Kafka ense?a humildad
Ofrecemos un extracto de la gran biograf¨ªa del escritor checo que Reiner Stach publica con la editorial Acantilado
Kafka ense?a humildad. Quien se atreve con ¨¦l tiene que contar con fracasar. Son innumerables los textos secundarios en los que el desnivel entre lo expuesto por el autor y las citas dispersas de Kafka es tan abrupto que el lector siente escalofr¨ªos. Incluso las mejores s¨ªntesis¡ªpensemos en el gran ensayo de Elias Canetti El otro proceso de Kafka¡ªcontienen pasajes cuya precisi¨®n verbal y material queda claramente por detr¨¢s de la de Kafka. Esto es inevitable, y el bi¨®grafo debe tener claro que entra en una competencia que no puede ganar.
Pero tampoco puede rehuirla. Al bi¨®grafo de un virtuoso del piano no se le exigir¨¢ un o¨ªdo absoluto; ni, al de un aventurero, que apruebe el examen de patr¨®n de veleros. Pero el bi¨®grafo de un fil¨®sofo deber¨ªa saber pensar, y el de un escritor saber escribir. Esto es algo trivial, pero intimida en sus consecuencias hermen¨¦uticas. De forma inigualablemente obstinada y a la vez perfecta, Kafka convirti¨® el lenguaje en un medio de desarrollo personal. Al bi¨®grafo no le queda m¨¢s remedio que tomar en sus manos exactamente la misma herramienta, servirse exactamente del mismo medio, para contar ese desarrollo.
Con ello se sit¨²a en un espacio que est¨¢ ocupado¡ y de forma permanente. Porque Kafka nunca duerme. No se le escapa ni una frase, ni una disonancia sem¨¢ntica, ni una met¨¢fora d¨¦bil, ni siquiera cuando est¨¢ tumbado en la playa escribiendo postales. Su lenguaje no ?fluye? de s¨ª mismo ni desborda jam¨¢s las orillas; es contenido, como un escalpelo al rojo que atraviesa las piedras. Kafka no pasa por alto nada, no olvida nada. De las circunstancias de ausencia de esp¨ªritu y aburrimiento de las que se queja una y otra vez se percibe poco; al contrario: esa incesante presencia espiritual conmueve de manera casi dolorosa, porque le hace inaccesible. Uno tiene que estar alerta. Pero a los otros los deja atr¨¢s, uno tras otro. Ya no encuentra el camino de vuelta a casa, se vuelve ajeno al mundo y a los hombres, y esto tambi¨¦n en un sentido profano, grotesco.
En su novela La verdadera vida de Sebastian Knight¡ªque trata de la imposibilidad de la biograf¨ªa adecuada¡ª, Nabokov acierta a formular desde una perspectiva interior el profundo sufrimiento del insomnio:
Un hombre hambriento que come su bistec est¨¢ concentrado en su alimento y no, por ejemplo, en el recuerdo de un sue?o con ¨¢ngeles que llevan los sombreros de copa que vio por casualidad siete a?os antes. Pero en mi caso, todas las persianas, tapaderas y puertas de mi mente estaban simult¨¢neamente abiertas a cualquier hora del d¨ªa. Muchos cerebros tienen sus domingos, pero al m¨ªo le estaba negado siquiera medio d¨ªa de descanso. Ese estado de constante vigilia era muy penoso, no s¨®lo por s¨ª mismo, sino tambi¨¦n por sus resultados inmediatos. Cualquier acto ordinario que debiera llevar a cabo adquir¨ªa un aspecto tan complicado, provocaba tal multitud de asociaciones de ideas en mi mente, y esas asociaciones eran tan oscuras y tortuosas e in¨²tiles para su aplicaci¨®n pr¨¢ctica, que yo olvidaba el asunto que tra¨ªa entre manos, o bien me met¨ªa en un l¨ªo a causa de mi nerviosismo.
Todo esto es aplicable palabra por palabra a Kafka. Es asombroso lo poco que ?ech¨® a perder? a pesar de todo: all¨¢ donde estaba demostraba su capacidad, como colegial, como disc¨ªpulo, como funcionario. Pero nada le resultaba f¨¢cil, toda decisi¨®n, hasta la m¨¢s insignificante, hab¨ªa de ser arrancada a esa corriente de asociaciones. ?Todo me da enseguida qu¨¦ pensar?, escribi¨® en una ocasi¨®n. Todo le daba enseguida qu¨¦ escribir. Pero la vida ten¨ªa que traducirla.
