La letra escarlata de Verdi
Bilbao exhuma un feliz montaje de 'Stiffelio', una de las ¨®peras malditas del compositor italiano
Parec¨ªa una bravuconada que la ABAO (Asociaci¨®n Bilba¨ªna de Amigos de la ?pera) propusiera en 2006 llevar a escena todas las ¨®peras de Verdi (28), pero una d¨¦cada despu¨¦s al hiperb¨®lico objetivo apenas le quedan cinco t¨ªtulos. O cuatro: el estreno de la rareza de Stiffelio, este s¨¢bado, en el Palacio Euskalduna recorta a¨²n m¨¢s el cat¨¢logo verdiano y propone a cambio la reanimaci¨®n de una obra de transici¨®n determinante.
La escribe Verdi (1850) en el umbral de la trilog¨ªa popular, m¨¢s o menos como si la pol¨¦mica historia de la mujer ad¨²ltera de un pastor protestante fuera ya el embri¨®n de Rigoletto, La Traviata y?El Trovador, pues ocurre que Stiffelio alude al conflicto paternofilial de la primera; al personaje descarriado de la segunda; y a la ferocidad del destino de la tercera, m¨¢s a¨²n cuando la cultura calvinista de la ¨®pera exhumada se refleja en una dramaturgia que convierte a los hombres en cobayas de Dios.
Es la de Guy Montavon una puesta en escena sobria, conceptual, premeditadamente sombr¨ªa y hasta g¨¦lida. No llegan a tocarse los protagonistas. Se desenvuelven en una arquitectura vertical que los trasciende y los sobrepasa, muchas veces oprimidos por la palabra de Dios, impl¨ªcita y expl¨ªcitamente, toda vez que el desenlace la de ¨®pera recrea un gigantesco volumen del Nuevo Testamento cuya letra, la par¨¢bola de la ad¨²ltera, obliga al pastor traicionado a apiadarse de su propia mujer delante de la feligres¨ªa: quien est¨¦ libre de pecado que tire la primera piedra.
Se trataba de un argumento bastante pol¨¦mico y escandaloso. De hecho, el estreno de?Stiffelio en Trieste se resinti¨® de las presiones de la censura y termin¨® malogrando la popularidad de la ¨®pera. Ni siquiera le satisfizo al propio compositor. Que la rehizo a?os despu¨¦s con un nuevo t¨ªtulo (Aroldo) y un contexto hist¨®rico diferente (el medievo).
Stiffelio era una ¨®pera tan contempor¨¢nea y actual entonces como?La letra escarlata de Hawthorne. Se alumbraron ambas obras el mismo a?o al abrigo de una ins¨®lita coincidencia. Y se refer¨ªan las dos al adulterio de una amante vinculada a un pastor, quiz¨¢ como pretexto para remover una discriminaci¨®n social que legislaba a favor de los hombres y que llegaba a justificar el oprobio y hasta la ejecuci¨®n in fraganti cuando eran las mujeres quienes incurr¨ªan en el pecado.
Verdi siempre estuvo del lado de los d¨¦biles. Sufri¨® y am¨® por todos, como le escrib¨ªa Manzoni en la eleg¨ªa al maestro. Lo har¨ªa con Violeta Val¨¨ry en La traviata. Lo hizo con Lina en Stiffelio, proporcion¨¢ndole una hermosa aria de expiaci¨®n.
Y no abundan los?hits en esta ins¨®lita y premonitoria ¨®pera. La m¨¢s bella concierne al papel del bar¨ªtono en el tercer acto y la interpret¨® Roman Burdenko con exquisito gusto, mientras que el tenor desempe?a un papel ubicuo sin derecho a grandes recompensas.
De ah¨ª el m¨¦rito que revisti¨® la actuaci¨®n de Roberto Aronica. A falta de arias de fulgor en que lucirse, dio personalidad teatral a?Stiffelio y lo revisti¨® de valent¨ªa y de sensibilidad en los pasajes canoros. Tiene f¨ªsico y m¨¢scara de tenor antiguo el cantante italiano, como tiene una p¨¢tina de soprano de otro siglo -el siglo XX- la diva estadounidense Angela Meade, provista de grandes recursos belcantistas -el?filato y la coloratura entre ellos- y dotada de un registro grave penetrante, inquietante.
La aplaudieron en Bilbao con menos entusiasmo del que merec¨ªa. Exactamente como les sucedi¨® a los dem¨¢s protagonistas del acontecimiento. Una reacci¨®n de cortes¨ªa, de frialdad, de convencionalidad a la que no escap¨® el maestro Francesco Ivan Campa, cuyo esmero en el claroscuro verdiano subray¨® la dramaturgia en penumbra de Montavon y redund¨® en el peso lit¨²rgico del espect¨¢culo.
No se representaba esta obra en Espa?a desde 1995. Y puede que no vuelva a representarse en otros 30 a?os, pero la iniciativa de la ABAO -Tutto Verdi- persevera en el m¨¦rito de reconstruir el cat¨¢logo verdiano y de exponerlo a un contrate esc¨¦nico. No tanto para cuestionar el canon ni la selecci¨®n natural, pero s¨ª para demostrar que el m¨¦rito de algunas ¨®peras, como?Stiffelio, consiste precisamente en haber permitido a Verdi llegar a otras.
Babelia
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