La memoria de un siglo
Entrevista con el escritor alem¨¢n Ernst J¨¹nger, que cumple cien a?os el 29 de marzo
Ernst J¨¹nger, autor de diarios claves sobre lo que se llam¨® la est¨¦tica del horror, as¨ª como de un importante ensayo ¡ªEl Trabajador¡ª acerca de la cultura t¨¦cnica moderna y sus repercusiones, est¨¢ considerado, incluso por sus cr¨ªticos m¨¢s acerbos, como un gran estilista del idioma alem¨¢n, al que algunos incluso ponen a la altura de los grandes cl¨¢sicos de la literatura germ¨¢nica, cumplir¨¢ el pr¨®ximo d¨ªa 29 cien a?os y sigue, a pesar de esa edad b¨ªblica, trabajando, fresco de cabeza y gozando de buena salud, en el peque?o pueblecito de Suabia, Wilfingen, en el que reside desde hace varios decenios, y donde, en v¨ªsperas del centenario, concedi¨® esta larga entrevista a EL PA?S.
P. Se?or J¨¹nger, el pr¨®ximo d¨ªa 29 cumplir¨¢ usted cien a?os, algo totalmente desacostumbrado y m¨¢s entre escritores. ?Qu¨¦ supone eso para usted?
R. En casa de unos conocidos en Suiza, o¨ª la historia de un campesino que acababa de cumplir cien a?os, y al que sus conocidos y familiares le preguntaban si no sent¨ªa miedo, pues la cosa no pod¨ªa alargarse mucho m¨¢s, a lo que el campesino respondi¨®: "No, no tengo miedo, pues muy pocas veces leo en el peri¨®dico que haya muerto alguien de cien a?os". Quisiera a?adir algunas cosas. Nac¨ª en 1895, el a?o en el que Rontgen descubri¨® los rayos X, y el a?o tambi¨¦n en el que culmin¨® el Affaire Dreyfuss. Esos dos sucesos tuvieron gran importancia para nuestro siglo, al menos para su primera mitad. Sin los rayos X, que utiliz¨® luego Laue para realizar ciertas mediciones de objetos que propiamente estaban ya m¨¢s all¨¢ de la imaginaci¨®n humana, no habr¨ªa bomba at¨®mica. Y el Proceso Dreyfuss fue, propiamente, el enfrentamiento entre las fuerzas conservadoras y las democr¨¢ticas, y el que hizo prosperar a estas ¨²ltimas, lo que repercuti¨® durante a?os. Mis primeros recuerdos infantiles est¨¢n marcados por la conversaci¨®n que mi padre tenia en la mesa sobre estos sucesos.
P. En un lugar de su obra cita usted un aforismo de Lichtenberg: "Las esperanzas, como las piernas, no deben estirarse demasiado". ?Ha sido ¨¦sa la receta para llegar a edad tan b¨ªblica, o hay alguna otra ¡ªf¨ªsica o ps¨ªquica para un logro tan desacostumbrado?
R. Eso lo tiene que ver cada uno. En todo caso, se debe ir al m¨¦dico lo menos posible, y si se tiene una cierta fuerza vital, entonces se va tambi¨¦n poco. Pero una receta general no existe. Cada cual debe vivir seg¨²n su "gusto" (sic). Quiz¨¢ eso pueda estar ya predeterminado en los genes. Se debe vivir para cada d¨ªa, carpe diem, lo otro viene ya de por si, l¨®gicamente.
"No he llevado una vida activa, sino una vida plat¨®nica; cuando he tratado con la realidad, ¨¦sta me ha defraudado"
P. En su obra juega un papel importante la figura del soldado. Curiosamente, en este siglo el oficial -y el militarismo¡ª han dejado de ser un factor modelador del Estado. Del oficial hemos pasado al civil, y del civil al economista como modelador social. ?Es el Economista el nuevo soldado de una nueva infanter¨ªa?
