El escenario del crimen
La creadora de Ripley desvela el origen y los primeros pasos de su enigm¨¢tico personaje
En mi primer libro sobre Tom Ripley, ¨¦ste es un joven de 25 a?os, inquieto y sin tra?bajo en Nueva York, que temporalmente vive en el apartamento de un amigo. Se hab¨ªa quedado hu¨¦rfano a una edad temprana y fue criado en Boston por una t¨ªa bastante taca?a. Tiene un cierto talento para las matem¨¢ticas y la m¨ªmi?ca, y estas dos habilidades lo capacitan para llevar adelante. por carta y tel¨¦fono, un peque?o juego de intimidaci¨®n a los contribuyentes estadounidenses: les pide un nuevo pago a una oficina del Servicio Interno de Recaudaci¨®n cuya sucursal. dice, se encuentra en una determinada direcci¨®n: la del amigo en cuya casa est¨¢ viviendo, y Ripley recoge las cartas cuando llegan, aunque no puede hacer nada con los cheques que ¨¦stas contienen excepto re¨ªrse con una extra?a satisfacci¨®n.
Cuando Ripley se da cuenta una no?che de que es seguido en las calles de Manhattan por un hombre de mediana edad, su primer pensamiento es que el hombre es, o podr¨ªa ser, un agente de la polic¨ªa enviado para detenerle por su fraudulento juego tributario. El segui?dor resulta ser el padre de un conocido de Ripley al que a ¨¦ste, de entrada, le resulta dif¨ªcil recordar: Dickie Greenleaf, que ahora vive en Europa, dice el padre. Herbert Greenleaf invita a Tom a cenar al d¨ªa siguiente, y en la cena Tom conoce a la madre de Dickie y tiene una visi¨®n moment¨¢nea de las m¨¢s refinadas cosas de la vida: buen mobiliario, servicio de plata en la mesa, orden y buenas maneras. Estas cosas ¡ªse da cuenta Tom, y no por vez primera¡ª constituyen sus aspiraciones. Adem¨¢s, los Greenleafle ofrecen costearle un viaje de ida y vuelta a Italia. Tom acepta ir.
Es la primera vez que viaja a Europa. Llega al pueblecito donde vive Dickie Greenleaf y va a visitarle. Cuanto m¨¢s tiempo est¨¢ con Dickie m¨¢s envidia el modesto pero regular sueldo que a ¨¦ste le paga un grupo de empresas de Estados Unidos; le envidia su independencia y lo que a Tom le parece su educaci¨®n en las costumbres de los europeos. Pero cuando Dickie sorprende a Tom prob¨¢ndose uno de sus trajes, se enfada much¨ªsimo y llega al punto de pedirle que salga de la casa. No obstante, se van juntos a San Remo, y Tom mata a Dickie cuando est¨¢n solos en una lancha motora a cierta distancia de la playa. Tom hunde el cuerpo en el agua con ayuda de unas piedras y se deshace de la motora de la misma manera. Al d¨ªa siguiente vuelve a la casa de Dickie, donde empieza a inventar historias sobre la desaparici¨®n de ¨¦ste.
A Tom se le interroga sobre el asesinato de Dickie, pero nunca se le acusa del mismo. Es el ¨²nico asesinato que Tom lamenta profundamente y del que se siente avergonzado, porque es consciente de que lo llev¨® a cabo por ego¨ªsmo, codicia, envidia, c¨®lera. Durante un cierto tiempo asume la identidad de Dickie, se hace con su pasaporte y lo utiliza, redacta un testamento a su favor y lo firma con el nombre de Dickie. El padre de ¨¦ste, Herbert Greenleaf, se lo cree todo. Tom Ripley est¨¢ en su camino, independiente y determinado a ascender, a mejorar de posici¨®n, seg¨²n ¨¦l lo ve.
Recuerdo el lugar donde naci¨® Ripley, en el sentido de ser una imagen de poca importancia en mi memoria. En Positano, en mi primer viaje all¨ª, en 1951, a finales de verano o principios de oto?o. Yo estaba en un hotel con un amigo, y nuestra habitaci¨®n o habitaciones ten¨ªan una terraza con vistas al mar y a la playa. La costa forma all¨ª una acogedora curva con unas cuantas barcas de pesca amarradas o ancladas. Sin embargo, la playa est¨¢ llena de guijarros y resulta desagradable andar por ella. Una ma?ana, alrededor de las seis, me despert¨¦ y sal¨ª a la terraza. Todo estaba sereno y tranquilo. Los acantilados se alzaban a gran altura a mi espalda y estaban fuera de mi vista en ese momento, pero s¨ª eran visibles a la derecha y a la izquierda. No hab¨ªa un alma en los alre?dedores, nada se mov¨ªa excepto una o dos gaviotas; luego me di cuenta de que un joven solitario, en pantal¨®n corto y sandalias, con una toalla echada sobre el hombro, paseaba por la playa de derecha a izquierda. Miraba hacia abajo ¡ªqui¨¦n no lo har¨ªa as¨ª, a causa de las piedras y guijarros¡ª. S¨®lo pod¨ªa ver que su pelo era lacio y oscuro. Ten¨ªa un aire meditabundo, tal vez preocupado.
