Occidente es un invento de libro
Las buenas ediciones de cl¨¢sicos griegos y latinos se multiplican justo cuando desaparecen de los planes escolares. Abrieron los caminos de la ¨¦tica y la est¨¦tica occidentales y muchos de sus mitos siguen siendo los nuestros
Al publicar Dafnis y Cloe, en 1880, Juan Valera se disculpaba en el pr¨®logo por su audacia al traducir esa novela er¨®tica, tan sensual y pagana. Y confesaba, para esc¨¢ndalo de sus fr¨ªvolos amigos de la buena sociedad madrile?a, que ¨¦l le¨ªa a Homero. ?Y dec¨ªa que le gustaba! La Il¨ªada apareci¨® en versi¨®n castellana a finales del siglo XVIII. La segunda versi¨®n, la de Hermosilla, es de 1820. (En Francia se tradujo a Longo, autor de Dafnis, a mediados del XVI y Goethe adoraba esa novela, aqu¨ª ignorada. De la Il¨ªada y la Odisea hubo en toda Europa numerosas versiones desde fines del XVI). Tuvo m¨¢s suerte la Odisea, pues Gonzalo P¨¦rez fue el primero en traducirla en verso a una lengua moderna. Pero desde mediados del siglo XVII a fines del XVIII casi nadie en la cat¨®lica Espa?a tradujo a los griegos. Los latinos fueron mucho m¨¢s conocidos, porque los cl¨¦rigos y algunos doctos pod¨ªan leerlos en una u otra lengua. Las versiones de ¨¦poca rom¨¢ntica recobraron, al fin, a algunos cl¨¢sicos. As¨ª, el ilustrado Ranz Romanillos tradujo hacia 1830 todas las Vidas paralelas de Plutarco. Pero a¨²n entonces nuestro mezquino humanismo estaba muy lejos del moderno fervor europeo hacia el mundo cl¨¢sico.
Con este breve apunte no quiero recordar esa oscura historia, sino destacar c¨®mo en el ¨²ltimo medio siglo hemos tenido un asombroso progreso en la recuperaci¨®n de ese legado cl¨¢sico. Con admirable empe?o, en Espa?a se han traducido y editado, al fin, todos los grandes textos griegos. Y no para manejo de eruditos y acad¨¦micos, sino para todos, en formatos asequibles y con amplias tiradas.
No puedo cuantificar en qu¨¦ medida se leen ahora los textos traducidos, pero s¨ª afirmo que ahora es muy f¨¢cil acceder a ellos, como nunca antes. Ahora tenemos muchas y buenas versiones ¡ªa menudo en libros de bolsillo¡ª de la Il¨ªada y la Odisea, los Di¨¢logos de Plat¨®n, Arist¨®teles, Her¨®doto, Jenofonte, Tuc¨ªdides, Arist¨®fanes, los l¨ªricos y los tr¨¢gicos, y de las casi 50 Vidas plutarqueas. E incluso versiones completas y bien prologadas de los autores m¨¢s especializados, como Euclides, Hip¨®crates, Estrab¨®n, Polibio y Ateneo (marca un hito la Biblioteca Cl¨¢sica Gredos, con m¨¢s de 400 tomos, pero es larga tambi¨¦n la serie en Alianza, C¨¢tedra y Akal). As¨ª que, para los grandes cl¨¢sicos, el lector puede elegir entre traducciones diversas: sean de Homero, los poetas l¨ªricos, los historiadores, los fil¨®sofos o los tr¨¢gicos. En el caso de la Odisea hay seis muy fieles: las de F. Bar¨¢ibar, J. M. Pab¨®n, F. Guti¨¦rrez, L. Segal¨¢, J. L. Calvo y C. Garc¨ªa Gual (yo mismo). Tres en verso y tres en prosa, con ritmos bastante distintos. Cada traducci¨®n ofrece finos matices. Por ejemplo: el primer verso de la Odisea define al protagonista con el ep¨ªteto polytropos (el nombre de Odiseo aparece mucho despu¨¦s). En ellas lo encontramos traducido por seis distintos: ¡°ingenioso¡±, ¡°h¨¢bil¡±, ¡°astuto¡±, ¡°de multiforme ingenio¡±, ¡°de muchos senderos¡±, y ¡°de m¨²ltiples tretas¡±.
