Paterson en ¡®Paterson¡¯
Escrib¨ªa Andr¨¦s Ib¨¢?ez que hay algo en Roberto Bola?o que produce irritaci¨®n a muchos de nuestros cr¨ªticos y escritores: ¡°Uno se pone a pensar que si Bola?o no hubiera logrado dar el salto al ingl¨¦s, y de all¨ª al mundo y a la V¨ªa L¨¢ctea, los nuestros intentar¨ªan por todos los medios acabar con ¨¦l y enterrarlo. Pero ha escapado de su tumba. Es un fantasma libre¡±.
El filme es una maravilla desconcertante en medio de la vulgaridad del cine de nuestro tiempo
A ¡°los nuestros¡± les van los f¨¦rreos cerrojos patrios y que nadie estropee sus rankings y estereotipados dogmas. Pero dejo la cuesti¨®n para otro momento, pues en realidad buscaba, al evocar fantasmas libres, hablar de la belleza de un tipo de vida cotidiana que seguro que hay que situar en las ant¨ªpodas de la que llevan nuestros oscuros cerrajeros. Buscaba hablar de la forma de vida descrita por Jim Jarmusch en Paterson, filme donde vuelve a confirmarse que la tendencia humana a interesarse en minucias ha conducido siempre a grandes cosas.
Es bueno reparar en lo peque?o y en lo no importante, nos dijo Jarmusch, har¨¢ un mes, en la terraza del Intercontinental de Estoril, frente a un mar azul acero. Y recuerdo que, mientras habl¨¢bamos de Paterson y de su sutil¨ªsimo elogio del arte como forma de relaci¨®n con la cotidianidad, fui comprendiendo que, dado lo depresivo que se ha vuelto todo, puede ser m¨¢s subversivo afrontar la vida con una mirada contenida ¡ªcomo sucede en este bendito filme¡ª que con un previsible pesimismo que ya cansa.
Paterson (Adam Driver), que es conductor de autobuses y se llama igual que Paterson, la gris ciudad industrial en la que trabaja, parece haber le¨ªdo bien a Ron Padgett y, cuando dispone de alg¨²n momento ¡ªes un perspicaz observador de lo que pasa cuando no pasa nada¡ª, piensa o escribe versos sencillos que, salvando las insalvables distancias, evocan tanto el estilo de Frank O¡¯Hara ¡ªaquel poeta que transformaba su rutinario trabajo en puro arte de la vida corriente¡ª como el de William Carlos Williams, e incluso, como nos sugiriera en Estoril el propio Jarmusch, ¡°la poes¨ªa narrativa de Bola?o en Los perros rom¨¢nticos¡±.
Paterson adora a su encantadora mujer (Golshifteh Farahani) y tan s¨®lo le cae mal su perro, quiz¨¢s porque el animal ignora, como la mayor¨ªa de la gente de hoy, los momentos de extra?a elegancia que pueden estar detr¨¢s de alguien que, como Paterson, lleva una vida mon¨®tona, pero a veces, en medio de tantos d¨ªas id¨¦nticos a s¨ª mismos, piensa o escribe versos. Paterson construye poemas para fazer horas, que dicen los portugueses, es decir, por los mismos motivos que a veces uno lee: para matar el tiempo. Y tambi¨¦n porque, mientras conduce el autob¨²s y elabora sus versos, logra que arte y vida coincidan. Paterson, el filme, es una desconcertante maravilla en medio de la vulgaridad del cine de nuestro tiempo. En cuanto a Paterson, el hombre, parece a veces la sombra de Robert Walser, creador de tantas ¡°historias realistas sin acci¨®n¡±. Pero Paterson ni siquiera aspira a publicar lo que escribe. Y en esto a¨²n es m¨¢s humilde que Walser, lo que ya es decir.
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