R. Cierto, el soldado ha desaparecido, ha tenido que inclinarse ante el t¨¦cnico. Todo eso lo he explicado detalladamente en El Trabajador. Personalmente estoy de acuerdo con una m¨¢xima que le¨ª en Marx. Mi posici¨®n acerca de lo heroico, la adquir¨ª como lector. La peque?a guerra de 1870-71, de la que se habl¨® mucho entre nosotros y que estimul¨® una cierta arrogancia en Alemania, nunca me result¨® particularmente imponente. Frente a eso, los cantos de Ariosto me produjeron una honda impresi¨®n. Llev¨¦ conmigo a Ariosto en el bolsillo del pantal¨®n durante la 1? Guerra Mundial. Y cuando, como lector, se avanza en el mundo ideal, entonces se siente uno desenga?ado por la realidad. Eso lo expres¨® Marx de una forma muy precisa. Con p¨®lvora no es propiamente posible ning¨²n hero¨ªsmo. Y eso se repite, una y otra vez, desde los or¨ªgenes. La t¨¦cnica es, de por s¨ª, algo totalmente contrapuesto al m¨¦rito guerrero. De un viejo tirano de Sicilia se cuenta que dijo cuando oy¨® que se hab¨ªa descubierto una bal¨ªstica especial: "Dios m¨ªo, se acabaron los dioses y el hero¨ªsmo". Y eso se ha repetido siempre. Esa contradicci¨®n existe desde el principio y ha alcanzado ahora con la bomba at¨®mica un m¨¢ximo que propiamente excluye totalmente las guerras. Me visit¨® aqu¨ª Moravia y conversamos en esta misma habitaci¨®n con todo detalle sobre esto.
P. Es decir, que ya no hay guerras en el sentido cl¨¢sico. ?Y qu¨¦ son entonces guerras como las de los Balcanes, el Golfo u otras semejantes?
R. No, ya no hay guerras, y si hubiera una porque alguien apretase, por descuido, el bot¨®n rojo, eso ser¨ªa para ambas partes aniquilador, porque las armas no s¨®lo pueden arrasar toda una superficie, sino que pueden tambi¨¦n cubrir y arrasar el globo completo. ?sa es una de las razones por las que el Estado Mundial se hace propiamente indispensable. Respecto a esas guerras citadas, hay que verlas desde dos perspectivas. Primero, la guerra de los Balcanes es comparable a las guerras de Diadochen y, en segundo lugar, esas guerras contribuir¨¢n a una mayor concentraci¨®n, lo que ya se ve en el papel de la ONU.
P. Usted escribi¨® que son mucho m¨¢s necesarios los fil¨®sofos de la historia que los f¨ªsicos at¨®micos. Nos hallamos, sin embargo, ante el hecho parad¨®jico de que cada vez hay menos fil¨®sofos de la historia y una ciencia que hace como que tiene el monopolio de la interpretaci¨®n del mundo. ?Qu¨¦ puede decir de todo eso?
R. Nietzsche hizo aprecia?ciones muy prof¨¦ticas. En mi opini¨®n, Nietzsche es el profeta de la era tit¨¢nica. Afirm¨® "el si?glo XXI es mi hogar". Quisiera darle la raz¨®n en eso, en el sentido de que el acopio de energ¨ªa sera tan enorme que ya no se sabe c¨®mo el ser humano podr¨¢ controlarla. Tendr¨ªa que surgir, como tambi¨¦n pide Nietzsche, un nuevo tipo de hombre, ¨¦l lo denomina el Superhombre. Y que para m¨ª es la Gestalt del Trabajador, un concepto que ha sido malinterpretado, incluso por cabezas extraordinarias. Tanto Spengler como Carl Schmitt me acusaron de proclamar el canto del proletario. No es as¨ª, sino que es una visi¨®n neoplat¨®nica del Trabajador, es decir, una visi¨®n de la substancia tit¨¢nica.
