John Berger: ¡°El silencio no miente¡±
El pintor y escritor brit¨¢nico cumple 90 a?os y publica en Espa?a Rond¨® para Beverly, un sentido homenaje a su esposa fallecida
Impone el silencio de John Berger. Como si la edad, el tiempo, las palabras se detuvieran en su pelo revuelto, en la experiencia f¨ªsica de los dolores, en sus ojos azules y vivos, inquisitivos y adolescentes, para ser solo pensamiento y mirada.
Est¨¢ echado en su chaise longue, en la casa en la que vive, cerca de Par¨ªs, frente a la claraboya abierta al patio, donde escribe o pinta, y no est¨¢ echado porque quiera reposar de una noche larga, sino porque este atleta de la carretera, que hace nada se cruzaba Europa a bordo de una moto, tiene dolor de espalda, lo vence ese dolor. A veces se levanta, viaja por la casa como un p¨¢jaro mudo, y luego vuelve ah¨ª, al lecho y al dolor, y al dolor, tambi¨¦n, de las palabras. Ha escrito muchos libros en los que est¨¢n el dolor, el placer, el descubrimiento, la pasi¨®n del arte, y se remite a ellos cuando le hablas de lo que pasa en el mundo, de lo que piensa del fin de la historia que proclamaron antes de tiempo, de la inmigraci¨®n, de la que tambi¨¦n ha escrito, de lo que supone vivir, y de la memoria, de la orfandad que siente y que est¨¢ detr¨¢s de todas sus l¨ªneas autobiogr¨¢ficas, en Siempre bienvenidos (Huerga & Fierro), por ejemplo, y que ahora vuelve, en un libro reci¨¦n editado en Inglaterra y del que ¨¦l lee unos p¨¢rrafos, otra vez, sobre esa orfandad.
De todos esos rasgos humanos, rabiosamente humanos y despiertos, destaca este hombre de 90 a?os, escritor, pintor, ensayista, poeta y hu¨¦rfano, el silencio que distingue el comienzo de cada una de sus palabras, como si las dijera a cincel. Cada una de sus s¨ªlabas, podr¨ªa decirse, es el brochazo de un autorretrato, y no necesariamente de pluma o de l¨¢piz sino de sangre, como si ara?ara con su u?a de obrero sobre la piel de su vida.
En Siempre bienvenidos, de 1991, escribe Berger sobre la orfandad: ¡°Ahora, la verdad es que no tengo miedo a la oscuridad. Mi padre muri¨® hace 10 a?os y escribo lo presente un mes despu¨¦s del fallecimiento de mi madre a los 93 a?os. Quiz¨¢s ser¨ªa un buen momento para iniciar una autobiograf¨ªa. La versi¨®n de mi vida no puede alejarse de ambos, ni de mi padre ni de mi madre. Y el libro, cuando lo acabara, ser¨ªa en consecuencia una especie de familiar. Una autobiograf¨ªa se inicia cuando uno tiene la sensaci¨®n de encontrarse solo. Es la resultante de un sentimiento de orfandad¡±.
Eso que parece escrito, como todo lo suyo, con la facilidad de la m¨²sica y de la poes¨ªa, es el resultado de horas de tachadura y revisi¨®n; relee un texto nuevo, en ingl¨¦s, como si estuviera observando las palabras como piedras, o esculturas, o cuadros en los que vierte el ruido de las flores, su esplendor diverso y tambi¨¦n la soledad a la que remiten las flores desnudas. Por eso, porque escribe releyendo y tachando, como Rulfo, Brecht o C¨¦sar Vallejo, sus poetas, se resiste a hablar de lo que ya dijo en sus libros. ¡°Escribo cada p¨¢gina tres o cuatro veces, cambiando palabras para intentar llegar a la precisi¨®n de la l¨®gica y el pensamiento que el lector puede agarrar. Porque vivimos en un mundo rodeado de palabras, bla, bla, bla¡ Si alguien quiere saber qu¨¦ he dicho de cada cosa, que vaya a los libros¡±. Que vaya, por ejemplo, al libro que escribi¨® sobre la inmigraci¨®n, en The Seventh Man, ¡°un libro que quiz¨¢ es m¨¢s relevante hoy que cuando lo escrib¨ª; si quiere saber qu¨¦ pienso de la inmigraci¨®n ahora que lea ese libro, que mire esas fotos [de Jean Mohr]¡ Y si quiere saber qu¨¦ pienso de este siglo que comienza y sobre el supuesto fin de la historia que lea el ¨²ltimo libro que escrib¨ª a partir de Baruch Spinoza [El cuaderno de Bento, Alfaguara]¡±.
