Gracias por la maravilla, John
El compromiso de Berger era escribir
Cuando vio la comitiva del entierro de un ni?o, el poeta Antonio Tovar no pudo reprimir un grito de protesta: ¡°?No estoy de acuerdo!¡±. Acaba de anochecer. La niebla, tan espesa, ocupa la ciudad portuaria, como la redoma de una tierra de ¨¢rboles exiliados y farolas anfibias. La noticia de la muerte de John Berger lleg¨® por una sucesi¨®n de telef¨®nicos pitidos tartamudeantes, indecisos, como si esa informaci¨®n buscar¨¢ su propio lenguaje, un morse, un braille, un c¨®digo internacional de banderas marinas. Sea como sea, no estoy de acuerdo. Digan lo que digan, es una injusticia. Me gustar¨ªa llenar de grafitis los deslugares con pintadas de sus poemas sin fecha, porque escrib¨ªa en ¡°otro tiempo¡±, con chispas del pasado que reactivaban el presente. Pero no puedo hacer nada.
O tal vez, s¨ª. En G., esa novela construida como un arca, una vanguardia cl¨¢sica que emerge cada d¨ªa con nuevos significados, pese a la conspiraci¨®n de silencio de los productores de literatura transg¨¦nica. All¨ª, en G., aparecida en 1972, se describe una carga de caballer¨ªa contra obreros y familiares en el Mil¨¢n de 1898, la violencia sobre los indefensos, de tal manera que ning¨²n lector puede decir: ¡°Yo no estuve all¨ª, no s¨¦ nada¡±. Nadie que abra ese libro puede dejar de o¨ªr c¨®mo lo abren a ¨¦l las bisagras de la historia. Tienes que hacer algo, podemos hacer algo: ¡°Escribe cualquier cosa. Habla, pero habla con ternura, porque es toda la ayuda que puedes prestar. Construye una barricada de palabras, tanto da lo que signifiquen¡±.
El compromiso de John Berger era escribir. A esta idea del compromiso habr¨ªa que a?adir: Y todo lo que escribes te compromete. Berger llev¨® al extremo la condici¨®n germinal y sensorial del lenguaje. La arqueolog¨ªa habla de la l¨ªnea de lo inaccesible: no se puede ir m¨¢s all¨¢ en la b¨²squeda. Berger traspasaba esa l¨ªnea con una ¨ªntima complicidad del activismo del sentir y del pensar. No era el discurso el que generaba una literatura. Nunca situ¨® la literatura como subalterno de un poder doctrinario o ideol¨®gico. Eran las palabras, esos seres vivos, con sus heridas, torturas y hematomas, las que lo conduc¨ªan al lugar de la lucha, all¨ª donde el humor llora y el dolor r¨ªe. Nadie como ¨¦l escribi¨® sobre las artes. Porque la enigm¨¢tica relaci¨®n con la realidad. La literatura, como el ensayo creativo, pueden reflejar y luchar la realidad, pero tambi¨¦n crean otra realidad: el libro es un mundo y ese mundo contiene una naturaleza.
Lo recuerdo otro anochecer en Galicia, en la hora de entre perro y lobo, alrededor de un fuego, en un monte cercano al r¨ªo Mandeo de Betanzos. A?o de 1994. Escuchaba muy atento la informaci¨®n de que el ser vivo con m¨¢s sin¨®nimos en la lengua gallego-portuguesa es la luci¨¦rnaga, empezando por su denominaci¨®n m¨¢s popular: vagalume. M¨¢s de cien nombres. Aquella noche, en A Espenuca, sus ojos ten¨ªan el brillo de luci¨¦rnagas. De manera muy discreta, dibujaba en un cuaderno con los tizones m¨¢s peque?os de la hoguera. Adoraba la luz, se adentraba en el misterio.
En una de sus ¨²ltimas comparecencias en un acto en homenaje a la resistencia contra el nazismo en la Alta Saboya, se felicit¨® por la presencia de j¨®venes, por el encuentro entre generaciones. Ese mismo d¨ªa comenzaba en Madrid, y ¨¦l as¨ª lo anota, el movimiento de los indignados del 15-M. Llov¨ªa y granizaba en la alta monta?a. Pero la historia estaba all¨ª no como fantasma sino para rescatar la esperanza y la resistencia frente a lo inaceptable. Y ¨¦l escribi¨®: ¡°Todas las palabras, al igual que aquellos que las escuchaban, ten¨ªan los pies en el suelo¡±. Como sus libros. Aqu¨ª est¨¢n, de pie. Gracias por la maravilla, John. Y por la rebeld¨ªa y la generosidad.
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