Y ?por qu¨¦ estaba solo? No parec¨ªa el tipo atl¨¦tico que se dar¨ªa un ba?o fr¨ªo a solas y a una hora tan temprana. ?Se hab¨ªa peleado con alguien? ?Qu¨¦ era lo que bull¨ªa en su mente? Nunca m¨¢s le volv¨ª a ver. Ni siquiera escrib¨ª algo sobre ¨¦l en mi cahier. ?Qu¨¦ habr¨ªa podido decir? Su apariencia era la de otros mil turistas estadounidenses en Europa ese verano.?
Una figura solitaria
Meses despu¨¦s, la escena de la playa vol?vi¨® a mi mente. Mientras tanto, yo hab¨ªa escrito algunos relatos cortos y un par de art¨ªculos, por supuesto. Estaba familiariz¨¢ndome cada vez m¨¢s con Europa y con la forma de vida de la gente en Fran?cia, Alemania e Italia. Era mi segundo viaje a Europa, iba a durar dos a?os y tres meses, e inclu¨ªa Trieste y M¨²nich. Empezaba a notar no tanto la atracci¨®n de Europa, sino la posibilidad de una afinidad con ella, tan profunda e importante que pod¨ªa no desear ni necesitar discutirla con mis amigos o mi familia. Me vino la idea de un joven vagabundo estadounidense enviado a Europa para, si era posible, hacer regresar a casa a otro estadounidense. Deb¨ª haberme dado cuenta entonces de que la idea se parec¨ªa a la de The ambassadors, de Henry James. No obstante, la m¨ªa iba a tener m¨¢s de una desviaci¨®n del tema de James.?
Y luego, cuando pensaba en el primer libro sobre Ripley, cuando escrib¨ªa las primeras p¨¢ginas, no estoy segura de que me viniera a la mente la imagen de la playa de Positano con la figura solitaria. La imagen no estaba sobre el papel. Nunca la utilic¨¦ en una escena en Positano (di otro nombre a la ciudad). Era algo en mi mente parecido a una fotograf¨ªa descolorida aunque indeleble, casi olvidada, hasta que a?os m¨¢s tarde los periodistas me preguntaron: "?De d¨®nde sac¨® usted la idea para Ripley?", y cuando me devanaba los sesos para contestarle, para recordar exactamente d¨®nde, volvi¨® a m¨ª la figura solitaria, y describ¨ª su apariencia como la hab¨ªa visto desde una distancia de doscientos o m¨¢s metros. "?Conoci¨® usted alguna vez a ese hombre?", ser¨ªa la siguiente pregunta. No, no estoy segura de que le haya visto nunca de nuevo en un restaurante o un bar de Positano. Permanec¨ª en Positano unos cuantos d¨ªas m¨¢s en ese primer viaje, pero no se me ocurri¨® echar una mirada alrededor buscando al tipo estadounidense que hab¨ªa visto esa ma?ana temprano. ?Qu¨¦ bien me hubiera venido verlo? Detalles m¨¢s precisos podr¨ªan incluso haber estropeado todo. En cualquier caso, cuando tuve una oportunidad de ver de nuevo a ese joven, es decir, cuando estuve en el sur de Italia, la idea del primer libro sobre Ripley no estaba en mi mente.
La playa de Positano
Puedo imaginar dos motivos para que los criminales vuelvan al escenario de su crimen: ver si han dejado alguna prueba incriminatoria, o hacer revivir la emoci¨®n o el placer que les proporcion¨® la realizaci¨®n del hecho ¡ªtal vez¡ª. Un tercer motivo, supongo que cre¨ªble en algunos casos, es el deseo de ser reconocido, acusado y apresado. Los anales del crimen est¨¢n llenos de ejemplos de retornos, y los asesinos admiten a menudo un deseo de regresar al lugar y errar por ¨¦l simplemente para que se les detenga y se les preste atenci¨®n.?
El trozo de la playa de Positano, que no ha cambiado mucho si se except¨²a que ahora puede albergar algunas barcas y algunas personas m¨¢s, no ejerce en m¨ª una particular fascinaci¨®n. Ripley no naci¨® realmente all¨ª, y necesit¨® de otro elemento para saltar la vida: la imaginaci¨®n, que lleg¨® muchos meses m¨¢s tarde.
