtrada por la censura, da cuenta del dolor que debi¨® destruirle cuando se enter¨® de la muerte de Federico, a quien cre¨ªa a salvo en Granada, al cuidado de unos parientes. Fue el 1 de septiembre de 1936. Morla estaba en la Plaza Mayor y se hac¨ªa lustrar los zapatos por un limpia ocioso en una ciudad donde ya no hab¨ªa se?ores con zapatos que lustrar, cuando oy¨® a los vendedores de prensa gritar que Federico hab¨ªa sido fusilado en Granada. Lo atribuy¨® a un bulo y dedic¨® toda una semana a confirmar la noticia mediante sus contactos diplom¨¢ticos. ¡°Yo que lo consideraba invencible, triunfador siempre, ni?o mimado por las hadas¡±, escribi¨® en sus diarios. Madrid se llen¨® de retratos f¨²nebres del poeta, ya m¨¢rtir, y Morla tuvo que seguir atendiendo a sus miles de refugiados sin poder dedicar mucho tiempo al amigo muerto que lo miraba desde las paredes.
La gran amistad de Federico y Morla queda acreditada para la historia de la literatura en la dedicatoria de Poeta en Nueva York: ¡°A Beb¨¦ y Carlos Morla¡±. Se refiere a Beb¨¦ Vicu?a, esposa del diplom¨¢tico. Cuando Lorca la escribi¨®, hac¨ªa poco m¨¢s de un a?o que conoc¨ªa al chileno, pero ya estaban unidos con una intensidad que algunos han sospechado m¨¢s propia de los amantes (aunque Andr¨¦s Trapiello, gran experto en su figura y quiz¨¢ su mayor ap¨®stol literario, aduce que este punto no queda claro en los diarios) y en la que siempre estuvo muy presente la muerte. El consejero lleg¨® a Madrid desde Par¨ªs en 1928, donde acababa de enterrar a su hija Colomba, de nueve a?os. El matrimonio se instal¨® en Espa?a destrozado, en pleno duelo por su ni?a. En un paseo por la Gran V¨ªa, a Morla le llam¨® la atenci¨®n un t¨ªtulo en el escaparate de una librer¨ªa: Romancero gitano. Lo ley¨® varias veces y encontr¨® en sus versos algo parecido al consuelo, subrayando una estrofa que tambi¨¦n suena prof¨¦tica: ¡°La noche se puso ¨ªntima, / como una peque?a plaza. / Guardias civiles borrachos / en la puerta golpeaban¡±.
Morla resolvi¨® que ten¨ªa que conocer al tal Federico, del que todo el mundo hablaba maravillas en Madrid, y Federico se convirti¨® enseguida en su amigo ¨ªntimo. A pesar de ser trece a?os m¨¢s joven, Lorca entendi¨® su dolor y su catolicismo heterodoxo y libre, pero sentido, tan parecido a su idea de la religiosidad popular. Ambos ten¨ªan m¨¢s filantrop¨ªa que ideolog¨ªa. Ambos quer¨ªan a mucha gente y se hac¨ªan querer. Al poco de conocerse, Lorca dedic¨® unas canciones ¡°a la maravillosa ni?a Colomba Morla Vicu?a, dormida piadosamente el d¨ªa 8 de agosto de 1928¡±.
Se vieron por ¨²ltima vez el 8 de julio de 1936 en su casa de Madrid. Los invitados a la cena comentaban las noticias en tono apocal¨ªptico. Hab¨ªa preocupaci¨®n, la ciudad estaba muy agitada. ¡°Federico hoy ha hablado poco -anot¨® en su diario-; se halla como desmaterializado, ausente, en otra esfera. No est¨¢ como otras veces, brillante, ocurrente, luminoso¡±. Aquella noche Federico solo hizo una contribuci¨®n a la tertulia pol¨ªtica: ¡°Yo soy del partido de los pobres, pero de los pobres buenos¡±. Fue la ¨²ltima declaraci¨®n que Morla escuch¨® de su boca.
Casi nadie se acuerda de Morla Lynch
Hasta 2011, 42 a?os despu¨¦s de la muerte de Carlos Morla Lynch, el Ayuntamiento de Madrid no coloc¨® una de esas placas con forma de rombo en la calle Prado, 26, en cuyos pisos tercero y cuarto derecha estuvo la embajada chilena durante la guerra, recordando que fue all¨ª donde el entonces consejero salv¨® la vida de miles de perseguidos. Incluso entonces la placa se coloc¨® en el zagu¨¢n, no en la fachada, por lo que el lugar sigue pasando inadvertido para casi todos los paseantes. Y ha habido que esperar a 2016 para que una corporaci¨®n municipal otorgue su nombre a una calle de Madrid.
Entre medias, la sombra de una sospecha: ?pudo salvar a Miguel Hern¨¢ndez? Neruda (que fue c¨®nsul en Madrid) acus¨® al diplom¨¢tico de no haber dado asilo en 1939 al poeta de Orihuela. La acusaci¨®n suena injusta y no se ha podido probar.
Se saldan deudas, aunque a tan largo plazo que ya suenan vencidas. Pese al esfuerzo de unos cuantos divulgadores, entre los que destaca Trapiello, y de una editorial entusiasta (la sevillana Renacimiento), que ha publicado los diarios de guerra (Espa?a sufre: diarios de guerra en el Madrid republicano), los informes diplom¨¢ticos y la parte de los diarios referida a su relaci¨®n con Lorca (En Espa?a con Federico Garc¨ªa Lorca), a Morla Lynch solo lo frecuentan quienes van por los caminos menos transitados. Casi todos sus diarios (88 cuadernos manuscritos) siguen in¨¦ditos por voluntad de sus nietas, que respetan as¨ª el deseo de su abuelo.
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