P. A prop¨®sito de ese tita?nismo, usted ha interpretado repetidamente el siglo XXI como el siglo de la lucha entre dioses y titanes, y ha anunciado tanto la vuelta de los dioses como que el siglo XXI ser¨¢ un siglo de titanes. ?Qu¨¦ puede decir usted hoy de todo eso?
R. Eso es cierto. Esa lucha entre titanes y dioses es, como ya dijo Hes¨ªodo y tambi¨¦n los fil¨®sofos griegos, infinita e in?temporal. Comienza con el tiempo y va m¨¢s all¨¢ del tiempo, y estaba ya en marcha mucho antes de que se pudiera pensar en un ser humano o en una naturaleza org¨¢nica. Los dioses tienen por hogar la intemporalidad, mientras que los titanes viven totalmente en el tiempo, y en este momento el tiempo est¨¢ en su floraci¨®n. Con nuestras m¨¢quinas medimos la desintegraci¨®n del ¨¢tomo y cosas as¨ª que tocan ya las ¨²ltimas fronteras de lo intemporal, y lo mismo con nuestras expediciones al cosmos y con nuestros telescopios, con los que vamos hasta las fronteras del universo.
P. Usted escribi¨® que con la Segunda Guerra Mundial se hab¨ªa llegado al final de la era burguesa, y en general ha hecho duras cr¨ªticas a la burgues¨ªa, a la sociedad que hoy llamar¨ªamos liberal. Ahora resulta que, con la ca¨ªda del muro, m¨¢s que al final de la era burguesa asistimos a su triunfo respecto al fascismo, al socialismo o al comunismo. ?No ha sido refutada su postura sobre la era burguesa?
R. Pero la ca¨ªda del muro, que me alegr¨® mucho, es s¨®lo un fen¨®meno ef¨ªmero dentro de los grandes cambios que se consuman. Hay que considerar primero al Este y al Oeste y esas contraposiciones gigantescas, que comienzan ya con la Historia, desaparecen en el caso de que se llegue al Estado Mundial. Y en la praxis, es decir, t¨¦cnica y quiz¨¢ filos¨®ficamente, el Estado Mundial ya existe. Ya no hay contraposiciones. Respecto a lo dicho sobre la burgues¨ªa, lo corregir¨ªa hoy, cosa que tambi¨¦n Spengler me reproch¨®. Pero la desaparici¨®n del muro es un acto ef¨ªmero, que repito que me ha alegrado, pero que s¨®lo es un acontecimiento en un avance progresi?vo que causa un cierto equili?brio entre Este y Oeste.
P. En su vida, siempre ha estado muy presente tanto la fan?tas¨ªa como la aventura. Usted mismo dice en alg¨²n lugar que la aventura ha quedado reduci?da a una especie de parque natural. La aventura se ha degradado hoy a turismo. Y con las ideas hacemos como con el turismo: ver s¨®lo los estereotipos que est¨¢n dentro del programa de turismo intelectual. ?Hay una destrucci¨®n de todo camino aventurero o no convencional?
"Con p¨®lvora no es posible ning¨²n hero¨ªsmo. La t¨¦cnica es, de por s¨ª, algo totalmente contrapuesto al m¨¦rito guerrero"
R.Bueno, quiz¨¢ se pueda decir as¨ª. La t¨¦cnica destruye naturalmente en parte la aven?tura. Es decir, una playa, una playa deshabitada, que visito, si quiero volver a ella diez a?os despu¨¦s, ha surgido all¨ª una ca?dena de hoteles. Ya mi padre me advirti¨®: "Si te ha gustado un lugar, no vuelvas nunca m¨¢s, pues eso solo puede llevarte a la frustraci¨®n". Pero si alguien vuelve a la luna?eso tiene tambi¨¦n algo de aventura. Lo que, naturalmente, tambi¨¦n tie? ne algo de frustraci¨®n, pues la vieja diosa Selene es, en cierta manera, desflorada.
P. En sus diarios hay una se?r¨ªe de observaciones cr¨ªticas sobre Hitler y sobre sus deficiencias de car¨¢cter. ?Qu¨¦ opini¨®n tiene usted hoy retrospectiva?mente de la figura de Hitler y de sus repercusiones?
