Lo mineral y lo vivo

Desde su primer libro, Antonio Cabrera se ha centrado en el encuentro del sujeto contempor¨¢neo con la hoja perenne de la naturaleza (o con lo que queda de ella en los albores del siglo XXI). En Corteza de abedul, esta avidez contemplativa da cabida al mural ornitol¨®gico y a las taxonom¨ªas bot¨¢nicas habituales en el autor. Sin embargo, Cabrera no solo quiere ser silvestre. El reto de la escritura consiste en acompasar el ritmo de la imagen y el del pensamiento, en un movimiento de ida y vuelta que fluct¨²a ¡°ente lo mineral / y lo vivo¡±, lo abstracto y lo cotidiano, la cercan¨ªa y la distancia: ¡°Pon distancia tambi¨¦n para estar dentro¡±. La superficie de las cosas se transforma en un pasadizo secreto que conecta con la entra?a del mundo.

Ese enfoque cosista nos descubre un ecosistema en constante ebullici¨®n, regido por los ciclos estacionales, pero tambi¨¦n subordinado a los ¡°reflejos lucientes¡± de una sociedad que a menudo confunde el tesoro de la biosfera con la calderilla ecol¨®gica. La presencia de escaparates, piscinas y espejismos remite al eterno debate entre apariencia y realidad, al tiempo que entrega algunas de las reflexiones m¨¢s interesantes del volumen: as¨ª sucede en ¡®M¨ªmesis¡¯, que aborda los desajustes entre la visi¨®n y el lenguaje (¡°S¨¦ que la estoy falsificando?/ con tanta realidad¡±), o en ¡®Visita a Francisco Brines en Elca¡¯, que confronta la evocaci¨®n de ¡°la casa escrita¡± con la gravidez de ¡°la casa real¡±. Menci¨®n aparte merece ¡®Pieza de Giacometti¡¯, que sustituye la previsible descripci¨®n ecfr¨¢stica por la experiencia din¨¢mica de quien se siente a la intemperie en el museo y guarecido en la naturaleza. Al margen de la ebriedad tel¨²rica y de las exequias medioambientales, Corteza de abedul es un admirable canto al milagro difuso de estar vivo.