Poe y Whitman en los suburbios
Las casas de los dos escritores est¨¢n ubicadas en medio de la pobreza actual de EE UU; una se abre por el esfuerzo de una asociaci¨®n y la otra est¨¢ cerrada por vacaciones Tres palabras me arden en la lengua: democracia, poes¨ªa y misericordia
Poca distancia separa la casa de Edgar Allan Poe de su tumba, de sus dos tumbas. Edgar Allan Poe fue un hombre que tuvo una sola casa y dos enterramientos en la ciudad de Baltimore. Su casa de Baltimore no est¨¢ edificada en Baltimore, sino en un extrarradio. Se encuentra en el 203 de Amity Street. A mediados del XIX, la gente constru¨ªa sus casas en las afueras de Baltimore huyendo de la peste y del c¨®lera, de las enfermedades que pululaban en las ciudades portuarias. No es casualidad que el Baltimore de Poe sea el mismo que el de la famosa serie de televisi¨®n The Wire. El fantasma del escritor se hermana con la marginaci¨®n ins¨®lita y el tr¨¢fico de drogas elevado a una rara forma de arte de vanguardia.
Nada m¨¢s entrar en esa casa de Amity Street, de lo primero que te alegras es de no haber nacido en el siglo XIX. Si Edgar Allan Poe te habla desde alguna parte, ese lugar es la miseria material. Hay una mujer en la entrada. Me explica que la vivienda ha estado cerrada mucho tiempo por falta de fondos. Nadie quer¨ªa pagar los 80.000 d¨®lares (70.921 euros) que costaba mantener la casa-museo. Huele a humedad. Miro a los ojos de la mujer que me habla. Parece una enviada de una secta de adoradores del cuervo alqu¨ªmico. La mano de la muerte est¨¢ en esta casa por todas partes. En la cocina hay otra mujer, que tambi¨¦n me habla. Las dos mujeres pertenecen a una asociaci¨®n de amigos de la casa de Poe, que recaudan dinero para que siga abierta. Piden ayuda para sufragar los gastos, como los afroamericanos del barrio piden limosna en la calle. Es un lugar que me recuerda a los pol¨ªgonos industriales de las ciudades espa?olas del interior. El paisaje urban¨ªstico es una exaltaci¨®n de la mala suerte colectiva. La mujer de la cocina de la casa de Poe me explica cosas referidas a esa asociaci¨®n, pero lo hace en un ingl¨¦s decimon¨®nico que me cuesta entender. Pienso en este instante en las traducciones de Poe hechas por Julio Cort¨¢zar. La cocina es min¨²scula. Aqu¨ª vivi¨® Poe con su mujer, que era su prima; con su suegra, que era su t¨ªa, y con su cu?ado y con la madre de su suegra. Un c¨®nclave familiar metido en un espacio inhumano. No cabe tanta gente en la cocina, tendr¨ªan que hacer turnos para estar en ella, porque es tan peque?a que parece un agujero en la pared. La escalera que sube al primer piso es claustrof¨®bica. Solo cabe una persona delgada. De hecho, veo detr¨¢s de m¨ª a un afroamericano obeso que se ha quedado atascado en la escalera y grita. Pide ayuda en medio de un ataque de p¨¢nico. Le ayudamos entre todos. Le sugieren que suba la escalera de perfil. Lo intenta, pero tampoco es posible. Es un fan ac¨¦rrimo de Poe. Se echa a llorar. Poe es para este hombre el Elvis del siglo XIX. Aunque, sin duda, Poe era flaco. Todos eran flacos. Es una escalera de flacos. Y es una casa para gente de estaturas peque?as. Calculo que Poe medir¨ªa un metro cincuenta y cinco. Bajitos y flacos. Alzo mi mano y toco el techo, un techo amarillo. La habitaci¨®n del primer piso es diminuta. La del segundo es a¨²n m¨¢s peque?a. Y la buhardilla es simplemente un ata¨²d. Pienso que dormir¨ªan de pie y en paralelo. Pienso que Poe escribir¨ªa de pie, como William Faulkner. No hay sitio para sentarse. Si se sentaba, tendr¨ªa que sentarse en el regazo de su t¨ªa-suegra, o en el de su abuela-suegra. En la buhardilla hay unas botas altas, pero vete a saber de qui¨¦n fueron. Es imposible saber algo as¨ª.