A su auxilio como artista acude la pintura. ?Acaso hay cosas que no pueden decir las palabras, y que tampoco puede decir ese imponente silencio que precede a lo que dice? Berger, de nuevo en silencio, como si tuviera una mano levantada, un muro de aire a trav¨¦s del que ve viniendo lo que querr¨ªa decir. Es un hombre orando en medio de un desierto al que de pronto se asoma, otra vez, el verbo, como si lo estuviera pesando en relaci¨®n, precisamente, con el aire a trav¨¦s del que se ha abierto paso. ¡°Creo que la pintura nos muestra cosas que la escritura no puede. Igualmente, la escritura nos cuenta historias y pensamientos que la pintura no puede¡±.
La pintura nos muestra cosas que la escritura no puede y la escritura nos cuenta historias y pensamientos que la pintura no puede
Sus libros son ¨¦l mismo; el que est¨¢ aqu¨ª, reposando el dolor, es s¨®lo la dimensi¨®n f¨ªsica de esos libros. ¡°Cuando escribo un libro imagino una obra en construcci¨®n, llena de constructores, personas a las que estoy leyendo, de mis amigos. Para cada libro, la obra es diferente. All¨ª trabajamos tal vez durante a?os, y luego si en esa zona de obras aparece un edificio ya estoy solo yo en ese edificio, y salgo de ¨¦l y simplemente me siento como un superviviente¡±. Esos amigos que lo acompa?an pueden ser amigos cercanos o gente que no conoci¨®, ¡°y pueden ser del otro lado del mundo o de hace siglos¡ Hace poco tuve la incre¨ªble oportunidad de bajar a las cuevas prehist¨®ricas de Chauvet, de hace 30.000 a?os. En los muros hay animales pintados, y tambi¨¦n huellas de manos. Cuando contempl¨¦ una de esas manos estaba casi a solas. Me sent¨ª como un vecino¡±. Sus libros, tambi¨¦n los de ficci¨®n (como G., novela reeditada por Alfaguara ahora), est¨¢n en efecto llenos de gentes, de amigos reconocibles (como Juan Mu?oz, escultor, que aparece con su genio creador, y con su humor imparable), y de golpes de vida, ¡°porque yo no entiendo la ficci¨®n como categor¨ªa. Si quieres contar una historia no te vas a una categor¨ªa llamada ficci¨®n. Lo que haces es escuchar a la gente. El contador de historias es ante todo uno que escucha. Y lo que busca son historias que cuentan los dem¨¢s, normalmente sobre su vida o sobre la vida de sus amigos. Para m¨ª de eso va el contar historias, no la ficci¨®n¡±.
Son golpes de vida. ¡°Cuando estoy escribiendo un libro todo lo que pasa est¨¢, de una manera u otra, tocado por mi vida en ese momento. Pero cuando acabo el libro, buah, me olvido, lo borro de mi mente para hacerle sitio a otra historia¡±.
¡ª?Cu¨¢l es su estado mental cuando empieza a escribir?, John.
Silencio.
Y la respuesta:
¡ªMe vuelvo consciente de que hay algo que necesita ser dicho. Puede ser algo grande sobre el mundo, o algo sobre el aspecto de una flor en un jarro, por alguna raz¨®n o por otra. A veces me digo: quiz¨¢ lo diga otro. Y a veces la respuesta es: no, si no lo dices no ser¨¢ dicha. Y entonces tengo que escribir.
En el libro que aparece ahora en Reino Unido [Confabulations] Berger regresa a su infancia. Lo relee cuando sale la ni?ez, otra vez, en las preguntas. Esta es la traducci¨®n de lo que ¨¦l lee, el libro a¨²n no ha sido vertido al espa?ol por su traductora de siempre, Pilar V¨¢zquez. ¡°Hace poco rele¨ª el maravilloso libro de Albert Camus El primer hombre. En ¨¦l busca en su infancia aquello que le convirti¨® en lo que es hoy. Y lo hace sin rastro de egocentrismo. Es un libro sobre el mundo en aquel momento, y sobre la historia. Despu¨¦s de leerlo me empec¨¦ a preguntar qu¨¦ me ha convertido a m¨ª en el contador de historias que soy. Y di con una pista, nada comparable a lo que encontr¨® Camus. En cuanto tuve memoria he tenido la sensaci¨®n de ser una especie de hu¨¦rfano extra?o, porque mis padres me amaban, no hab¨ªa nada pat¨¦tico en mi condici¨®n. Algunas circunstancias materiales, sin embargo, hac¨ªan posible esta situaci¨®n e incluso la animaban. Ve¨ªa poco a mis padres. Cuando estaba en casa me cuidaba una institutriz de Nueva Zelanda mientras mi madre hac¨ªa pasteles y caramelos para venderlos en el mercado. Esto era en los a?os treinta y a mis padres les costaba llegar a fin de mes. Y en las dos habitaciones en las que viv¨ªamos la institutriz y yo hab¨ªa un armario enorme y cuando ven¨ªa me met¨ªa all¨ª. De vez en cuando mi madre sub¨ªa a vernos y a traernos caramelo reci¨¦n hecho. Desde peque?o me mandaron a internados, y mis padres me ven¨ªan a visitar una vez al trimestre y me sacaban por ah¨ª un s¨¢bado. A los 16 a?os me escap¨¦ del internado y encontr¨¦ la manera de vivir de forma independiente, con amigos, en Londres¡±.
