Con ¨¦l lleg¨® la modernidad
En Eduardo Mendoza est¨¢ el denominador com¨²n de la narraci¨®n amena y legible, pespunteado por cierto realismo documental
Si algo caracteriza la narrativa de Eduardo Mendoza es su ductilidad literaria, tanto en vertical (por el registro estil¨ªstico) como en horizontal (por la diversidad de g¨¦neros). As¨ª, es capaz de subir a los palacios de la alta literatura, como demostr¨® en una de sus obras mayores, La ciudad de los prodigios (1986), como de descender a las caba?as de la narrativa humor¨ªstica y popular, que bien puede reflejar el popular¨ªsimo Sin noticias de Gurb (1991, publicado inicialmente por entregas en este mismo diario). Seguramente por eso, Mendoza ha sido considerado el escritor que trajo la modernidad a la nueva narrativa espa?ola. Le ayudaron tanto la novela como la fecha de su debut: La verdad sobre el Caso Savolta, en abril de 1975. Con ese particular puzle hecho de novela c¨®mica y tr¨¢gica, ir¨®nica y social, romp¨ªa con la ficci¨®n antinarrativa imperante en la ¨¦poca y, de alguna manera, marcaba el paso de los que tendr¨ªa que llegar. Seguramente ayud¨® que llevaba ya dos a?os viviendo en Estados Unidos, como traductor de la Unesco, alejado de corrientes o escuelas o maestros. En cualquier caso, desde lo estrictamente literario, Mendoza pon¨ªa las bases de un nuevo mercado para una nueva sociedad.
Arrancaba as¨ª una trayectoria narrativa que hoy contabiliza una quincena de novelas y un tard¨ªo pero muy elaborado libro de relatos que permaneci¨® a?os en los cajones de un escritor al que le gusta madurar muy mucho sus textos, contrariamente a lo que suele decir en p¨²blico ¡ªTres vidas de santos (2009)¡ª, am¨¦n de un libro de narrativa infantil: El camino del cole (2011). Con el denominador com¨²n de la narraci¨®n amena y legible antes que nada, pespunteado por cierto realismo documental, sigui¨® andando por una senda que dio, entre otros, t¨ªtulos como El misterio de la cripta embrujada (1979) o El laberinto de las aceitunas (1982), parodias del g¨¦nero criminal que proseguir¨ªa siempre con mucho ¨¦xito de lectores en La aventura del tocador de se?oras (2001).
Ese impulso c¨®mico o burlesco qued¨® luego m¨¢s matizado en novelas posteriores como La isla inaudita (1989) y El a?o del diluvio (1992), donde gana fuerza la mirada de uno de sus escritores favoritos, P¨ªo Baroja. Alg¨²n punto melodram¨¢tico, el preguntarse por cierto sentido de la vida y esa mirada de sus personajes desde un punto descre¨ªdo y como si lo observaran todo desde fuera (un poco como el propio autor) puede ratificarse en Ri?a de gatos. Madrid 1936 (2010), que, si bien abordaba la Guerra Civil, no arreciaba en la carga pol¨ªtica o la cr¨ªtica sociopol¨ªtica, algo que Mendoza solo ha hecho claramente en Mauricio o las elecciones primarias (2006). En cualquier caso, con Ri?a de gatos¡ gan¨® el Premio Planeta, cerrando as¨ª, 35 a?os despu¨¦s, un c¨ªrculo literario-vital al engarzar con el galard¨®n de una editorial que ayud¨® tambi¨¦n a romper, como ¨¦l, la narrativa predemocr¨¢tica.
Con ese zurr¨®n de un estilo muy directo, sin barroquismo alguno, lejos de la petulancia formal y de fondo a pesar de su vast¨ªsima cultura, Mendoza ha ido cruzando g¨¦neros, incluso el ensay¨ªstico, que empez¨® en 1986 con un delicado retrato de Nueva York, al que sigui¨® otro de la Barcelona modernista junto con su hermana Cristina, especialista en el tema (1989); y, claro, no pod¨ªa faltar un estudio de su admirado maestro literario: Baroja, la contradicci¨®n (2001).
M¨¢s vinculado a lo personal est¨¢n sus tan espor¨¢dicas como notables incursiones en el teatro que siempre, curiosamente, ha escrito originalmente en catal¨¢n: Restauraci¨® (1990) y Gloria (1991). ¡°En mi caso, el teatro es m¨¢s de tradici¨®n oral, lo he escuchado siempre en catal¨¢n y as¨ª me sale escribirlo¡±, explicaba el autor en 2013, cuando fue el primer escritor catal¨¢n en lengua castellana al que se distingu¨ªa con el Premio Nacional de Cultura de la Generalitat. ¡°El lector catal¨¢n se hace suya una narrativa sin limitaci¨®n de fronteras ling¨¹¨ªsticas, est¨¢ muy por encima de esas divisiones de catal¨¢n y castellano¡±, dijo entonces a este diario. La buena literatura y el buen lector, de cualquier lugar, no entiende de seg¨²n qu¨¦, como se demostr¨® aquel abril de 1975.
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