Una hermandad gigantesca
El gaitero Carlos Nu?ez protagoniza un regreso apote¨®sico a la capital para conmemorar los 20 a?os de su primer disco
Primera reflexi¨®n y acaso la m¨¢s acuciante: ?de verdad han transcurrido ya 20 a?os desde A irmandade das estrelas? ?Tan endemoniadamente deprisa marcha esto? Carlos N¨²?ez era un pipiolo rubicundo en aquel m¨¢gico 1996, cuando ya hab¨ªa registrado logros maravillosos en el seno de Matto Congrio (la otra mitad de aquella banda alumbrar¨ªa Berrog¨¹etto, gloria bendita) y solo el cielo parec¨ªa el l¨ªmite para los ap¨®stoles de la causa celta. Ahora todo se intuye mucho menos alentador, pero el gaitero y flautista vigu¨¦s no quiso incurrir ni en el lamento ni en la nostalgia. Muy al contrario, su reencuentro del viernes con Madrid, ciudad por la que llevaba m¨¢s de cuatro a?os sin aparecer, se convirti¨® muy pronto en una fiesta gozosa, trepidante, imparable. No sabemos c¨®mo andar¨ªan los ¨¢nimos por las diferentes constelaciones, pero la hermandad, a ras de suelo, adquiri¨® dimensiones gigantescas.
A N¨²?ez, instrumentista may¨²sculo, siempre le ha afeado ese cierto halo de distancia y altaner¨ªa, m¨¢s propio casi de un m¨²sico cl¨¢sico que tradicional. Su entusiasmo de este nuevo a?o, en cambio, se nos antoj¨® encomiable. Por su af¨¢n divulgador en las explicaciones. Por su empe?o en presentarnos a docenas de m¨²sicos j¨®venes justo cuando los ¨¢nimos parec¨ªan m¨¢s alica¨ªdos entre el gremio folcl¨®rico. Por reivindicar la singularidad irrenunciable de cada cual y la pertenencia a un mismo tronco antropol¨®gico. Y, sobre todo, por poner a sonre¨ªr en el Circo Price a 1.500 personas sin que nadie pudiera contenerlo, remediarlo, disimularlo ni resistirlo.
El gaitero tuvo la habilidad de permanecer durante casi dos horas y media sobre el escenario sin que dejaran de suceder cosas distintas, desfilar c¨®mplices ins¨®litos, segregarse riadas de adrenalina. El p¨²blico acab¨® tan alborotado que no sab¨ªa si mirar al frente o a los lados, si aferrarse a las butacas o despendolarse como una horda de chiquillos. El mayor m¨¦rito es de N¨²?ez y su vitalidad contagiosa, claro. Pero nada ser¨ªa igual sin las exquisitas guitarras de Pancho ?lvarez, su escudero inseparable, y sin la incorporaci¨®n de Jon Pilatzke, un canadiense zalamero, danzar¨ªn y gamberro, integrante reciente de The Chieftains y, sin duda, el mejor violinista del que ha dispuesto nuestro gallego m¨¢s internacional a lo largo de estos 20 a?os.
La velada arranc¨® por donde empezaba A irmandade das estrelas, con la pastoral Amanecer y el recuerdo de aquel lirismo de Nightnoise tan ca¨ªdo en el olvido m¨¢s incruento. El tema central, a partir del cual ya se incorpor¨® la estupenda trikitixa de Itsaso Elizagoien (?21 a?itos!), sirvi¨® para emprender los primeros fraseos a tumba abierta y advertir que jotas, buler¨ªas o fandangos son primos hermanos avivados por la misma sangre. La lista posterior de colaboraciones ser¨ªa inabarcable, pero destaquemos a Elena Tarrats, cantante de Gelria, que eclips¨® el recuerdo de Noa en A lavandeira da noite; o a la segoviana Rita San Romualdo, emergiendo entre las butacas con su dulzaina para la Marcha de chirim¨ªas. Y la maravillosa visita del barbado Jes¨²s Reolid, lutier de instrumentos medievales y sabio decididamente m¨¢s propio de otras ¨¦pocas, que present¨® por vez primera una c¨ªtara de cuello de cisne reimaginada a partir de su contemplaci¨®n en la colegiata de Toro (Zamora).
S¨ª, puede que Carlos N¨²?ez sea a veces m¨¢s efectista que profundo en su aproximaci¨®n a las riqu¨ªsimas fuente del folclor. Sus duelos de semifusas quiz¨¢ sirvan como exaltaci¨®n abstemia de la amistad: aqu¨ª no hace falta recurrir a ning¨²n brebaje destilado. Pero no todo consiste en hundir el pie en el acelerador. Su interpretaci¨®n, paseando entre las gradas, de la maravillosa Cami?o de Santiago fue uno de los momentos m¨¢s delicados y hermosos vividos en los ¨²ltimos meses en la ciudad.
Cami?o de Santiago fue una de las escas¨ªsimas obras de Diego Bouz¨®n, guitarrista pontevedr¨¦s que acab¨® desenga?¨¢ndose de la m¨²sica y regresando a su ocupaci¨®n como profesor de instituto. Pero dijimos que no nos pondr¨ªamos morri?entos. N¨²?ez lo evit¨® con su apoteosis gaitera a partir de la Marcha do entrelazado de Allariz, nuevamente entre las butacas. Y con un final desmadrado, multitudinario y verbenero, un inmenso uoohh uoohh uoohh insuflado de pura euforia. Qu¨¦ menos, en noche de hermandades. La complicidad fue tanta que prometi¨® regresar a Madrid el 13 de enero de 2018. Ojal¨¢, de veras, que lo cumpla.
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