El valor del pensamiento perif¨¦rico
En el continente, los ensayistas seguimos confinados en las propias fronteras, muchas veces por el af¨¢n de desentra?ar el ser nacional
Suele ser un piropo que en ocasiones se le ofrenda a un ensayo: ¡°Se lee como una novela¡±. Y aunque la amable comparaci¨®n con un g¨¦nero que se supone m¨¢s excitante es halagadora, los ensayistas tenemos claro que nada hay m¨¢s arrebatador que el intento de calmar la perplejidad que produce el mundo d¨¢ndole un sentido, con suerte un orden, empleando el pensamiento. Si la buena novela aumenta la complejidad de la existencia, a?adi¨¦ndole preguntas y mostrando que detr¨¢s de todo lo conocido hay un universo oculto de deseos, pulsiones y emociones, el buen ensayo lanza un salvavidas para que no nos hundamos en la zozobra de los d¨ªas. Entre gustos no hay disgustos y una buena dosis de uno no contradice las promesas del otro. La novela y el ensayo responden a dos vicios de la mente, a dos profundas e inagotables fuentes de placer humano. S¨ª, placer y placer del bueno, droga cien por ciento pura: fantasear, por un lado; entender, por el otro.
Aunque es cierto que la ficci¨®n tambi¨¦n ayuda a entender las motivaciones humanas y el ensayo fantasea hip¨®tesis e interpretaciones; y aunque es verdad que la primera est¨¢ empapada de realidad y el segundo explora posibilidades inexistentes, la obsesi¨®n del ensayista es tratar de comprender algo que no encaja. Por lo general, ese hilo suelto suele ser ¨¦l mismo. La sensaci¨®n de sentirse extra?o en un mundo que no entiende, o que ya estaba hecho cuando lleg¨®, instiga la m¨¢s desesperada necesidad de curiosear, establecer coordenadas, analog¨ªas, comparaciones, met¨¢foras. Quien observe a un ni?o de pocos meses comprobar¨¢ que esta man¨ªa nos viene desde la cuna. Antes de que sus facultades le permitan disfrutar de enso?aciones o aventuras imaginativas, el mayor placer que experimenta un beb¨¦ es anticiparse a la realidad exterior. Saber que despu¨¦s del ba?o viene la crema, que despu¨¦s de la crema viene la teta. La inferencia genera la ilusi¨®n de control. Y los ensayistas, al igual que los ni?os, nos negamos a que el mundo sea un lugar que nos habla en un idioma que no entendemos.
Hay una raz¨®n m¨¢s por la cual el ensayo nos embriaga: al unir dos acontecimientos antes no relacionados, al encontrar una pauta que explica fen¨®menos aislados, al pulir una explicaci¨®n que encaja con armon¨ªa fen¨®menos dispersos, la peque?a conexi¨®n mental produce un orgasmo cognitivo. Se escribe y se lee ensayo por el placer que produce deambular por un mundo que se hace inteligible y empieza a ce?irse a los avatares del pensamiento.
En Am¨¦rica Latina, tierra de ensayistas, han sido sin embargo los novelistas, poetas y m¨²sicos quienes a lo largo del siglo XX, y en especial desde los a?os sesenta, han contagiado al mundo con sus fantas¨ªas, versos y ritmos. Los ensayistas no hemos tenido tanta suerte. Por lo general, seguimos confinados en las propias fronteras, muchas veces por esa vieja man¨ªa latinoamericana de mirarnos el ombligo tratando de desentra?ar el ser nacional. ?Ser¨¢ que a la hora de pensar los problemas globales debemos ceder la posta a europeos y norteamericanos, para dedicarnos, m¨¢s bien, a entretenerlos con nuestras utop¨ªas revolucionarias, entelequias maravillosas, guarachas sabrosas y enfebrecidos poemas? ?O, como dec¨ªa el soci¨®logo colombiano Rodrigo Parra Sandoval, ser¨¢ que un fil¨®sofo cale?o se ve tan rid¨ªculo en sus pretensiones como un torero alem¨¢n?
Me niego a aceptar este cruel dictamen. Los ensayos que se han escrito a lo largo de los ¨²ltimos treinta a?os desde las periferias de Occidente han sido fundamentales para renovar y fortalecer los valores de la modernidad ?occidental, tantas veces despreciados por los mismos ?europeos y norteamericanos. Pienso en el australiano Robert Hughes, en la somal¨ª Ayaan Hirsi Ali, en el ghan¨¦s K. Anthony Appiah, en el indio Amartya Sen. Y tambi¨¦n en varios autores latinoamericanos que me gustar¨ªa mencionar aqu¨ª. El ecuatoriano Will H. Corral se ha batido entre leones para devolver la cordura a los estudios literarios en las universidades norteamericanas; el argentino Juan Jos¨¦ Sebreli ha desenmascarado m¨¢s de una insensatez en el posmodernismo europeo; el chileno Rafael Gumucio ha desinflado con lucidez los mitos del nacionalismo catal¨¢n y vasco; el mexicano Christopher Dom¨ªnguez Michael ha rescatado la tradici¨®n humanista occidental, deambulando con igual soltura entre tradiciones literarias americanas y europeas; y Enrique Krauze, Rafael Rojas y Yoani S¨¢nchez han desenmascarado el lado oscuro de los para¨ªsos revolucionarios que tanto inflaman las fantas¨ªas de los profesores europeos.
Esta peque?¨ªsima muestra de autores, escogida sin duda por mis gustos, revela lo fruct¨ªfera que ha sido la influencia de los tres grandes ensayistas latinoamericanos de las ¨²ltimas d¨¦cadas: Borges ¡ªmuerto hace justo 30 a?os¡ª, Vargas Llosa y Octavio Paz. El gran legado de estos autores ha sido incorporar a Latinoam¨¦rica en los debates globales, demostrando que un argentino puede hablar de literatura oriental; un mexicano, de India; un peruano, de Flaubert, y en general cualquier latinoamericano de cualquier tema sin riesgo alguno de parecer un torero alem¨¢n.
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