Ajedrez, tanques y polic¨ªas
Hay pa¨ªses donde la fiebre del juego de mesa es igual o mayor que la del f¨²tbol.
Hay pa¨ªses donde la fiebre del ajedrez es igual o mayor que la del f¨²tbol. Por ejemplo, Azerbaiy¨¢n, donde unas 3.000 personas de 188 pa¨ªses disputar¨¢n la Olimpiada (bienal) del 1 al 14 de septiembre. De las quince que he cubierto, ninguna tan convulsa como la de Yerev¨¢n (Armenia) en 1996, con tanques en las calles y una pasi¨®n desmedida por el deporte mental. Para llegar y regresar atraves¨¦ Georgia, cuyas ajedrecistas son hero¨ªnas nacionales, lo que me salv¨® de grandes apuros.
Esta peculiar conversaci¨®n telef¨®nica ocurri¨® el 25 de septiembre de 1996 hacia las 16.00. Un jefe de Internacional de EL PA?S (no recuerdo qui¨¦n) me llam¨® a la sala de prensa de la Olimpiada de Yerev¨¢n: ¡°Necesito unas 60 l¨ªneas donde cuentes lo que est¨¢ pasando, muertos, heridos, detenidos, etc.¡±. Le dije que se equivocaba de persona y de lugar, y no le gust¨®. ¡°T¨² est¨¢s en Yerev¨¢n. Hay tanques y tiros por las calles porque la oposici¨®n acusa al Gobierno de falsear el resultado de las elecciones. ?Acaso no te has enterado de nada?¡±.
Por fortuna, mi colega alem¨¢n Stefan L?ffler, del Frankfurter Allgemeine, estaba en situaci¨®n id¨¦ntica a la m¨ªa. Hicimos equipo y sacamos el m¨¢ximo provecho de la popularidad del ajedrez en Armenia y de nuestras acreditaciones para la Olimpiada; por ejemplo, para colarnos en las habitaciones de un hospital y hablar con algunos heridos; o para hacernos los tontos cuando la polic¨ªa secreta nos pillaba en sitios prohibidos para la prensa. Vimos a soldados jugando al ajedrez en lo alto de un tanque. De hecho, las elecciones hab¨ªan sido convocadas a prop¨®sito en las mismas fechas que la Olimpiada, y varios analistas dijeron que la inundaci¨®n de ajedrecistas por las calles evit¨® males a¨²n mayores. Habl¨¦ con el presidente de Armenia entonces, Levon Ter-Petrosi¨¢n, y pude comprobar que -como el actual, Serzh Sargsi¨¢n- es un apasionado del ajedrez y el primer hincha de la selecci¨®n nacional.
Meses antes, pens¨¦ que esa pasi¨®n nacional y la acreditaci¨®n para la Olimpiada me iban a abrir la frontera terrestre entre Turqu¨ªa y Armenia en Akyaka, tras recorrer por carretera m¨¢s de 1.000 kil¨®metros desde ?nkara con el fin de conocer esa parte del pa¨ªs. Mis telegramas lograron el compromiso de la polic¨ªa armenia para abrirme su barrera si llegaba hasta ella, y una ambigua respuesta de las autoridades turcas. Cuando por fin llegu¨¦, el teniente turco al mando en la frontera me invit¨® a jugar una partida mientras se tramitaba mi petici¨®n. Acab¨¦ en la oficina de un general, quien muy amablemente se neg¨® a dejarme pasar, lo que me oblig¨® a un rodeo norte-este-sur a trav¨¦s de Georgia. Unas doce horas despu¨¦s ve¨ªa amanecer junto al Palacio de Congresos de Yerev¨¢n, rodeado de un mill¨®n de ¨¢rboles que recuerdan los muertos causados por los turcos durante el genocidio de 1915.
M¨¢s divertido, aunque tambi¨¦n convulso, fue el viaje de vuelta por carretera de Yerev¨¢n a Tiflis, la capital de Georgia. Hab¨ªa muchos controles de polic¨ªa, y era de noche. En territorio armenio, mi truco era recitar la alineaci¨®n de Armenia (Akopi¨¢n, Vagani¨¢n, Lputi¨¢n, Minasi¨¢n, Anastasi¨¢n y Petrosi¨¢n), que hab¨ªa logrado el 5? puesto en la Olimpiada, mientras mostraba mi acreditaci¨®n a los polic¨ªas. Y funcion¨® de maravilla: sonre¨ªan o aplaud¨ªan y me franqueaban el paso. En la parte georgiana recitaba el equipo de las hero¨ªnas que hab¨ªan ganado el oro femenino: Chiburdanidze, Loseliani, Arajamia y Gurieli.
Tambi¨¦n funcion¨®, sobre todo en el ¨²ltimo control, alrededor de las 03.00, a unos 30 kil¨®metros del aeropuerto de Tiflis, en la mitad de ning¨²n sitio. Aquellos polic¨ªas no estaban para bromas; nada m¨¢s salir del coche tuve que poner las manos en el techo para que me cachearan. Ah¨ª mismo, de espaldas, logr¨¦ chapurrear en ruso de d¨®nde ven¨ªa, y a?ad¨ª r¨¢pidamente la salmodia de la alineaci¨®n. Mano de santo. El sargento me salud¨® y dijo ¡°one moment¡±, mientras, ante mi asombro, met¨ªa las manos entre unas zarzas para extraer una botella de champ¨¢n georgiano y unos vasos de pl¨¢stico. Desde aquel brindis veo a las ajedrecistas georgianas como mis ¨¢ngeles protectores.
Babelia
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