Cuando Juan Varela tradujo Dafnis y Cloe se disculp¨® por ocuparse de una novela er¨®tica tan sensual y pagana
Escrib¨ªa Borges en Las versiones hom¨¦ricas (comentando varias inglesas, ninguna espa?ola): ¡°Gracias a mi desconocimiento del griego, la Odisea es para m¨ª una biblioteca internacional¡±. Destacaba c¨®mo las versiones espejean con reflejos diversos el texto y ¨¦ste se renueva con fulgores nuevos. Una buena traducci¨®n sabe actualizar el mensaje, y cada ¨¦poca deber¨ªa renovar vivazmente sus cl¨¢sicos.
La frase que define a estos como ¡°libros o autores que todo el mundo afirma haber le¨ªdo, pero que nadie lee¡± est¨¢ ya trasnochada; pues presumir de lecturas literarias no da ya ning¨²n prestigio social. La ense?anza de la literatura universal no figura ni en los planes escolares. Resulta ir¨®nico que perdure el prejuicio de que leer a los antiguos es entretenimiento anticuado y nada rentable. Y, sin embargo, a juzgar por las numerosas ediciones, y tantas en bolsillo, en Espa?a se leen y releen bastante. De modo que la cuesti¨®n es: ?por qu¨¦ leer y releer, a estas alturas, textos tan antiguos?
Conozco estupendas y claras apolog¨ªas de esas lecturas: de Borges, Italo Calvino, George Steiner y otros; pero no voy a resumirlas. S¨®lo insistir¨¦ en que hay que releer a los cl¨¢sicos (griegos, latinos y posteriores) ante todo por placer ¡ªintenso, intelectual y sentimental¡ª y tambi¨¦n porque son el mejor ant¨ªdoto contra esa visi¨®n ¡°unidimensional¡± que, seg¨²n Marcuse, caracteriza y embrutece la mentalidad contempor¨¢nea. La agudeza cr¨ªtica y la punzante frescura de los griegos, que abrieron los caminos del sentir y el pensar, la ¨¦tica y la est¨¦tica occidentales, perviven en sus escritos, po¨¦ticos, filos¨®ficos, cr¨ªticos, con sorprendente viveza. Los griegos apreciaban la sencillez y la claridad, y al pensar y descubrir el mundo se expresaron en palabras y conceptos de larga sombra, y mitos que nos son familiares porque los heredamos de ellos. Es f¨¢cil entender a los griegos, de cualquier ¨¦poca. Hay escritores dif¨ªciles, como P¨ªndaro y Tuc¨ªdides; pero los relatos de Homero y Her¨®doto y las figuras de sus dramas compiten en claridad con los de cualquier narrador moderno. Entre la Odisea hom¨¦rica y el Ulises de ?Joyce hay un sendero enrevesado. Si bien evocan un contexto hist¨®rico lejano, sus acentos y sus temas conmueven e impactan porque a¨²n los sentimos nuestros, es decir, por su fresco y hondo humanismo. Todo cl¨¢sico, ya se ha dicho, invita a relecturas sin fin; siempre descubrimos algo nuevo. Leerlos es caminar con ellos entre mito y logos.
La definici¨®n de cl¨¢sico como el libro que todos dicen haber le¨ªdo pero nadie lee est¨¢ trasnochada. Leer ya no da prestigio
Por lo ya dicho, ser¨ªa arbitrario recomendar s¨®lo dos o tres entre tantos temas, autores y ¨¦pocas. A su propio riesgo cada lector debe escoger sus amistades en la larga galer¨ªa de los escritores griegos. En apoyo de mis l¨ªneas, mencionar¨¦ tres libros seductores: De la Il¨ªada (Min¨²scula), de Rachel Bespaloff; Eros. Po¨¦tica del deseo (Dioptr¨ªas), de Anne Carson, y El eterno viaje (Ariel), de Adam Nicolson, cuyo subt¨ªtulo es todo un programa: C¨®mo vivir con Homero.
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