R. Me parece completamente catastr¨®fico que haya crecido en Viena, donde Lueger y otros expandieron un antisemitismo monstruosos. Si Hitler no hubiera seguido ese antisemitismo, si no hubiera cogido ya eso en su ni?ez, el mundo ser¨ªa hoy totalmente distinto. Fue un transformador del mundo, pero en un sentido nada agradable.
P. Y si lo comparamos con otros dictadores de la ¨¦poca, como Mussolini o Franco, ve usted alguna diferencia esencial?
R. Hay diferencias. Sobre eso podr¨ªan decirse muchas co?sas. Mussolini se hundi¨®, en lo esencial, porque se apeg¨® de?masiado a las ideas de Hitler.
P. En el Glossarium de Carl Schmitt, ¨¦ste se refiere a la ira que su "fr¨ªa mirada" de "sism¨®?grafo" despierta entre cr¨ªticos y adversarios, sobre lo que co?menta Schmitt que eso es como "la ira del director de un bal?neario hacia el m¨¦dico que diagnostica un caso de peste en su establecimiento". ?Ratifica?r¨ªa usted esa forma de ver las cosas?
R. Carl Schmitt, del que fui muy amigo, y que fue incluso padrino de mi hijo Alexander, a pesar de ser cat¨®lico, tengo la impresi¨®n de que tom¨® a mal, lo mismo que Benn, el que yo no me uniera, como ellos, al movimiento. Pero no se lo tom¨® a mal. Yo ya se lo advert¨ª: por ejemplo, cuando un d¨ªa me dijo cuando ¨ªbamos por la calle que "el F¨¹hrer pone orden"; a lo que le contest¨¦: "puede que a nivel del derecho se pueda debatir acerca de eso, pero pol¨ªticamente se arriesga usted a un la lectura de los grandes cl¨¢sicos, de los grandes fil¨®sofos, y cuando me he metido en la realidad, ¨¦sta me ha defraudado en lo esencial. Y tendr¨ªa que decir que coincido con Leon Bloy, quien dijo que en el momento de la muerte nos introducimos en la substancia de la Historia. Y qu¨¦ puede ser la substancia de la Historia, no el tiempo, sino lo intemporal. En Tom¨¢s de Aquino encontrar¨¢ usted tambi¨¦n cosas parecidas. Quisiera pedirle que, cuando reproduzca la conversaci¨®n, lo haga con gran precauci¨®n, pues como usted sabe, si suelto un peque?o rat¨®n, mis adversarios en seguida hacen de ¨¦l un dinosaurio.
P. Pero usted particip¨® en dos guerras mundiales y ha visto muy de cerca la muerte y muchas otras crueldades.
R.Respecto a la crueldad, tengo que decir que no he tenido nada que ver con ella. Yo pertenezco al cuerpo de oficiales de Prusia, y en ¨¦l no se ataca a personas desarmadas: puedo decir que algo as¨ª no me ha ocurrido nunca. Tom¨¦ parte activa en la I Guerra Mundial como capit¨¢n y en la segunda, en correspondencia a mi edad, estuve ya en los cuerpos de Estado Mayor. Y con Cocteau, Montherland, Giradoux, no dej¨¦ m¨¢s que amigos en mi experiencia de la guerra. Lo que es cosa muy distinta.?
P. Despu¨¦s de tant¨ªsimos a?os y de haber conocido a tant¨ªsimas personas que jugaron un papel importante a lo largo de este siglo, ?hay alguna que le haya impresionado especialmente? destacar¨ªa a alguna??
R. ?A qui¨¦n destacar¨ªa? Hubo muchas, ciertamente muchas, pero no aqu¨¦llas de las que todos hablan. Con Ludendorff habl¨¦ personalmente, a Hindeburg lo ve¨ªa casi cada semana, pero no me qued¨® ninguna gran impresi¨®n. El Kaiser Guillermo dijo una vez, parece ser, que Ernst J¨¹nger hab¨ªa dicho que el pr¨ªncipe debe caer en la lucha rodeado de sus ¨²ltimos fieles y que hubiera querido hablar conmigo sobre eso. Me lo cont¨® su segunda mujer. Para m¨ª fue muy importante la figura de mi hermano Friedrich Georg.?
