La venganza freudiana de Artemisia
Roma expone las obsesiones de la artista romana y prueba que el arte fue un camino de justicia contra los abusos que sufri¨®
Nunca ha llegado a concebirse una exposici¨®n de Artemisia Gentileschi (1593-1654) tan exhaustiva como la que acaba de inaugurarse en Roma. Cien obras que reconstruyen la inmersi¨®n total en el barroco y que consienten identificar sus obsesiones. Ninguna tan recurrente como las cruentas decapitaciones masculinas a manos de mujeres.
La artista romana acud¨ªa una y otra vez al mito de Judit y de Holofernes, al sacrificio del Bautista, al martirio que Jael infligi¨® a S¨ªsara, un cap¨ªtulo gore del Antiguo Testamento que recrea la frialdad de la hero¨ªna jud¨ªa clavando un cincel en la cabeza del general del ej¨¦rcito de Cana¨¢n.
Son escenas formidables en la teatralidad, en el desgarro de los personajes, incluso en la pretensi¨®n de llevar m¨¢s lejos el principio del expresionismo caravaggesco, pero unos y otros cuadros, unos y otros tormentos, redundan igualmente en una inquietante lectura de despecho freudiana.
Porque Artemisia, hija del pintor florentino Orazio Gentileschi, fue violada por uno de los maestros que se ocuparon de instruirla, Agostino Tassi. Y porque las penurias y las torturas que hubo de sufrir hasta prosperar la denuncia convirtieron el arte en un espacio de justicia m¨¢s o menos subconsciente, un lugar donde Artemisia ejerc¨ªa de pintora y de tribunal de los hombres.
Es el motivo por el que el itinerario de la exposici¨®n se detiene inmediatamente en el cuadro de Susana y los viejos, un pr¨¦stamo del castillo de Weissenstein (Alemania) que evoca con enorme poder dramat¨²rgico el trance en que dos ancianos al acecho intentan pervertir a la joven muchacha jud¨ªa. Terminaron maquinando, cuenta el Libro de Daniel, para reprocharle su propio delito y fue condenada a la lapidaci¨®n por adulterio, aunque el pasaje b¨ªblico desenmascara la verdad, poniendo a salvo la pureza de Susana, como Artemisia puso a salvo la suya despu¨¦s de haber estado expuesta a un proceso judicial tormentoso, nauseabundo.
Roma era una ciudad donde bull¨ªa el barroco por la herencia de Caravaggio y por la dial¨¦ctica que se trajeron Bernini y Borromini, pero tambi¨¦n era una urbe peligrosa para las mujeres -viv¨ªan en minor¨ªa y en situaci¨®n de acoso- e inasequible m¨¢s a¨²n para aquellas que aspiraban a convertirse en artistas. Artemisia aprendi¨® el oficio en casa y tuvo ocasi¨®n de perfeccionarlo en Florencia, bajo la protecci¨®n de Cosme II de Medici. Se convert¨ªa as¨ª en la primera mujer que acced¨ªa a la Academia de Pintura y en el asombro de una ciudad ¡°moderna¡± en la que pudo entablar amistad con Galileo Galilei.
La fertilidad del periodo florentino queda reflejado en el itinerario de la exposici¨®n del Museo de Roma. No s¨®lo con las obras de Gentileschi, sino con el contexto de los artistas que fueron contempor¨¢neos a Artemisia y que emprendieron caminos de mayor ascetismo. Empezando por el cuadro de Jos¨¦ de Ribera (La Piedad) que ha cedido el Museo Thyssen al homenaje y que retrata a Cristo yaciente, ex¨¢nime, deshabitado.
El tenebrismo proporciona un contraste elocuente al criterio teatral de Gentileschi. No puede ser m¨¢s expl¨ªcita ni m¨¢s abundante la sangre que mana de la garganta de Holofernes en el lienzo de 1613, como no puede ser m¨¢s parecido el rostro de Judit al de la propia Artemisia. Entre otras razones porque la muestra romana aporta el ¡°documento¡± de un autorretrato en que la maestra aparece sonrosada y voluptuosa ta?endo un la¨²d.
Se hac¨ªa justiciera la pintora, vengaba en los lienzos los obst¨¢culos de una carrera contra corriente que la ha transformado en mito del feminismo por su capacidad emancipadora, por su valent¨ªa, por su independencia, por su vocaci¨®n viajera -N¨¢poles, Venecia, Londres- y por el respeto que llego a adquirir en la fiebre est¨¦tica del barroco italiano.
Y no se hacen necesarios los pormenores sensacionalistas para ¡°justificar¡± la exposici¨®n, como se antoja gratuito hablar de pintura femenina. De Artemisia Gentileschi, fuera de la connotaci¨®n de g¨¦nero, se reivindica su personalidad est¨¦tica, su creatividad, su vigencia, su influencia, pero tambi¨¦n se documenta, cuadro a cuadro, el viaje de ida y vuelta entre el arte y la vida.
Pintoras excepcionales del ¡°Seicento¡±
Estaba contraindicado y a veces hasta prohibido que las mujeres se dedicaran a la pintura en la transici¨®n del renacimiento al barroco, aunque el caso de Artemisia Gentileschi es significativo de una generaci¨®n o de una ¨¦poca que han ido adquiriendo reputaci¨®n en la revisi¨®n de los c¨¢nones. Empezando por el caso de Sofonisba Anguissola (1530-1625), precursora de la colega romana que fue llamada a la corte de Felipe II y que retrat¨® al monarca en un cuadro tradicionalmente atribuido a S¨¢nchez Coello.
Anguissola abri¨® el camino a otras dos compatriotas que ¡°operaron¡± en el trayecto del siglo XVI al XVII. La fama de Lavinia Fontana explica que hasta el papa Clemente VIII la incorporara a su c¨ªrculo de aristas del confianza, mientras que Fede Galizia, originaria de Mil¨¢n, est¨¢ considerada como uno de los artistas m¨¢s reputados en el g¨¦nero de los bodegones y de los retratos, por mucho que su obra m¨¢s conocida sea precisamente un lienzo sobre el sacrificio de Holofernes a manos de Judith.
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