El cine mexicano se atreve al fin con el terremoto de 1985

Este lunes la funci¨®n de prensa de 7:19 llevaba una hora de reproducci¨®n cuando son¨® la alarma s¨ªsmica en la Ciudad de M¨¦xico. En la pantalla del cine Diana se proyectaba el drama protagonizado por Demi¨¢n Bichir y H¨¦ctor Bonilla, cuyos personajes quedan prensados bajo los escombros causados por el terremoto de 1985 una ma?ana de hace 31 a?os. El simulacro que lleva a cabo el Gobierno cada 19 de septiembre en memoria de la tragedia sorprendi¨® a los periodistas, que abandonaron la sala y salieron a la avenida Reforma para reunirse con decenas de miles de personas que hab¨ªan sido evacuadas de los edificios aleda?os.

El terremoto de 1985 est¨¢ en la memoria de todos los capitalinos mayores de 30 a?os. Los mayores todav¨ªa recuerdan fragmentos de la narraci¨®n de Jacobo Zabludovsky, el periodista del sistema, describiendo el horror que hab¨ªa ante ¨¦l. Cines, restaurantes, centros nocturnos, edificios de oficinas y viviendas reducidas a escombros. El terremoto acab¨® con miles de vidas y cambi¨® para siempre el paisaje de los barrios del centro de la ciudad. Carlos Monsiv¨¢is escribi¨® en Entrada libre que ese d¨ªa hubo medio millar de derrumbes en un radio de 30 kil¨®metros.

La mayor tragedia que ha vivido la capital en su historia reciente era materia pendiente para el cine mexicano. Los cineastas de los setentas como Arturo Ripstein, Jorge Fons y Felipe Cazals no tocaron el tema. El relevo, la llamada generaci¨®n de la crisis, no tuvo oportunidad ni recursos, aunque una pel¨ªcula muy menor sobre el tema se film¨® en 1987. Con la explosi¨®n del nuevo cine mexicano de los a?os noventa los directores y guionistas exploraron otras vetas narrativas.

Jorge Michel Grau, de 43 a?os, se atrevi¨® con el terremoto en su segundo largometraje. El egresado del Centro de Capacitaci¨®n Cinematogr¨¢fica (CCC) sorprendi¨® a las audiencias con su ¨®pera prima, Somos lo que hay, sobre una familia de can¨ªbales que se ve obligada a aprender a cazar a sus presas porque el patriarca ha muerto. La cinta tuvo muy buena acogida con las audiencias que gustan del g¨¦nero e incluso fue adaptada en Estados Unidos.

En 7:19, la propuesta del director es, por sencilla, extremadamente valiente. Fernando Pellicer (Bichir), un pol¨ªtico corrupto del PRI y Don Mart¨ªn (Bonilla), el portero de un edificio del Gobierno del Distrito Federal, quedan sepultados por los escombros tras el terremoto. Durante m¨¢s de una hora las actuaciones de ambos sostienen, nunca mejor dicho, el peso de la pel¨ªcula. Bonilla y Bichir se conocen desde los inicios de los ochenta, cuando aquel dirigi¨® a este en la telenovela Cuando los hijos se van, una adaptaci¨®n de Televisa de la exitosa cinta del mismo nombre. En 1989 ambos participaron en Rojo amanecer, de Jorge Fons, sobre la matanza estudiantil de Tlatelolco.

Grau apost¨® por una realizaci¨®n muy innovadora para ilustrar una premisa austera. Los dos actores se encuentran inmovilizados a lo largo de toda la cinta. Mart¨ªn tiene un pedazo de techo a escasos cent¨ªmetros de la cabeza mientras que Pellicer no puede levantarse porque una viga le ha destruido las piernas. Todo lo que los rodea es hormig¨®n resquebrajado y fierros doblados. El fino polvo del cemento cubre los rostros del personaje. Y las voces de otras v¨ªctimas hacen de personajes secundarios. Una linterna y una taza son objetos para crear tensi¨®n en un ambiente claustrof¨®bico. Y poco m¨¢s.

El cineasta mantiene con ¨¦xito, al menos la primera mitad de la pel¨ªcula, el reto de contar una terrible historia de destrucci¨®n con escasos efectos especiales. Hacia el final de la cinta, sin embargo, los personajes creados por Grau y el escritor Alberto Chimal exhiben, de la misma forma que el edificio que se les vino abajo, la debilidad de sus cimientos. 7:19, no obstante, es una buena muestra del impulso narrativo a pesar de las limitaciones presupuestarias.