Viendo su morada, uno obtiene una revelaci¨®n: la imaginaci¨®n del genio del relato naci¨® de una huida, de la huida de la miseria
Cerca de esta casa se encuentra el Lexing?ton Market, creado en 1782. Es un mercado popular que Poe frecuent¨®. En ¨¦l se vende el mejor pastel de cangrejo del mundo. La gente hace cola para comprarlo. Muy cerca est¨¢ el cementerio de Westminster con las dos tumbas del autor de El cuervo. En una descans¨® hasta 1875 y en la otra hasta hoy. Viendo la primera tumba y viendo su casa, uno obtiene una revelaci¨®n: toda la imaginaci¨®n de Edgar Allan Poe naci¨® de una huida, de la huida de la miseria. Toda su celebrada literatura fue un ant¨ªdoto contra la pobreza, que nunca hizo expl¨ªcita en su literatura porque nadie lo hubiera entendido. Ni el propio Poe lo hubiera entendido.
En la ciudad de Camden, separada de Filadelfia por un puente gigantesco que comunica dos Estados, el de Pensilvania con el de Nueva Jersey, est¨¢ la tumba y la casa de Walt Whitman. El puente es gratuito si vas de Phily a Camden, es decir, si vas de la riqueza a la pobreza, pero hay que pagar cinco d¨®lares si vas de Camden a Phily, si vas de la pobreza a la riqueza. Voy al cementerio de Harleigh y me encuentro un peque?o mausoleo con una verja y un candado. Dentro hay un mont¨®n de l¨¢pidas blancas con el apellido Whitman por todas partes. Whitman y Whitman y Whitman. Es hermoso ese nombre en todas partes. El poeta se hizo acompa?ar de toda su familia. Bueno, al menos no se sentir¨¢ solo, pienso. El candado de la verja es muy antiguo. Parece abandonado. No creo que nadie guarde esa llave en alg¨²n sitio. Las l¨¢pidas se iluminan con el sol de la ma?ana. Una de las l¨¢pidas centrales es la del poeta. Para ver la casa donde vivi¨® Walt Whitman en Camden tienes que concertar cita y est¨¢n siempre de fiesta, nadie contesta al tel¨¦fono. Tiene gracia: la casa de Poe en Baltimore se abre por el esfuerzo personal de una asociaci¨®n y la de Whitman en Camden es una casa cerrada por vacaciones. No me aclaran cu¨¢ndo terminan esas vacaciones. Tiene a¨²n m¨¢s gracia: las dos casas est¨¢n ubicadas en mitad de la pobreza actual de Estados Unidos. Si Poe y Whitman volvieran a sus casas, sus vecinos ser¨ªan los nuevos miserables. Estoy llamando al timbre de la casa de Walt Whitman mientras se me acerca un homeless blanco, un hombre corpulento, con un abrigo rojo y de cuadros, ra¨ªdo, un abrigo de los a?os setenta, un abrigo pop. Me pregunta: ¡°Are you Chinese?¡±. Le digo que no. ?l me dice que tampoco es chino. A?ade que va a votar a Donald Trump para que acabe con los chinos. Esta escena ocurre en medio de la descomposici¨®n suburbial de Camden, en donde un mont¨®n de pobres revolotean como mariposas lentas alrededor de una casa cerrada en donde vivi¨® el poeta que fund¨® Am¨¦rica. Camden es la ciudad donde la marginaci¨®n se convierte en una forma rara de la inteligencia: un buen destino para Whitman, el hombre que se celebr¨® a s¨ª mismo. Le digo al homeless que estoy esperando a que me abran la puerta de la casa de Walt Whitman, aunque s¨¦ que esto es tan imposible como impedir que este hombre vote a Donald Trump. El homeless mira el letrero donde se lee Walt Whitman House y luego me mira a m¨ª, vuelve a mirar al letrero, mira al cielo, se marcha y dice: ¡°Yo no soy chino, voy a votar a Donald Trump, y no s¨¦ qui¨¦n era Whitman, seguro que era un chino como t¨²¡±. Tres palabras me arden en la lengua: democracia, poes¨ªa y misericordia.
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