Desplazamientos tect¨®nicos
La m¨²sica popular hispanoamericana ofrece, 30 a?os despu¨¦s, propuestas homogeneizadas y fen¨®menos underground que saltan fronteras
A mediados de los noventa, todo el Miami musical miraba expectante a Crescent Moon Records. El sello de Emilio y Gloria Estefan ten¨ªa acceso a fondos ilimitados de Sony Music; la misi¨®n consist¨ªa en transformarse en ¡°la Motown latina¡±, aprovechando la acumulaci¨®n de talento en la ciudad de Florida. No ocurri¨® nada parecido con Crescent Moon, pero Miami s¨ª se estableci¨® finalmente como una especie de Detroit, la capital de la industria musical latinoamericana. Quiz¨¢ no haya un ¡°sonido Miami¡± equivalente al que facturaban los Estefan en su buena ¨¦poca, pero resulta evidente que ha prosperado una ¡°actitud Miami¡±.
Es decir, un estado mental, una forma de hacer las cosas: un pop colorista, pensado para complacer a p¨²blicos masivos. Miami acoge a numerosas superestrellas, las delegaciones latinas de las tres grandes multinacionales, las sedes de Telemundo y Univision: se juega al m¨ªnimo com¨²n denominador. De vez en cuando, aciertan a lo grande: el v¨ªdeo de Bailando, de Enrique Iglesias (con los cubanos Descemer Bueno y Gente de Zona), tiene ahora mismo 1.732 millones de visualizaciones en YouTube. Repitan conmigo: 1.732 millones. Estamos hablando de impacto planetario.
El virus de Miami se contagia con extrema facilidad y es imitado en todos los pa¨ªses, incluida Espa?a: all¨ª terminaron los vocalistas de Operaci¨®n Triunfo a los que se calculaba mayores posibilidades comerciales. Miami tritura g¨¦neros de la regi¨®n (salsa, bachata, cumbia, baladas rom¨¢nticas, hasta el flamenco) con t¨¦cnicas derivadas del urban, la actual denominaci¨®n en t¨¦rminos de marketing del rap y el rhythm and blues. Miami tambi¨¦n pule las aristas del reguet¨®n o del trap. Es el sonido de la fiesta, cargado de promesas er¨®ticas e invitaciones al carpe diem. La est¨¦tica Miami ha prendido incluso a 225 millas, en la isla de Cuba, de donde ahora nos llegan unas m¨²sicas y unos v¨ªdeos en nada conectados con el realismo socialista.
En comparaci¨®n con su relevancia econ¨®mica, Miami carece de ambiente musical propio. Muchas discotecas calientes, pocos locales para el cultivo de la cantera. En esta ciudad dispersa, de cultura nebulosa, ser¨ªa imposible la carrera de un Lin-Manuel Miranda. De ra¨ªces puertorrique?as, Miranda ha encajado la expresi¨®n del rap en las convenciones del teatro musical, hasta triunfar con Hamilton, retrato de uno de los padres fundadores de Estados Unidos.
Miranda es Nueva York: locuaz, ambicioso, comprometido. Por cierto: la gran urbe todav¨ªa funciona como fog¨®n donde se cocinan a?ejas recetas sudamericanas con nuevos ingredientes (recuerden: bugal¨², salsa). Desde Brooklyn, Chicha Libre inici¨® la recuperaci¨®n de esa m¨²sica conocida como chicha o cumbia peruana, en su vertiente amaz¨®nica, distinguida por sus guitarras relampagueantes. En Nueva York tambi¨¦n reside actualmente el ingl¨¦s Will Holland, tras ocho a?os en Colombia, donde ayud¨® a romper prejuicios sobre la cumbia o la champeta. El fen¨®meno de retroalimentaci¨®n permite la revitalizaci¨®n de esas m¨²sicas en sus regiones de origen.
El nuevo volc¨¢n promete ser Colombia, que se beneficia de los aires de paz y de la reivindicaci¨®n de sus robustas m¨²sicas regionales
Internet, con su poder para difundir informaci¨®n de forma universal, ha cambiado el perfil musical del continente. Ya no es posible una escena como la del rock argentino de los a?os sesenta-setenta, cuya originalidad derivaba tanto del alejamiento geogr¨¢fico respecto de las grandes capitales pop como de la resistencia a la represi¨®n. En general, toda la m¨²sica que ahora se produce est¨¢ sincronizada con la que se genera en los pa¨ªses hegem¨®nicos.
Se reproduce el eterno dilema que tanto atorment¨® al rock mexicano: la integraci¨®n o el rechazo de las poderosas m¨²sicas locales, el tipismo o el cosmopolitismo. Solo que ahora tiene menos urgencia: dentro de la electr¨®nica, la incrustaci¨®n de vinilos con solera es una opci¨®n muy tentadora. Los o¨ªdos ya se han acostumbrado a esos collages con Gotan Project o el Instituto Mexicano del Sonido.
Y no vamos a entrar en cuestiones de legalidad. En Am¨¦rica Latina ya no pesa tanto la voluntad de la industria: en muchos pa¨ªses desaparecieron las sucursales de multinacionales o han quedado reducidas a centros de distribuci¨®n.
Enfrentados a este desierto discogr¨¢fico, los artistas han debido organizarse, buscar conexiones, establecer alianzas. La Red abunda en iniciativas panamericanas como Thump, la p¨¢gina musical en espa?ol de Vice. M¨¢s estimulante resulta el Club Fonograma: desde Arizona (y en ingl¨¦s), difunde la creatividad latina. Se agradece su falta de prejuicios: atiende lo mismo a artistas autoeditados como a los que ficharon por grandes discogr¨¢ficas durante los a?os dorados: Caf¨¦ Tacuba, Natalia Lafourcade, Julieta Venegas. Lejos del fundamentalismo indie, el foco apunta tambi¨¦n a artistas mainstream como Shakira. Fundado en 2007, el Club Fonograma ha seguido el extraordinario florecimiento de bandas como los puertorrique?os de Calle 13, que potencian su voracidad musical con un esp¨ªritu decididamente contestatario.
Sus clasificaciones, popcasts y recopilatorios (los llamados Fonogram¨¢ticos) ayudan a rastrear una insurgencia creciente, de dimensiones continentales. Tras M¨¦xico y Argentina, el fuego ha prendido en Santiago de Chile y en Bogot¨¢. Una pista: el nuevo volc¨¢n promete ser Colombia, que se beneficia de los aires de paz y de la reivindicaci¨®n de sus robustas m¨²sicas regionales.
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