El juguete rabioso

El mayor sobresalto que recibieron los espectadores de la rutinaria Ouija (2014) de Stiles White llegaba en los cr¨¦ditos finales: all¨ª, un r¨®tulo detallaba que el t¨¦rmino Ouija, lejos de referirse a un instrumento ancestral de comunicaci¨®n con el m¨¢s all¨¢ era, en realidad, una marca propiedad de la multinacional juguetera Hasbro. El t¨¦rmino lo registr¨® en 1890 el inventor y abogado Elijah Bond cuando patent¨® su propia tabla alfab¨¦tica concebida a imagen y semejanza de la que, por aquel entonces, utilizaban espiritistas americanos con menos olfato comercial. Con el tiempo, la marca acabar¨ªa integrada en el cat¨¢logo de Hasbro. No deja de ser interesante, pues, considerar Ouija, la pel¨ªcula, como el aparatoso anuncio de un juguete disfrazado de cinta de terror: curiosa publicidad la que intenta venderte un objeto con el potencial de atraer a un esp¨ªritu que, literalmente, te cosa los labios.

Ouija, el origen del mal es la precuela de esa mediocre pel¨ªcula y, en este caso, la remarcable sorpresa es que su responsable se haya tomado el trabajo mucho m¨¢s en serio que su predecesor. Comprometido con el g¨¦nero, Mike Flanagan -autor de, entre otras, Oculus: el espejo del mal (2013)- decide jugar aqu¨ª la carta del horror vintage, que tan buenos resultados le ha dado al James Wan de Expediente Warren: The Conjuring (2013). Flanagan demuestra aqu¨ª ser un cineasta capaz de componer el plano, esculpir una atm¨®sfera progresivamente enrarecida y pensar en la eficacia de una sobria puesta en escena, como si, de hecho, estuviera canalizando esa autoconciencia de la teatralidad que tiene su personaje central: una espiritista viuda, madre de dos hijas, que suple sus carencias para la videncia con una cierta ¨¦tica de la representaci¨®n. Ouija,el origen del mal no inventa nada, pero logra erigirse en s¨®lida pesadilla para un buen Halloween.