Reservoir Kids
No hay festival de m¨²sica que no se jacte de su d¨ªa para ni?os ni grandes superficies que no hayan habilitado un espacio para que jueguen
Ya no hay festival de m¨²sica que no se jacte de su d¨ªa para ni?os, su matin¨¦ ¡°Kids¡±. Ni grandes superficies que no hayan habilitado su mini-ciudad para que los peque?os jueguen y, de paso, permitan a sus padres comprar sin incordios. En este corral infantil destacan los museos, con su jornada dedicada a los menores, aunque el resto de la semana se vean obligados a poner alertas junto a obras inapropiadas para sus pueriles sensibilidades (o para las susceptibilidades adultas, nunca se sabe). La moda, por su parte, saca a desfilar por sus pasarelas a ni?os y ni?as modelos, mientras que las marcas de ropa dise?an sus temporadas para rellenar sus crecientes armarios.
La ¨²ltima d¨¦cada ha sido pr¨®diga en la conversi¨®n de la infancia en una franja econ¨®mica cada vez m¨¢s activa, a base de combinar la oferta de toda la vida ¡ªjuguetes, artilugios, excursiones¡ª con las nuevas tendencias, que van desde la telefon¨ªa m¨®vil hasta los videojuegos, pasando por la mencionada moda o el turismo. Un ni?o es un target y, a la vez, un peque?o pero inapelable sujeto de consumo. Un indio atado a su propia reserva y, asimismo, un icono ubicuo al que se le dedican exposiciones, estrategias editoriales, programas televisivos, adoctrinamientos varios¡
En todo esto subyace, adem¨¢s, una pol¨ªtica para la que resulta imprescindible el alargamiento de la infancia. Que los ni?os sean tratados como adultos al mismo tiempo que los mayores son tratados como ni?os. De ah¨ª esa dilataci¨®n de la infancia garantizada por patinetes, videojuegos o un abanico de ofertas que incluyen desde ropa infantil para adultos hasta una industria de fetichismos repleta de pa?ales, chupetes u otros objetos propios de ni?os, o incluso beb¨¦s, adaptados a tallas mayores.
En esa cuerda, las tan llevadas y tra¨ªdas redes sociales sostienen nuestra permanencia en una pandilla virtual con la que compartimos cada minuto del d¨ªa y a la que mostramos, compulsivamente, cada juguete nuevo que hemos adquirido.
Dec¨ªa Anthony Burguess que los problemas generacionales eran un timo de los viejos para joder a los j¨®venes. Pues bien, la disipaci¨®n del diferendo generacional es un timo todav¨ªa mayor, que pasa por una neutralizaci¨®n estrat¨¦gica de la adolescencia.
En la adolescencia de los conflictos generacionales, el sexo y la cultura ratificaban que hab¨ªamos cruzado la frontera. Le¨ªamos o ¨ªbamos al cine o foll¨¢bamos para hacernos adultos, salir de la jaula y, literalmente, volver a nacer. Tambi¨¦n para enfrentarnos a nuestros padres y poner en pr¨¢ctica lo que ellos no eran ni experimentaban. En eso consist¨ªa, precisamente, la ruptura de la tradici¨®n.
La acotaci¨®n de la infancia ¡ªcon ese alargamiento que fagocita la adolescencia¡ª implica, de muchas maneras, la persistencia conservadora del legado paterno. Esa es la trampa pol¨ªtica de la actual permanencia en la reserva. Una vez que has continuado la vida con tus padres, has ido con ellos a un festival y compartido un porro o un tripi, ya est¨¢s listo para votarlos.
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