Alta literatura, mortecino cine

Una pel¨ªcula sobre la literatura que ni es literaria ni es cinematogr¨¢fica. En la que sus personajes son algunos de los mejores novelistas del siglo XX (Ernest Hemingway, Francis Scott Fitzgerald, Thomas Wolfe), pero en la que apenas salen escribiendo. Una obra sobre el arte de la edici¨®n, resuelta con el oficio, el mal oficio, del convencionalismo. El editor de libros cuenta la relaci¨®n entre Maxwell Perkins, uno de los m¨¢s importantes profesionales de la publicaci¨®n en Estados Unidos, y sus autores, sobre todo con Wolfe. Sin embargo, Michael Grandage, prestigioso director teatral, una d¨¦cada al frente del Donmar Warehouse de Londres, aunque realizador cinematogr¨¢fico primerizo, no pasa de ordinario recreador de im¨¢genes y clich¨¦s.

"Es tu libro, dale un par de vueltas", dice reiteradamente Perkins, con una mezcla de modestia y profesionalidad. "Es tu pel¨ªcula, dale un par de vueltas", podr¨ªan haberle dicho a Grandage, que narra la historia de un autor desmesurado, Wolfe, capaz de llevar un manuscrito de 5.000 p¨¢ginas de Del tiempo y el r¨ªo, con el freno de mano del rampl¨®n academicismo brit¨¢nico (el plano cenital con los folios al viento como ejemplo de rancio virtuosismo).

Da la impresi¨®n de que El editor de libros se quiere alejar de lo solemne para alcanzar lo popular, pero solo llega a lo superficial. Y se deja ver por el mito, porque lo que se vislumbra tras sus im¨¢genes, y tras la histri¨®nicamente insoportable interpretaci¨®n de Jude Law, es apasionante historia de la literatura. Tambi¨¦n porque es did¨¢ctica respecto de la labor del editor, l¨¢piz rojo de leal control de egos e incontinencias creativas. Pero con la did¨¢ctica nunca se ha construido buen cine.