Esta peculiar dial¨¦ctica de presencia y ausencia llega hasta lo m¨¢s ¨ªntimo de su obra literaria. Es imposible pasar por alto los incontables restos de cotidianidad y preocupaciones privadas que Kafka ha depositado en ella. Pero tambi¨¦n es imposible pasar por alto la validez general sin parang¨®n de su obra. Esta contradicci¨®n, este enigma es quiz¨¢ la decisiva piedra de toque de toda empresa biogr¨¢fica. Si el hombre socialmente m¨¢s insignificante es capaz de producir una onda de choque en la historia de la cultura occidental cuyos ecos resuenan hasta hoy, parece inevitable considerar vida y obra como mundos incompatibles, que siguen cada uno sus propias leyes. ?La vida del autor no es la vida de la persona que es?, se dice de manera apod¨ªctica en las notas al pie de Val¨¦ry a los ensayos sobre Leonardo. Y el propio Kafka excava un estrato m¨¢s hondo: ?El punto de partida de la vida y del arte es distinto incluso en el artista mismo?. Tenemos que respetar eso. Pero el bi¨®grafo no puede detenerse aqu¨ª. Tiene que explicar c¨®mo de una conciencia a la que todo da qu¨¦ pensar puede surgir una conciencia que dio que pensar a todos. ?sa es la tarea.
?S¨®lo nos conocemos a nosotros mismos¡ªanot¨® Lichtenberg en sus Esbozos¡ª, o m¨¢s bien podr¨ªamos conocernos si quisi¨¦ramos; tan s¨®lo a los otros los conocemos s¨®lo por analog¨ªa, como a los selenitas?. Esto, como sabemos desde hace mucho, es doblemente falso. Para conocerse a s¨ª mismo no basta ni con mucho con querer conocerse. Y en lo que a los otros se refiere, con sorprendente frecuencia basta con una combinaci¨®n de experiencia vital y los conocimientos psicol¨®gicos m¨¢s sencillos, aplicados de forma instrumental, para prever determinadas acciones, incluso impulsos y pensamientos. Otras cosas, a su vez, se producen de forma tan espont¨¢nea, a veces violenta, que ninguna analog¨ªa es capaz de sustraernos al espanto.
Empat¨ªa es la palabra m¨¢gica del bi¨®grafo. La empat¨ªa presta ayuda donde la psicolog¨ªa y la experiencia fracasan. Una vida, por emp¨ªricamente bien documentada que est¨¦, sigue siendo misteriosa si el bi¨®grafo no despierta en el lector la disponibilidad y la capacidad de compenetrarse con un personaje, una situaci¨®n, un ambiente. De ah¨ª la peculiar esterilidad de algunas gruesas biograf¨ªas, literalmente desbordantes de datos y fuentes: pretenden decir todo lo que se puede decir, pero al mismo tiempo alejan su objeto y, por eso, no calman la curiosidad.
Por otra parte, la empat¨ªa es una droga metodol¨®gica, y se venga si es manejada de forma irreflexiva. Sin duda ofrece felices instantes de iluminaci¨®n, uno siente por dentro lo que otro vivi¨®, y comprende en apariencia sin esfuerzo, o cree comprender, cuando antes estaba ante un enigma. Pero la empat¨ªa no es un estado ps¨ªquico que se pueda provocar a voluntad, sino m¨¢s bien una capacidad compleja que¡ªde forma no muy distinta a esa predisposici¨®n llamada ?inteligencia?¡ªrequiere ante todo el combustible del conocimiento y la formaci¨®n. La empat¨ªa sin conocimiento suficiente es un molino que trilla paja sin grano. Para comprender ese punto compulsivo y neur¨®tico de las costumbres y decisiones de Kafka, no basta en absoluto con ser neur¨®tico uno mismo (aunque a veces sea ¨²til). Y en principio la empat¨ªa no sirve de nada a la hora de entender la situaci¨®n del ni?o, del ¨²nico var¨®n, que acude de la mano de su padre al templo en las tres o cuatro festividades jud¨ªas anuales y se aburre en ellas mientras su padre piensa visiblemente en sus negocios o en los ¨²ltimos esl¨®ganes antisemitas; ni siquiera un observador crecido en la fe jud¨ªa alcanzar¨¢ profundidad alguna si s¨®lo conoce de o¨ªdas la situaci¨®n hist¨®rica.
