Un acuerdo secreto entre generaciones
Al igual que el ¡°principio de la esperanza¡± se asocia con Ernst Bloch, ese que lleva ¡°del yo al nosotros¡± bien podr¨ªa ser el principio de John Berger
Estamos en un campamento de campesinos despose¨ªdos, n¨®madas, emigrantes, en marcha hacia el Oeste, a la b¨²squeda de trabajo como jornaleros. Estamos en el cap¨ªtulo XIV de Las uvas de la ira, de John Steinbeck. Estamos en la noche. El llanto de un reci¨¦n nacido rompe el silencio. Las palabras se ponen en movimiento, buscan su propio cuerpo, su sentido, en la oscuridad. El af¨¢n de la vida. Alguien nombra el fr¨ªo. Alguien, una manta. El narrador escribe: ¡°Este es el principio. Del yo al nosotros¡±.
En la literatura contempor¨¢nea, ese principio, el que comunica el pronombre de primera persona y el plural, tiene un nombre. Al igual que el ¡°principio de la esperanza¡± se asocia con Ernst Bloch, ese que lleva ¡°del yo al nosotros¡± bien podr¨ªa ser el principio de John Berger. En un ep¨ªlogo a su primera novela, El joven pintor (1958), Berger se?ala el lugar situacionista, germinal. El del abrazo. El joven Berger particip¨® en las redes solidarias brit¨¢nicas con los refugiados huidos del nazismo. ?Qu¨¦ mejor contrase?a que el abrazo? John Berger cumple hoy 90 a?os con la dinamo alternativa del abrazo. No es un abrazo solemne, protocolario. El suyo transmite una felicidad clandestina. Est¨¢ hecho a la medida del destartalado, del emigrante, del animal herido, de la mitad del mundo maltratada.
As¨ª que cada uno de sus libros es un abrazo. Cuidado. Nada de pamplinas. Es el laborioso y tormentoso aprendizaje de un abrazo en la intemperie de la historia. Un abrazo que duele y desequilibra. Un abrazo en el que tratar la realidad, abrazarla, supone apostar la cabeza. En el capital El sentido de la vista (en 1992, en espa?ol, traducido como toda su obra por Pilar V¨¢zquez), Berger nos cuenta c¨®mo sali¨® de una crisis que lo ten¨ªa noqueado gracias a Van Gogh. Al contemplar de nuevo, despu¨¦s de mil visitas, cuadros como Los comedores de patatas. All¨ª estaba la realidad, por fin, como una construcci¨®n de la imaginaci¨®n: ¡°La realidad siempre est¨¢ m¨¢s all¨¢, y eso es cierto tanto para los materialistas como para los idealistas¡±.
En Sobre el dibujo (2005), otra de sus obras que tratan del arte y que ya forman parte del mejor y m¨¢s valiente arte (as¨ª, Modos de ver o Fotocopias), Berger vuelve sobre Van Gogh con una cuesti¨®n obvia pero muy pertinente: ?por qu¨¦ ha llegado a ser este hombre el pintor m¨¢s popular del mundo? Su respuesta, como siempre, no es obvia: ¡°Es querido, me digo mirando el dibujo de los olivos, porque para ¨¦l el acto de dibujar o de pintar era una forma de descubrir y de demostrar por qu¨¦ amaba tan intensamente aquello que estaba mirando¡±.
La novela G. (Booker Prize, 1964) se presenta como paradigma de novela comprometida. Lo que para unos ser¨ªa un estigma, el compromiso, para Berger siempre fue un honor. Recogi¨® el premio en compa?¨ªa de un Pantera Negra, lo don¨® y lo dedic¨® tambi¨¦n al movimiento feminista brit¨¢nico. Pero a G. no le pas¨® el sol por la puerta. Su calidad de realidad est¨¢ m¨¢s all¨¢. Walter Benjamin hablaba de creaciones que propician ¡°un acuerdo secreto entre generaciones¡±. Eso es algo que experimentamos al leer G. y la trilog¨ªa que forman Puerca tierra, Lila y Flag y Una vez en Europa. Y que sentimos en P¨¢ginas de la herida y Poes¨ªa 1955-2008, editada por el C¨ªrculo de Bellas Artes de Madrid con la voz del autor. El lugar del abrazo. Un acuerdo secreto entre generaciones: ¡°Qui¨¦n nos llevar¨¢ / riendo a la semilla / de lo que fuimos¡±.
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