P. ?Y de escritores, pensadores, artistas?
R. Para m¨ª, como para mucha gente joven, Rimbaud supuso un acontecimiento elemental. Fue como una explosi¨®n. A prop¨®sito de explosi¨®n, Borges, que estuvo sentado en esta misma mesa, dijo que la lectura de Stahlgewitter, que realiz¨® con diecisiete a?os, supuso para ¨¦l una explosi¨®n.?
P. ?Qu¨¦ impresi¨®n le caus¨® Borges??
R. Primeramente, la impresi¨®n de estar con un ciego. Se sent¨® ah¨ª, y le sostuve por el brazo. Nos resultamos instintivamente simp¨¢ticos, s¨ª, y conversamos sobre el Estado de las hormigas, me dijo que la hormiga individual es casi una nada, cosa que yo puse en duda.
P. ?Por qu¨¦ lo puso en duda?
R. Porque no lo s¨¦, pero, cuando observ¨® una hormiga, veo que realiza movimientos muy inteligentes y que el Estado de las hormigas le ha salido a la naturaleza mucho m¨¢s logrado y m¨¢s redondo que el nuestro.
"Sab¨ªa m¨¢s que los maestros, pero no pod¨ªa mostrarlo. La superioridad en ideas de un disc¨ªpulo sobre su maestro"
P. Por cierto, usted es, adem¨¢s de un escritor mundialmente famoso, tambi¨¦n un reputado entom¨®logo. Varios insectos llevan su nombre. ?C¨®mo ve usted, desde su perspectiva de naturalista, nuestra relaci¨®n con la Naturaleza?
R. La relaci¨®n con la Naturaleza es hoy, no s¨®lo para m¨ª, sino para muchas otras personas, una relaci¨®n de sufrimiento. Los bosques amaz¨®nicos son destruidos, a los mares se los deja sin peces, la atm¨®sfera ya se ve c¨®mo est¨¢, en una palabra, se va ya directamente contra los elementos. Quiz¨¢ los titanes sepan un medio para cambiar todo eso, aunque para los titanes la destrucci¨®n no es nada especial, en ese sentido tambi¨¦n Hitler ten¨ªa un rasgo tit¨¢nico, quer¨ªa
destrozarlo todo. Se tiene a veces la impresi¨®n de que vamos hacia una cat¨¢strofe ecol¨®gica. Quiz¨¢ tengamos que hacer mucho m¨¢s respecto a la protecci¨®n de la Naturaleza, al cuidado del entorno, y dem¨¢s. Tenemos muchos parados, tendr¨ªamos que encargar a grandes masas de parados de esas cosas, eso no tendr¨ªa un efecto instant¨¢neo, pero s¨ª uno duradero.?
P. ?Sobrevivir¨¢ la Naturaleza a nuestra acci¨®n?
R. Sin ninguna duda, al menos el cosmos nos sobrevivir¨¢.
P. Por cierto, en sus Diarios aparecen constantemente sue?os y sue?os. ?Qu¨¦ opini¨®n le merece la interpretaci¨®n de los sue?os de Freud?
R. Bueno, no tengo una gran opini¨®n de eso porque ¨¦l se concentra mucho en conceptos casi m¨¦dicos. En ese sentido, casi prefiero los viejos libros de sue?os, en los que tambi¨¦n hay interpretaciones. Y tengo que decir que eso resulta a veces aterrador. Mi primera esposa, Greta, me cont¨® el d¨ªa en que mi hijo cay¨® en la Guerra Mundial que hab¨ªa tenido la sensaci¨®n de que le arrancaban un colmillo, y yo le dije que eso se suele decir cuando muere alguien, sin que pens¨¢ramos en semejante relaci¨®n. Ahora sue?o casi siempre las partes intermedias de novelas, tiene que haber habido, por tanto, un comienzo y un final, pero mi recuerdo se concentra s¨®lo en esa parte intermedia, as¨ª que en sue?os se experimentan mundos tremendos.