Lo culturalmente ajeno, lo ocurrido hace mucho, y tambi¨¦n lo psic¨®tico, que puede apoderarse de una sociedad igual que de un individuo, marcan las fronteras externas trazadas a la capacidad emp¨¢tica. Pero tambi¨¦n hay una frontera interior, mucho m¨¢s dif¨ªcil de ubicar: la frontera de la identificaci¨®n incontrolada. El que la traspase no entender¨¢ m¨¢s, sino mucho menos. Puede servir de ayuda haberse identificado, y el esfuerzo intelectual y emocional que conlleva volver a liberarse de un estado de veneraci¨®n carente de distancia no es el peor de los ejercicios preliminares precisamente para el bi¨®grafo de Kafka. La capacidad de identificarse a prueba, por as¨ª decirlo, es tambi¨¦n una de las condiciones imprescindibles para alguien que investiga una vida ajena. Pero precisamente esa cercan¨ªa a una satisfacci¨®n en apariencia f¨¢cil de alcanzar es una constante tentaci¨®n a la que tenemos que negarnos: una esencia atrayente que tan s¨®lo podemos probar.
La empat¨ªa calma el dolor de la ignorancia, pero no elimina la ignorancia misma. Hay meses en la vida de Kafka de los que no tenemos documento alguno, en los que por decirlo de alguna manera se hace la noche sobre la corriente de la transmisi¨®n de datos. ?Qu¨¦ sentido tendr¨ªa querer salvar o incluso velar con rom¨¢nticas fantas¨ªas el vac¨ªo de esas ausencias? Por otra parte, hay d¨ªas en los que podemos reconstruir su vida casi hora por hora, y ¨¦se es uno de los momentos m¨¢s placenteros del trabajo biogr¨¢fico, cuando la densidad de lo transmitido permite definir al menos los contornos de una presencia esc¨¦nica¡ el placer del ¨¦xito detectivesco. Y sin embargo, ?qu¨¦ significa esto en un hombre cuya vida se hace plena en la ?profundidad?, en una intensidad interior tan abrumadora? En repetidas ocasiones, Kafka se pasaba la mitad del d¨ªa en la cama, en alg¨²n sof¨¢, ap¨¢tico, inaccesible, so?ando despierto¡ Se quejaba de ello a menudo, tan a menudo que se podr¨ªa llevar la cuenta de las veces. Pero ?qu¨¦ sabemos al respecto? Sabemos que algo de lo que all¨ª so?aba dejar¨ªa despu¨¦s sin aliento a unos cuantos millones de personas.
Incluso el bi¨®grafo metodol¨®gicamente m¨¢s avezado no consigue pasar de la imagen de una imagen: el ambiente, la tonalidad del momento, las asociaciones, los miedos y placeres latentes que lo llenan, la m¨ªmica y la gestualidad, las voces, los ruidos, los rumores¡ todo podr¨ªa haber sido un poco distinto a como creemos tener que imaginarlo. Sea como fuere, fue infinitamente m¨¢s rico en matices: incluso la imaginaci¨®n m¨¢s precisa, armada del conocimiento y la empat¨ªa, incluso la perfecta filmaci¨®n interior del material hist¨®rico, sigue siendo una sombra comparada con lo que realmente fue. No hay imaginaci¨®n, por poderosa que sea, capaz de suprimir el dolor de la ignorancia, el progresivo palidecer de todo recuerdo, la irrevocable condici¨®n de pasado de lo pasado. Todo lo que cabe hacer es producir evidencia, afinar los contornos, aumentar la resoluci¨®n de la imagen. Todo lo que cabe decir es: as¨ª debi¨®, pudo, tuvo que haber sido.
La presente biograf¨ªa de Franz Kafka renuncia a dibujar contornos vac¨ªos. Todos los detalles, incluso los sucesos directamente visibles, est¨¢n documentados; no se ha inventado nada. En algunos casos, se han equiparado a hechos demostrables relaciones entre acontecimientos, incluso dataciones, que se pueden deducir con la mayor probabilidad, aunque s¨®lo de forma indirecta: se ha hecho en todos aquellos casos en los que renunciar a hacerlo habr¨ªa producido un desproporcionado estrechamiento de la perspectiva hermen¨¦utica. En la medida de lo posible, se han se?alado como tales las fuentes poco fiables. Aquello perteneciente al plano de lo emp¨ªrico que se desprende directamente de los diarios y cartas de Kafka no ha sido comprobado por separado en todos sus detalles: el n¨²mero de notas a pie de p¨¢gina hubiera desbordado toda medida aceptable.
