Un relato para uso pol¨ªtico
La dictadura del relativismo ha transformado el oficio de historiador. Ya no se acude al pasado para comprender el presente, sino para construir identidades
De pronto, todo fue giro, tambi¨¦n en historia, entendida como oficio de unas gentes que se dedican a escribir narraciones documentadas del pasado. Cuando comenzaba la d¨¦cada de los noventa, vivimos algo mareados bajo el efecto de tant¨ªsimo turn como hab¨ªa sacudido a otras ciencias sociales: giro constructivista en sociolog¨ªa, giro ling¨¹¨ªstico en filosof¨ªa anal¨ªtica con su r¨¢pida expansi¨®n a los estudios literarios; de ah¨ª, luego, giro cultural, al que muy pronto sigui¨® el giro a la memoria y el paso a primera fila de la identidad como objeto privilegiado de construcci¨®n cultural. Quien no giraba se sent¨ªa perdido en los tiempos post que se anunciaban: posmodernismo, posmarxismo, posestructuralismo, pos-social. Todo acto de habla presumi¨® de performativo mientras todo lo social se disolv¨ªa en lo cultural.
Hubo quien lleg¨® a postular que, siendo inaccesibles los hechos, lo que tal o cual historiador escribiera sobre, por ejemplo, la era victoriana no nos dec¨ªa nada de la era victoriana, sino solo de lo que tal o cual historiador escrib¨ªa sobre ella. El noble sue?o de la objetividad, al que Peter Novick hab¨ªa dedicado un libro magistral, acab¨® por desvanecerse cuando an¨¢lisis, interpretaci¨®n y narraci¨®n documentados quedaron reducidos a mero relato y el sujeto se sinti¨® libre de cualquier constricci¨®n objetiva procedente de los hechos. Descartes, Kant, Hegel o Nietzsche est¨¢n ah¨ª ¨²nicamente para tomar de ellos lo que sirva a nuestros actuales prop¨®sitos, escribi¨® Keith Jenkins en su agria pol¨¦mica con Richard Evans sobre el porqu¨¦ de la historia. El estudio del pasado, por, en y para s¨ª mismo, dec¨ªa, no tiene inter¨¦s alguno. La historia solo vale en la medida en que de ella pueda extraerse algo que nos sirva hoy de alguna utilidad.
Lo ¨²til de la historia consisti¨® en cultivar nuestra propia identidad en cuanto diferente de otras. Situar la memoria y la identidad en el centro de la cultura, despu¨¦s de haber transformado todo lo social en cultural y toda historia en relato, tuvo mucho que ver con el derrumbe de los paradigmas derivados de la Ilustraci¨®n, exhaustos ya cuando sucumbi¨® aquel comunismo p¨²dicamente llamado socialismo real. De la historia concebida como progreso de la libertad o como arma de emancipaci¨®n social no qued¨® nada desde el momento en que un historiador como Fran?ois Furet pudo dictaminar que ¡°la idea de una sociedad otra ha llegado a ser casi imposible de pensar¡±. Sin nada en el horizonte m¨¢s que la mera repetici¨®n, el pasado se convirti¨® en un gran repositorio al que cada cual acude para extraer aquello, pero solo aquello, que contribuya a la construcci¨®n de su identidad o, lo que viene a ser igual, a la gesti¨®n de su memoria.
De ah¨ª que, despu¨¦s de los giros y de los post, se comenzara a hablar de los usos p¨²blicos de la historia. Pasamos as¨ª de una idea de la historia como conocimiento del pasado con vistas a la comprensi¨®n y transformaci¨®n del presente a una pr¨¢ctica historiogr¨¢fica dirigida a la construcci¨®n de memorias e identidades. Y si lo encontrado en el curso de la investigaci¨®n no sirve para la construcci¨®n en la que cada cual anda empe?ado, peor para lo encontrado: se borra y santas pascuas. As¨ª se han multiplicado los relatos de memoria y la construcci¨®n de identidades de grupo, g¨¦nero, edad, religi¨®n, naci¨®n; as¨ª han proliferado los museos y las exposiciones memoriales; as¨ª han servido materiales dispersos del pasado a los cambios de relato que los nuevos polit¨®logos tanto recomiendan como b¨¢lsamo de fierabr¨¢s que igual sirven para un roto que para un descosido: al cabo, para que una idea sea eficaz no importa que sea verdadera, sino que mucha gente crea que lo es.
Lo m¨¢s notable que ha ocurrido con la historia en estos 25 a?os es su sustituci¨®n por la memoria hist¨®rica
Ciertamente, esta irrupci¨®n de lo memorial/cultural como v¨ªa al pasado desde los intereses y preocupaciones del presente no ha ido sin fuertes pol¨¦micas, en Francia con la formaci¨®n de asociaciones bajo el lema Libert¨¦ pour l¡¯histoire frente a la proliferaci¨®n de ¡°leyes memoriales¡±; entre brit¨¢nicos con intervenciones in defense of history frente a sus debeladores. En todo caso, tanto en el ¨¢mbito franc¨®fono como en el angl¨®fono, los sucesivos giros han tenido tambi¨¦n el efecto de suscitar grandes obras de historia sobre las cat¨¢strofes que han ensangrentado el siglo XX con la sucesi¨®n de genocidios, cr¨ªmenes contra la humanidad, desplazamientos de poblaciones, campos de concentraci¨®n, gulags, purgas, todo eso en fin que hizo de Europa un continente oscuro y del mundo un campo de batalla.
En Espa?a, por la doble incitaci¨®n de un pasado con traumas no resueltos y con un Estado en permanente tejer y destejer y tantas naciones en alguna etapa del proceso de su construcci¨®n, el terreno estaba abonado para que floreciera la memoria y a la par se cultivara la llamada, en la mejor tradici¨®n organicista, identidad colectiva: hab¨ªa mucha cat¨¢strofe en el pasado que arreglar y mucha naci¨®n ¡ªy varias naciones¡ª en el futuro que construir. Nada de extra?o, pues, que lo m¨¢s notable que ha ocurrido con la historia de nuestro tiempo en estos ¨²ltimos 25 a?os haya sido su desplazamiento y, en muchos casos, su sustituci¨®n por la memoria, apellidada hist¨®rica para la ocasi¨®n, y que no pocos historiadores se hayan afanado en o contribuido a la b¨²squeda de se?as de identidad ¨²tiles para la construcci¨®n de sus respectivas naciones, como se puso de manifiesto en esos cuentos de hadas ¡ªdefinirlos como mitos es elevar su categor¨ªa¡ª que son los pre¨¢mbulos de los estatutos de autonom¨ªa de segunda generaci¨®n. Uso pol¨ªtico de la historia se denomina en ambos casos la figura.
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