P. Por lo que respecta a la lectura, usted cuenta en una de sus obras c¨®mo desde la ni?ez tiene al leer la sensaci¨®n de estar cometiendo un robo a la sociedad, y que eso nunca se le ha quitado en su vida. ?Sigue siendo as¨ª?
?R. Bueno, mi madre apagaba siempre la luz cuando se hab¨ªan ido a la cama, entonces yo la volv¨ªa a encender, y le¨ªa novelas. Me introduje en la sociedad leyendo novelas de escritores que hoy se han vuelto obsoletos, pero que estaban entonces muy de moda. Y cuando comenzaba, de nuevo, a clarear, entonces volv¨ªa a apagar la luz y dorm¨ªa quiz¨¢ dos horas, y luego prosegu¨ªa el sue?o en la escuela, lo que me vali¨® las peores notas que se dieron nunca en mi instituto.
P. De la escuela no ha tenido usted nunca una gran opini¨®n. Ya en muchos de sus escritos la escuela aparece contrapuesta a cualquier fantas¨ªa, aventura, verdadera experiencia de la vida.
R. Bueno, sab¨ªa m¨¢s que los maestros, pero no pod¨ªa mostrarlo, ¨¦se ha sido uno de mis problemas. Digamos la superioridad en ideas de un disc¨ªpulo sobre su maestro. La gente aquella ten¨ªa un fenotipo y yo era genot¨ªpicamente muy superior a ellos. Esa es una cosa muy tr¨¢gica. Con posterioridad, cuando el hombre ya es adulto puede re¨ªrse de ello, pero en la clase sufre mucho por ello.
P. Quisiera preguntarle todav¨ªa sobre un tema de inter¨¦s general, sobre las drogas, dado que usted realiz¨® aquellos intentos con mescalina y prob¨® diversas drogas. ?Qu¨¦ se siente, qu¨¦ se aprende, qu¨¦ se descubre en toda esa experimentaci¨®n?
R. ?C¨®mo lo expres¨® Huxley?, que se llama a una puerta, no
P. ?Y qu¨¦ se descubre tras esa puerta?
R. Bueno, que pueden cambiar a la persona, ?no? Usted sabe que con Albert Hoffmann, que es un buen amigo m¨ªo, pro b¨¦ LSD cuando el nombre todav¨ªa no se conoc¨ªa. Estos d¨ªas se emitir¨¢ una entrevista televisiva m¨ªa con ¨¦l en la que Hoffmann dice que ¨¦l est¨¢ sin restricciones a favor de que se permita el LSD. Interviene espont¨¢neamente la esposa de J¨¹nger.
Se?ora J¨¹nger. ?Y t¨²?
P. ?Y usted??
R. Opino que, como en el misterio de Eleusis, se mantenga reservado a una cierta ¨¦lite.
P. Pero, se?or J¨¹nger, ?quedan todav¨ªa ¨¦lites?
R. Claro, cuanto mayor es la masa, m¨¢s peque?as se vuelven las ¨¦lites, pero tambi¨¦n tanto m¨¢s eficaces.
P. En el Glossarium de Schmitt aparece una curiosa anotaci¨®n. Dice Schmitt que un graf¨®logo, disc¨ªpulo de Klages, hab¨ªa analizado la letra de Spranger, de Smend y de usted. De Spranger diagnostic¨® que era un ego¨ªsta malvado y est¨¦ril; de Smend, que era un peligroso intrigante. Al ver la letra suya, cuenta Schmitt que dijo: ¡°Este hombre tiene una faible por el sexo d¨¦bil¡±. ?Ten¨ªa raz¨®n el graf¨®logo??