Se hace el silencio. John prosigue:
¡°En Navidades ¨ªbamos a visitar a mis padres y a celebrar, y mi padre me dio mi primera moto. A mis 18 a?os le ped¨ª que posara para m¨ª y le hice un retrato que tengo aqu¨ª. Cuando era ni?o ¨¦l hab¨ªa querido ser pintor, pero no le dejaron, y guardaba como recuerdo un cuadro que hab¨ªa hecho sobre un plato de metal como una especie de talism¨¢n. Y como hu¨¦rfano uno aprende a ser autosuficiente, y los trucos de los oficios que eso requiere. Uno se hace freelance, un freelance desde los cuatro o cinco a?os m¨¢s o menos. Trataba a los dem¨¢s como si tambi¨¦n fuesen hu¨¦rfanos como yo, y creo que eso lo sigo haciendo. Propongo una conspiraci¨®n de hu¨¦rfanos, rechazamos toda jerarqu¨ªa, damos por sentada la mierda del mundo e intercambiamos historias sobre c¨®mo, a pesar de todo, sobrevivimos. Somos impertinentes. M¨¢s de la mitad de las estrellas del universo son hu¨¦rfanas, no pertenecen a constelaci¨®n alguna y arrojan m¨¢s luz que todas las estrellas de constelaci¨®n. S¨ª, somos impertinentes, y yo me acerco a los lectores de la misma manera, como si ellos tambi¨¦n fueran hu¨¦rfanos¡±.
?Qu¨¦ sentimiento tiene releyendo ese p¨¢rrafo sobre la orfandad? ¡°Creo que pens¨¦ en mi madre. Cuando era muy anciana, como a la edad que tengo ahora, me dijo que, cuando estaba embarazada de m¨ª, su primer hijo, sinti¨® que esperaba que ese ni?o fuera escritor. ¡®Y nunca te lo dije para no influir en ti¡¯. ¡®?Y por qu¨¦ nunca has le¨ªdo mis libros?¡¯, le pregunt¨¦. ¡®Porque quer¨ªa que siguieran siendo tan buenos como yo imaginaba que eran¡±.
¡ªIgual usted los borra de su mente por la misma raz¨®n.
¡ª?S¨ª¨ª¨ª¨ª! ?Jajajaja!
¡ªA esa edad que usted tiene su madre le dijo a Katia, su hija, su nieta: ¡°Cuando seas muy vieja te dar¨¢s cuenta de lo dif¨ªcil que es convencer a los dem¨¢s de que est¨¢s feliz¡±.
¡ªEstaba contenta, la recuerdo decir eso. La tom¨¦ de la mano y me dijo: ¡°?Me das la mano para consolarme? Es muy agradable, pero puedo vivir sin ello, y as¨ª estar¨¢s m¨¢s relajado¡ De ni?o, cuando ven¨ªa a darme las buenas noches, pon¨ªa el sonido de su voz bajo la almohada para que estuviera conmigo toda la noche.
¡ªEn sus libros est¨¢n la soledad, la ternura y la fuerza. Parece aquello que dec¨ªa Ernesto Guerra, hay que endurecerse pero nunca perder la ternura¡
¡ªS¨ª, me acuerdo de esa cita del Che¡ Qu¨¦ raz¨®n tiene. Eso estaba en mi cabeza. Es un pensamiento hermano¡ ?Le cuento una historia? Me convert¨ª en escritor porque quer¨ªa ser pintor. Estaba en la escuela de arte. Una amiga me llev¨® a la BBC a que describiera cuadros. El primero que escog¨ª fue uno de Van Dyck, en la National Gallery. Cinco minutos de radio, y as¨ª me fui haciendo escritor.
Mira como un pescador; dice con los ojos y con la palabra. ¡°S¨ª que miro como un pescador, al interior del agua, a ver lo que hay bajo los bancos del lago, a ver si hay un pez o si esas burbujas muerden, ?jajajaja!¡±.
El mundo es ahora, dice Berger, una carga de la caballer¨ªa de los especuladores, las decisiones las toman ellos, los pol¨ªticos solo hablan. Tal vez pase que una nueva pol¨ªtica se abra paso, ¡°seguro que yo no vivir¨¦ para verlo¡±.
Berger echado en su chaise longue, el periodista preguntando. Le pregunt¨¦ cu¨¢l es el valor del silencio:
?¡ªEl silencio no miente.
Luego se levant¨® para decir adi¨®s, su mano poderosa sobre la puerta, los ojos azules de pescador impecable. El abrazo fue tambi¨¦n un beso a un ni?o hu¨¦rfano en sus ya tan innumerables a?os. Hoy cumple los 90.
Alfaguara acaba de editar Rond¨® para Beverly (con su hijo Yves, sobre su esposa fallecida en 2013), El cuaderno de Bento, Con la esperanza entre los dientes, G. y Una vez en Europa.
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