La representaci¨®n esc¨¦nica, el despliegue de situaciones y la localizaci¨®n hist¨®rica de la vida de Kafka son cosas que necesitan espacio y tiempo. Es absolutamente imposible hacerlo en un solo volumen de un tama?o aceptable. La decisi¨®n de abrir el diafragma de la c¨¢mara en el a?o 1910 vino dada por la especial situaci¨®n de las fuentes: es el a?o en que empiezan los diarios que nos han llegado. El per¨ªodo siguiente, hasta los primeros meses de la guerra mundial, es el mejor documentado, y sin duda tambi¨¦n el m¨¢s importante, porque en ¨¦l se tomar¨¢n, en apretada sucesi¨®n, todas las decisiones que definir¨¢n y delimitar¨¢n la d¨¦cada restante de la existencia de Kafka. En los a?os que van de 1912 a 1914, Kafka pasa por dos fases creativas extraordinariamente fecundas, de las que proceden varios relatos completos y dos de los fragmentos de novela que nos han llegado, adem¨¢s de, con mucha diferencia, la correspondencia m¨¢s intensa y m¨¢s importante como fuente entre todas las de Kafka, la mantenida con Felice Bauer. Tambi¨¦n algunas experiencias dolorosas que marcaron su imagen de s¨ª mismo, y que recordar¨ªa toda su vida como decisivas, pertenecen a esta ¨¦poca, especialmente la anulaci¨®n de su compromiso pocas semanas antes de empezar la guerra. A principios de 1915 las circunstancias de Kafka cambian, y empieza un largo per¨ªodo improductivo.
Tambi¨¦n la decisi¨®n, que a primera vista quiz¨¢ pueda extra?ar, de no empezar el trabajo biogr¨¢fico en 1883, el a?o del nacimiento, sino al final de su adolescencia y en los proleg¨®menos de su primera gran fase creativa, vino dada por la especial situaci¨®n de las fuentes. Desde la publicaci¨®n, en el a?o 1958, de la biograf¨ªa de juventud de Klaus Wagenbach, basada en abundante material¡ªen aquel momento a¨²n era posible interrogar a numerosos testigos presenciales¡ª, el estado de los conocimientos referentes a la infancia, etapa escolar y estudios de Kafka apenas ha mejorado. Debido a los escasos datos autobiogr¨¢ficos de aquellos a?os, sigue habiendo lagunas considerables que podr¨ªan ocultar alguna sorpresa. Esa insatisfactoria situaci¨®n mejorar¨ªa sin duda decisivamente si, con el legado de Max Brod, su amigo durante largos a?os, se hiciera al fin accesible a la investigaci¨®n una fuente hist¨®rico-literaria de primera categor¨ªa, cuya importancia no s¨®lo afecta a Kafka. Naturalmente, ser¨ªa deseable disponer de los materiales de ese legado, especialmente los diarios y la correspondencia de Brod, para todas las fases de la vida de Kafka; en el caso del per¨ªodo comprendido entre el vig¨¦simo a?o de la vida de Kafka y el comienzo de sus propios diarios, son insustituibles. Ser¨ªa una irresponsabilidad, y una empresa poco motivadora para el bi¨®grafo, trabajar sobre una base que en un tiempo razonable va a ser ampliada considerablemente y, por tanto, requerir¨¢ revisi¨®n. Y tampoco se presta un servicio al lector con un material provisional, que cumple ¨²nicamente el objetivo de mantener el orden cronol¨®gico¡ ?Quiere decir eso que hay que cruzarse de brazos?
El bi¨®grafo tiene un sue?o. Una utop¨ªa, se podr¨ªa decir, aunque quiz¨¢ no sea m¨¢s que un vicio secreto, una ambici¨®n. Quiere ir m¨¢s all¨¢ de lo que ha sido. Quiere saber, no, quiere vivir ¨¦l mismo como vivieron lo que vivieron aquellos que estuvieron presentes. C¨®mo fue ser Franz Kafka. Sabe que es imposible. Por eso, no s¨®lo el lector conoce la notoria tristeza que discurre entre las l¨ªneas de todo relato de una vida, pues inevitablemente termina con la muerte. Tambi¨¦n el bi¨®grafo la conoce. Tiene que admitir que la esperanza inconsciente de dar un paso m¨¢s mediante una investigaci¨®n m¨¢s concienzuda y una m¨¢s profunda compenetraci¨®n, de acercarse a¨²n un poco m¨¢s, es completamente ilusoria. La vida ajena se sustrae, emerge como un animal que se muestra al borde del bosque, a la hora del crep¨²sculo, y desaparece. De nada sirven las trampas metodol¨®gicas, y las jaulas de la ciencia siguen vac¨ªas. ?Qu¨¦ ganamos pues con todo ese esfuerzo? La verdadera vida de Franz Kafka¡ seguro que no. Pero s¨ª una mirada perecedera hacia ella, una larga mirada, s¨ª, quiz¨¢, eso tendr¨ªa que ser posible.
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