Las inquietantes andanzas de un canalla seductor
Con el personaje de Tom Ripley, Patricia Highsmith ha conseguido algo que no est¨¢ al alcance de cualquier narrador: que el lector se intereses por las andanzas de un sujeto amoral y da?ino que, curiosamente, siempre acaba cayendo m¨¢s simp¨¢tico que los individuos, no menos turbios que ¨¦l, con los que se cruza y a los que se ve forzado a eliminar. Han pasado 35 a?os desde que la se?or Highsmith nos presentara al extra?o Tom en A pleno sol; 35 a?os en los que hemos podido seguir la evoluci¨®n del personaje, desde la m¨¢s absoluta miseria hasta una c¨®moda vida burguesa, a trav¨¦s de cinco novelas. Durante todo ese tiempo, Ripley ha dejado de ser un adolescente temeroso y confundido, hijo de unos padres prematuramente desaparecidos que le confiaron a una t¨ªa que rea una aut¨¦ntica rp¨ªa, para convertirse en un pilar de la provinciana sociedad francesa que le acogi¨® desde su matrimonio con una rica heredera.
Al principio las cosas no le fueron tan bien. Record¨¦mosle en A pleno sol, pasando hambre en las calles de Nueva York y aceptando un trabajo alimenticio de manos del millnario se?or Greenleaf, preocupado porque su reto?o, el infeliz de Dickie, anda holgazaneando por Italia en vez de cumplir con sus obligaciones en Nortam¨¦rica. Nada ten¨ªa que ver aquel Ripley inseguro, que ten¨ªa que llevarse a Dickie a casa sin saber muy c¨®mo, con este gentleman farmer que protagoniza Ripley en peligro. Ahora Tom puede eliminar a quien le molesta sin arquear ni una ceja, pero hace a?os asesinar a Dickie Greenleaf le cost¨® Dios y ayuda. Y es que, a su turbia y ambigua manera, le apreciaba. La ambig¨¹edad sexual de Ripley estaba presente a lo largo de A pleno sol. Por eso nos sorprendimos al encontrarle, 15 a?os despu¨¦s, felizmente casado una dulce tontita francesa en La m¨¢scara de Ripley.?Nunca nos hemos acabado de creer que la ame (un cierto cari?o y basta), aunque Highsmith intercale a menudo comentarios al respecto. La hip¨®tesis del braguetazo nos parece mucho m¨¢s convincente. A fin de cuentas, Tom no s¨®lo no quiere tener hijos con Heloise, sino que ni siquiera comparte su dormitorio. Da la impresi¨®n de que se ha buscado una c¨®moda tapadera que le permita seguir con sus trapicheos, en este caso un asunto de falsificaci¨®n de cuadros que se salda, una vez m¨¢s, con sangre: la del falsario Bernard Tufts y la del entrometido Murchison.
Cuatro a?os despu¨¦s, en El amigo americano, los muertos ser¨¢n dos mafiosos. Ripley, siguiendo su peculiar escala de valores, no soporta a los chicos de la cosa nostra.?As¨ª que los eliminar¨¢ con la complicidad de un enfermo terminal por el que llega a encari?arse sinceramente.
Y es que Ripley, aunque de un modo oblicuo, experimenta sentimientos hacia la gente con la que se cruza (hombres, principalmente). Y lo mismo le sucede a quienes se cruzan con ¨¦l.
Este es el caso de Frank Pierson, el extra?o adolescente con un horrible secreto a la espalda que se pega a ¨¦l como una lapa en Tras los pasos de Ripley (1980). Con frank, al que Tom ve, en cierta medida, como alguien muy parecido a Dickie Greenleaf, se repite la ambigua relaci¨®n mantenida hace a?os en Italia. Juntos atraviesan varios pa¨ªses mientras la adorable Heloise, como de costumbre, se las apa?a muy bien para hacer ver que no se entera de nada.
Ripley en peligro es, hasta el momento, la ¨²ltima aparici¨®n p¨²blica del extra?o Tom. A pesar de su t¨ªtulo espa?ol, el peligro es aqu¨ª menos evidente que en las anteriores entregas de la saga.
Aunque la vida de Ripley es precaria y se basa en una utilizaci¨®n constante de la astucia para hurtar el cuerpo a un pasado de cr¨ªmenes, timos y asuntos sucios, nuestro hombre, en el fondo, ha vencido al a sociedad y ha sabido utilizarla perfectamente en su beneficio. Su peripecia vital nos recuerda que no es necesario ser bueno para triunfar, sino que una mezcla de maldad e inteligencia da mejores resultados.
Ah¨ª le tenemos, con varios cr¨ªmenes a la espalda, cultivando sus dalias en el jard¨ªn y comiendo langostas a cuya agon¨ªa se niega a asistir: nada hiere m¨¢s la sensibilidad de Tom Ripley que el ruido de las patas de un crust¨¢cero contra el cristal del microondas.
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