Despu¨¦s de la Revoluci¨®n
He ido esta ma?ana a la exposici¨®n El ojo de Baudelaire con el esp¨ªritu de quien va a resolver un viejo enigma. En la muestra, que puede verse aqu¨ª en Par¨ªs hasta febrero, hay tanto una revisi¨®n del paisaje est¨¦tico franc¨¦s de mediados del XIX como un estudio de las opiniones de Baudelaire como cr¨ªtico de arte. El viejo enigma tiene que ver con la carta que el poeta envi¨® en 1865 al joven e innovador Manet, que le hab¨ªa pedido alg¨²n elogio a su obra. La respuesta al joven amigo fue sorprendente. Y fulminante. Baudelaire exhort¨® a Manet a la humildad. Y termin¨® dici¨¦ndole: ¡°No sois sino el primero en la decrepitud de vuestro arte¡±. Este mensaje ha propiciado siempre especulaciones y hoy facilita m¨¢s que nunca la extensi¨®n de la sospecha de que, a¨²n siendo el autor m¨¢s paradigm¨¢tico de la modernidad, Baudelaire nunca fue precisamente un moderno.
Quiz¨¢s no hayan sido nunca muy detectables los mensajes de desconfianza del poeta hacia las ideas de progreso que trajo la Revoluci¨®n francesa, pero estos se encuentran emboscados, a buen ritmo, en momentos puntuales de su vida y obra. Fue el m¨¢s grande de la poes¨ªa moderna en cualquier lengua, pero en nuestro tiempo empieza a aline¨¢rsele con ¡°los Antimodernos¡± de los que habla Antoine Compagnon: aquellos intelectuales franceses ¡ªde Balzac y Bernanos a Breton y Gracq¡ª, cuyo mal humor y seductor ingenio ha ido impidiendo, a trav¨¦s del tiempo, que acabara de cuajar la modernidad.
Recu¨¦rdese que al elogiar la obra de un banal dibujante de un diario fr¨ªvolo ¡ªel hoy olvidado Guys, en quien dijo percibir al ¡°pintor de la vida moderna¡±¡ª, Baudelaire invoc¨® con impertinencia a los figurines de moda, a los de la Revoluci¨®n, sobre todo. ¡°Como si la Revoluci¨®n ¡ªcomenta Calasso en La folie Baudelaire¡ª hubiera sido en primer lugar una buena ocasi¨®n para cambiar de vestidos y peinados, un poco m¨¢s r¨¢pidamente que de costumbre¡±.
Desde luego, solo alguien tan osado como el autor de Las flores del mal pod¨ªa en aquellos d¨ªas atreverse a semejante impertinencia. Hoy su provocador gesto se ve tanto como un mensaje de desconfianza hacia la innovaci¨®n ¡ªque a veces solo lleva a cambiar de vestuario¡ª como un aviso prof¨¦tico de futuros fangos ultraconservadores; pongamos Donald Trump, ya que ahora es nuestro figur¨ªn de moda.
Algo s¨ª empieza a estar claro en el viejo enigma: ¡°decrepitud¡± para Baudelaire era sin¨®nimo de cualquier idea de progreso, y por eso al joven Manet le redujo a la condici¨®n de primer genio del arte por venir¡ Tras la visita de esta ma?ana a la exposici¨®n, mi conclusi¨®n provisional es la de que Baudelaire tuvo buen ojo y previ¨® regresiones brutales despu¨¦s de tanta fe en el avance. Quiz¨¢s sea razonable pensar que supo ver esto porque, como todas las personas interesantes, era contradictorio, y su pensamiento complejo andaba cargado de paradojas. Aunque a esta hora de la noche, lo ¨²nico razonable es lo que, a prop¨®sito de las elecciones americanas, acaba de comentarme el recepcionista del hotel.
Los optimistas, me ha dicho, escriben mal.
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