Justin Bieber, las ¡®justinianas¡¯ y las madres que las parieron
Un ni?o viejo parece, en efecto, el tal Bieber. La condici¨®n de ¨ªdolo de masas no se la quita nadie
Hay que ser de grafeno, sea lo que sea el grafeno, para saberte el ¨ªdolo de 17.500 almas hirviendo en otros tantos cuerpos a punto de lava gritando tu nombre en vano y no subir una ceja m¨¢s alta que otra durante una hora de oficio a mayor gloria de ti mismo. Justin Bieber, objeto de tan desbocado culto, aparenta bastantes menos de los 22 a?os que hace que naci¨® en Canad¨¢ para el mundo, pero la mirada y la actitud entre ausente y desganada con las que se present¨® este martes ante una enloquecida parroquia de adeptos, perd¨®n, adeptas, porque mujeres eran el 85% de la feligres¨ªa tirando por lo bajo, delata unos cuantos lustros m¨¢s en su m¨¢s rec¨®ndita rec¨¢mara. Luego, en la segunda parte de la ceremonia, se fue ablandando, casi, casi calentando ante el fervor de las fieles y, al final, pareci¨® hasta sudar la sudadera que se vend¨ªa a 70 pavos la pieza en los puestos de merchandising de ah¨ª fuera.
Un ni?o viejo parece, en efecto, el tal Bieber. Si a los cr¨ªticos les duele la boca de alabar su evoluci¨®n de ex ni?o prodigio a artista pop adulto, la media de edad de su p¨²blico de este martes en el Palau Sant Jordi de Barcelona, llegaba por pelos a la mayor¨ªa de edad legal para poder siquiera entrar solo a verle. Por eso, aparte de Justin y su legi¨®n de justinianas adolescentes, hab¨ªa una nutrida representaci¨®n de madres coraje haciendo de coraz¨®n tripas, o viceversa, para participar del sacrificio y darle gusto a sus ni?as. Unas, resignadas. Otras, m¨¢s justistas que Justin, d¨¢ndolo todo con los hitazos que escuchan en todas las radiof¨®rmulas y que muchas bailan hasta descoyuntarse en clase de zumba. Todas, contentas en el fondo de acompa?ar a sus hijas en un hito de iniciaci¨®n que ambas les contar¨¢n a sus nietos.
Porque la condici¨®n de ¨ªdolo de masas no se la quita nadie a Justin. Un nombre m¨¢s influyente que Obama ¨Cde Trump, ni hablamos¨C, con m¨¢s seguidores en las redes que el Papa, y con tantas o m¨¢s reproducciones de sus canciones que Adele, por hablar solo de tres divinidades vivas. Todos conocemos a Justin, aunque juremos no conocerlo. Es imposible vivir en sociedad en esta privilegiada parte del planeta y no haber escuchado Sorry, Let me love you, o What do you mean, por mencionar solo algunos de los temas de su ¨¢lbum Purpose (2015), que marc¨® el antes y un despu¨¦s en su consideraci¨®n por parte de la cr¨ªtica y la ampliaci¨®n de la base generacional y sociol¨®gico de su p¨²blico.
Dicen que Bieber tiene una sonrisa que enamora. Dicen. Porque este martes lo m¨¢s cerca de mostrar emociones genuinas que estuvo este chico de pelo corto, gafas de pega y ropa de andar por el barrio, fue cuando subi¨® al escenario a unos, se supone, escogid¨ªsimos ni?os y les invit¨®, como Jes¨²s a sus disc¨ªpulos, a acercarse a su vera. Sin volverse loco, tampoco. Antes, y despu¨¦s, se dedic¨® a ascender a los cielos y bajar a los infiernos del Palau ¨Cdentro de un cubo de cristal, dentro de una cota de malla, a lomos de una escalera mec¨¢nica¨C rodeado de, ellos s¨ª, un apabullante cuerpo de baile. Alrededor, fuego, lluvia, truenos, la Biblia en verso de la sofisticaci¨®n esc¨¦nica. Una experiencia religiosa, en fin, una comuni¨®n absoluta con el ¨ªdolo, el puro ¨¦xtasis. Al final, daba casi hasta ternura ver marcharse al mes¨ªas sin volver la vista atr¨¢s ni brindar un triste bis a la parroquia. M¨¢s solo que la una. Dicen que Justin alquila amigas por Facebook para salir de marcha. Da igual. Las justinianas de Barcelona ¨Cbeliebers para el marketing- se fueron a casa levitando en gracia de Justin. Sea cual sea su gracia, que seguro que la tiene.
Babelia
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