La hora de la literatura
Los escritores colombianos tienen ante s¨ª un nuevo horizonte para explorar el lenguaje de la reconciliaci¨®n
Qui¨¦n iba a pensar que fuera tan dif¨ªcil escribir una palabra de tres letras y una sola s¨ªlaba: PAZ. Toda una vida de naci¨®n en guerra, cientos de miles de muertos, millones de desplazados y varios a?os de negociaciones fue el precio que pag¨® Colombia antes de redactar el acuerdo que ahora permite asomarse al final de un conflicto armado que parec¨ªa infinito. Es un texto de 300 p¨¢ginas y 127.414 palabras, y lleva a pensar que hacer la paz tambi¨¦n pasa por escribirla. Y no s¨®lo en un documento hist¨®rico como ese; tambi¨¦n en un previsible aluvi¨®n de novelas, poemas, ensayos, grafitis, blogs, reportajes y obras de teatro.
Pero volvamos al punto de partida: la dificultad de poner con l¨¢piz sobre el papel esa palabra, paz, esquiva como una promesa. Generaci¨®n tras generaci¨®n, los escritores colombianos nos hemos vuelto expertos en las muecas de la violencia, que nos resulta tan familiar como a otros la plaza de su pueblo o el patio de su casa. Yo era ni?o y t¨² mi compa?era, dice Antonio Machado de su vieja angustia, y otro tanto podemos decir nosotros de una guerra que ha permeado nuestras vidas y nuestros libros. Y que ha marcado muchas de nuestras mejores p¨¢ginas y personajes m¨¢s emblem¨¢ticos, desde Arturo Cova, de La Vor¨¢gine, en cuya boca puso el autor aquella frase agorera: ¡°Jugu¨¦ mi coraz¨®n al azar y me lo gan¨® la violencia¡±; pasando por el coronel Aureliano Buend¨ªa, a quien Garc¨ªa M¨¢rquez hizo pelear cien guerras y perderlas todas, o por el bandolero Desquite, de quien el poeta Gonzalo Arango cuenta que grab¨® a filo de pu?al en la culata de su arma la leyenda ¡°Esta es mi vida¡±.
Pregunta Arango sobre la tumba de Desquite: ¡°?No habr¨¢ manera de que Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir?¡±. Y yo a mi vez me pregunto, ahora que el pa¨ªs siente que se aleja de esa muerte constante que parec¨ªa ser nuestro destino: ?podremos los escritores empezar a sondear los posibles ¨¢ngulos de la vida, lograremos pintar sus pliegues y repliegues? Est¨¢ claro que la literatura no admite condicionamientos ni f¨®rmulas, y menos a¨²n consignas, porque vuela libre. Pero tambi¨¦n es cierto que tiene alma exploradora y vocaci¨®n de futuro, y que, como dijo Deleuze, la narrativa es la historia de un pueblo que todav¨ªa no existe.
La guerra ha marcado muchos personajes emblem¨¢ticos, desde Arturo Cova al coronel Aureliano Buend¨ªa
Nuestros o¨ªdos acostumbrados al ruido y la furia, ?se abrir¨ªan ante los susurros de la paz? ?Nuestras historias alertas y estridentes podr¨¢n serenarse ante la duermevela de la cotidianidad? Cotidianidad, esa palabra tan ajena a nuestro agitado acontecer y a nuestros estremecidos relatos. Y que se hermana en suavidad y secretismo a esa otra noci¨®n, la de intimidad, que suele escap¨¢rsele a una literatura casi siempre atareada con el tropel de acontecimientos. Y en el terreno de la ¨¦tica, habr¨¢ que emprender exploraciones lejos del burdo reduccionismo b¨¦lico, seg¨²n el cual es bueno quien est¨¢ conmigo y malo quien disiente. Corresponder¨¢ ir desentra?ando en cambio un sistema de valores, un c¨®digo de convivencia que ayude a construir un nosotros donde antiguos enemigos puedan reencontrarse.
Indispensable ha sido escribir nuestra guerra ¡ªnuestras guerras¡ª una y otra vez a lo largo de decenios, bregando a asirlas o, si se quiere, a exorcizarlas. Con frecuencia se ha producido en el pa¨ªs literatura magn¨ªfica al tratar de comprender la violencia; al acorralar el frenes¨ª de su sinraz¨®n a trav¨¦s del raciocinio de investigaciones, reportajes y ensayos; al quebrar la embestida de su caos desde la trinchera de un discurso potente y l¨ªmpido. As¨ª fue, as¨ª tuvo que ser y as¨ª seguir¨¢ siendo, porque en la paz no se aterriza como en un aeropuerto: es un camino arduo y culebrero. Y porque la paz que acaba de firmarse es por lo pronto una paz y quedan por conquistar muchas otras.
Pero tambi¨¦n cabe suponer que m¨¢s de uno entre nosotros aproveche esta hora propicia para indagar a qu¨¦ sabe eso que llamamos paz, cu¨¢les son sus conflictos y traiciones, sus cimas y sus ca¨ªdas. ?Qu¨¦ signos la deletrean, qu¨¦ contradicciones la atraviesan, qu¨¦ silencios impone, cu¨¢les palabras la nombran? El lenguaje de la reconciliaci¨®n, que los escritores espa?oles han ejercitado como di¨¢logo vigoroso desde el final de su Guerra Civil, tal vez obtenga entre los colombianos su momento y sus profetas. Si hace unos a?os el poeta Juan Manuel Roca escrib¨ªa que la violencia colombiana lo hab¨ªa llevado a tener m¨¢s amigos en los cementerios que en los bares, me gusta pensar que justo ahora quiz¨¢s otro poeta ¡ªo quiz¨¢s el propio Roca¡ª debe estar plante¨¢ndose esta serie de preguntas en la mesa de alg¨²n bar entre un grupo de buenos amigos.
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