R. Bueno, bueno, qu¨¦ hombre no tiene debilidad por el sexo opuesto. Quisiera corroborarlo.
P. Se?ora J¨¹nger. Lo que se ve es que el graf¨®logo no pod¨ªa aguantar a Spranger, ¨¦sa debe de haber sido la raz¨®n profunda para el graf¨®logo.
P. ?Para terminar, en qu¨¦ est¨¢ usted trabajando ahora?
R. Acaba de aparecer el tomo IV de Siebzig verweht (Pasados los setenta), el V est¨¢ ya en manuscrito, adem¨¢s tengo todav¨ªa una novela inacabada, quiz¨¢ me ocupe alg¨²n d¨ªa de ella, trata precisamente el tema de la relaci¨®n entre un disc¨ªpulo aventajado y su sabiondo maestro.
P. ?Y c¨®mo transcurre un d¨ªa normal de trabajo?
Se?ora J¨¹nger. Muy funcionarialmente. Estos d¨ªas son, como usted puede imaginarse, muy especiales. Hay mucho correo y barullo. Pero, en general, desayuna, da un paseo por el jard¨ªn, cosa de gran importancia, a lo que sigue o bien una corta ocupaci¨®n con insectos o algo parecido.
A continuaci¨®n vienen varias horas de trabajo en la mesa. Se levanta tarde, la comida del mediod¨ªa se deja, cenamos a la seis de la tarde, y entretanto no toma nada, de manera que pueda trabajar de forma concentrada y sin ser interrumpido. Por lo tanto, entre tres y cuatro horas diarias.
La morada del ¨²ltimo anarca de las letras
Lo que m¨¢s impresiona de los inmortales es precisamente lo mucho que tienen de mortales. El gozoso apetito frente al caf¨¦ con pastas, el dolor todav¨ªa sentido ante hostilidades y reproches por el pasado pol¨¦mico, o la alegr¨ªa por el co?ac Lepanto. La aparici¨®n del famoso escritor centenario en su casa tiene algo del ritual de la aparici¨®n de un monarca en su trono: Se espera sentado en una sobria antesala, rodeado de libros de cuero muy antiguos y ediciones distinguidas, la llegada de este ¨²ltimo monarca / anarca de las letras. Trono aunque s¨®lo sea por todos los grandes nombres que fueron a aquella habitaci¨®n a rendir pleites¨ªa o cumplir peregrinaje. Gonz¨¢lez, entre ellos. Recuerda el escritor, con vaga memoria, que se habl¨® en franc¨¦s, recuerda a la perfecci¨®n, sin embargo, que el visitante le pregunt¨® si le gustaban los toros, a lo que el escritor centenario respondi¨® ¡ªen espa?ol¡ª: "Soy aficionado". Espa?a le trae el recuerdo de su pirata preferido ¡ªContreras¡ª, libro que va a recoger personalmente de la biblioteca y que trae junto con otra joya famosa: una conocida historia de la Inquisici¨®n espa?ola en cuatro tomos, en la edici¨®n alemana de 1827. Enjuto y derecho como una vela, el pelo inmaculadamente blanco y de una espesura todav¨ªa extraordinaria, nadie dir¨ªa ante esa escueta figura que va a cumplir, en pocos d¨ªas, 100 a?os.
En ning¨²n instante perder¨¢ el hilo de la conversaci¨®n, no se le notar¨¢n debilidades de memoria y se levantar¨¢ de la mesa cinco o seis veces, con la agilidad del alpinista, para recoger un libro o comprobar un dato. A pesar de la edad b¨ªblica, el centinela sigue vigilante: "Le ruego ¡ªdir¨¢ dos o tres veces- que trate usted con la debida precauci¨®n mis palabras, porque mis adversarios en seguida hacen de un rat¨®n un dinosaurio". "Stierlein" -diminutivo con el que siempre menciona en los Diarios a su esposa- est¨¢ siempre presente: es b¨¢culo, diccionario de dudas, cord¨®n umbilical y tambi¨¦n instancia.
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