Gris
Angelika Kirchschlager dej¨® claro desde el principio que no era su tarde, y que est¨¢ muy lejos de ser la estimable cantante de Lieder de hace 15 a?os
La lectura del r¨¢cano programa invitaba ya a la desconfianza: cinco canciones de la op. 57 de Brahms (?Por qu¨¦ no la colecci¨®n completa?) y las Antiguas tonadas sobre poemas de Gottfried von Keller de Hugo Wolf (una obra menor) en la primera parte; seis lieder espigados de varias colecciones de Schumann (y uno solo de verdadera entidad, Erstes Gr¨¹n) y otras tantas m¨¦lodies de Reynaldo Hahn (un extra?o pegote final despu¨¦s del popurr¨ª anterior) en la segunda. En total, media hora escasa de m¨²sica por parte.
Obras de Brahms, Wolf, Schumann y Hahn.
Angelika Kirchschlager (mezzosoprano) y Julius Drake (piano).
Teatro de la Zarzuela, 18 de octubre.
Bien interpretadas, hasta podr¨ªan haber contribuido a una digna inauguraci¨®n de la 23? edici¨®n del Ciclo de Lied del Teatro de la Zarzuela. Pero Angelika Kirchschlager dej¨® claro desde el principio mismo no ya que no era su tarde, sino que est¨¢ muy lejos de ser la estimable cantante de Lieder que debut¨® en este mismo ciclo hace ya 15 a?os. Su voz ha envejecido extraordinariamente, se ha vuelto mate, sin brillo, con agudos tirantes, graves sin cuerpo y un vibrato incontrolable. No parece poder afrontar con garant¨ªas melod¨ªas largas, que se ven a menudo interrumpidas por tomas de aire extempor¨¢neas. Y, al margen de las limitaciones f¨ªsicas, no frasea con musicalidad, ni cierra las frases con esmero, ni logra transmitir los matices de los poemas, algo que deja m¨¢s en manos de gestos faciales y movimientos corporales, casi siempre en poca consonancia con los sonidos reales que llegaban al p¨²blico.
Tampoco la dicci¨®n tuvo la claridad deseable, y en m¨¢s de un momento se apart¨® incluso notoriamente de los textos originales. Si en el repertorio alem¨¢n hab¨ªan abundado las carencias, en las canciones de Hahn se roz¨® el desprop¨®sito: fuera de estilo, desgalichadas, ninguna de la seis se salv¨® del naufragio, incluida la inevitable ? Chloris o L¡¯heure exquise, esta ¨²ltima incluida en las Chansons grises del compositor franc¨¦s, un t¨ªtulo tomado de Verlaine y cuyo adjetivo define mejor que ning¨²n otro c¨®mo fue el concierto, que ni el buen hacer de Julius Drake desde el piano (aunque por debajo de su excelencia habitual) pudo salvar. Fueron detalles aislados suyos (los arpegios en la mano izquierda en Es tr?umte mir, los acordes tibiamente disonantes al comienzo de Unbewegte laue Luft) lo ¨²nico que quedar¨¢ en el recuerdo. Los aplausos fueron muy parcos (este p¨²blico entiende) y Kirchschlager intent¨® arreglar lo inarreglable con dos propinas schumannianas (Widmung y Liebeslied). Pero ambos regalos fueron tambi¨¦n grises, muy grises.
Babelia
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