Benjamin Britten, el redentor
Al frente de un equipo t¨¦cnico sobresaliente (?qu¨¦ iluminaci¨®n!), todo cuanto idea Deborah Warner cobra pleno sentido al imbricarse con la m¨²sica
¡°Nadie que pueda encontrar un modo de ser arrestado y encarcelado querr¨¢ ser marinero, porque estar en un barco es como estar en una c¨¢rcel, con el riesgo de ahogarte¡±: la frase la pone James Boswell en boca de Samuel Johnson en el diario de su viaje conjunto a las H¨¦bridas en 1773, retom¨¢ndola a?os despu¨¦s en su Vida del pol¨ªgrafo ingl¨¦s, donde encontramos otra no menos pertinente de sacar ahora a colaci¨®n: ¡°Un barco es peor que una prisi¨®n, donde hay mejor aire, mejor compa?¨ªa, mejor comodidad en todos los sentidos; y un barco tiene la desventaja a?adida de ponerte en peligro. Esos hombres a los que llega a gustarles la vida en el mar es porque no son aptos para vivir en tierra¡±.
Billy Budd
M¨²sica de Benjamin Britten. Jacques Imbrailo, Toby Spence y Brindley Sherratt, entre otros. Coro y Orquesta titulares del Teatro Real. Direcci¨®n musical: Ivor Bolton. Direcci¨®n de escena: Deborah Warner. Teatro Real, hasta el 28 de febrero.
Ambos juicios vienen pintiparados para referirse a esta nueva producci¨®n de Billy Budd, en la que Deborah Warner y el escen¨®grafo Michael Levine han ideado un espacio angosto, opresivo y lleno de violencia ?larvada o tangible? en el que las jarcias del Indomitable, un barco de guerra, ejercen de simb¨®licos e impenetrables barrotes: a un lado, la sumisi¨®n; a otro, como canta el capit¨¢n Vere, ¡°el mar infinito¡±. Solo falta una inscripci¨®n con el verso de Dante: ¡°Lasciate ogni speranza, voi ch¡¯intrate¡±. Billy Budd, ajeno a todo tremendismo, apuesto, noble, puro, es enrolado a la fuerza procedente de otro barco, pr¨¢ctica habitual de la Marina Real brit¨¢nica de la ¨¦poca, que vivi¨® los motines en las ¡°rep¨²blicas flotantes¡± fondeadas en Spithead y Nore en 1797 (el a?o en que est¨¢ ambientada, no casualmente, Billy Budd) como una maldici¨®n. Pero no bastan el infernal ambiente carcelario y el temor a una revuelta de los oprimidos para explicar lo que se dilucida en esta ¨®pera. El tercer elemento en juego es la eterna lucha entre el bien y el mal, este ¨²ltimo azuzado por un deseo insatisfecho e inconfesable.
Deborah Warner, una mujer en medio de much¨ªsimos hombres (por una vez est¨¢ m¨¢s que justificada la presencia de tantos figurantes), bucea en las psiques de los tres protagonistas sin prejuzgar a ninguno. Es especialmente extraordinario el retrato de Claggart que compone Brindley Sherratt, m¨¢s torturado que intr¨ªnsecamente maligno, m¨¢s v¨ªctima de sus sentimientos y represiones que un mero desalmado. Su Claggart es un hombre anodino, pero sufriente. Jacques Imbrailo ¨Csensacional de principio a fin¨C transmite la bondad innata y espont¨¢nea, no impostada, de Billy sin cargar las tintas ni revestirse de un aura mesi¨¢nica o erigirse en una torpe espoleta del homoerotismo ajeno. El capit¨¢n Vere es el integrante m¨¢s ambiguo de este ins¨®lito tr¨ªo y Toby Spence entreabre muy bien ese interior poblado de zonas de sombra, aunque pretendida y falsamente radiante y di¨¢fano hacia el exterior. Billy lo adorna del fulgor de una estrella, pero tambi¨¦n ¨¦l esconde turbiedades. Los tres, aunque asociados a distintos instrumentos (tromb¨®n, flauta y arpa, respectivamente), acaban compartiendo vocabulario ?palabras y melod¨ªas?, lo que acent¨²a su condici¨®n de tri¨¢ngulo que encierra tres destinos fatalmente entrelazados y llamados a desencadenar la tormenta moral perfecta.
?Al frente de un equipo t¨¦cnico sobresaliente (?qu¨¦ iluminaci¨®n!), todo cuanto idea Warner cobra pleno sentido al imbricarse con la m¨²sica, incluidos los diversos interludios orquestales (menos sustanciales que en Peter Grimes, pero no menos importantes). La transici¨®n de la primera escena de Vere al canto colectivo de los shanties, por ejemplo, es un prodigio de peque?as sutilezas enlazadas. Y la imagen de la autoridad literalmente zarandeada en el amago de mot¨ªn final es dif¨ªcil de olvidar. En un momento capital de la obra, cuando Vere comunica a Billy en solitario el veredicto del jurado (¡°m¨¢s all¨¢ de comunicarle la sentencia, jam¨¢s se supo qu¨¦ sucedi¨® en esta entrevista¡±, leemos en Melville), y mientras suena la famosa secuencia de 34 acordes ideada por Britten, Warner tampoco explicita nada m¨¢s all¨¢ de optar por visibilizar el mudo encuentro de uno y otro, reservando los dos hechos esenciales para los dos acordes (14 y 24) en Fa sostenido menor. Billy parece prebendecir al final al capit¨¢n, pero la brit¨¢nica se muestra sutilmente ambigua y debemos completar lo que vemos a nuestro arbitrio como espectadores. La puesta en escena refuerza tambi¨¦n la arquitectura teatral y la soberbia calidad literaria del libreto, deformado, en cambio, y no es la primera vez, en los sobret¨ªtulos, un dechado de omisiones evitables y burd¨ªsimos errores de todo tipo (como llamar vig¨ªa de proa al gaviero).
Ivor Bolton se ha incorporado tarde a esta temporada, pero lo ha hecho dando una lecci¨®n de c¨®mo debe dirigirse al servicio de una potent¨ªsima dramaturgia, porque no hay segundo de esta representaci¨®n que no sea irresistiblemente teatral. Orquesta y coro en id¨¦ntica medida, valientes y entregados como pocas veces, al igual que la totalidad del reparto, insuflan dramatismo, poes¨ªa, nervio o desaz¨®n a cada escena. No es necesario entrar en detalles, porque todo funciona con ins¨®lita precisi¨®n, pero deben concederse menciones de honor para la flauta solista (ejemplar en la balada), el Mr. Redburn de Thomas Oliemans y el novicio de Sam Furness.
?Como ya sucediera con Peter Grimes en 1997 o Death in Venice en 2014, y de forma quiz¨¢s a¨²n m¨¢s redonda, el operista Britten ha venido a redimir pecados pasados ?y a aliviar, quiz¨¢, posibles futuros? con un espect¨¢culo perfecto y llamado a perdurar largo tiempo en la memoria. Como manda el libreto, Billy y Claggart mueren, y Vere recuerda, pero ellos y todos los dem¨¢s no solo sortean la amenaza de ahogarse que tanto tem¨ªa Johnson, sino que mantienen la obra muy, muy por encima de la l¨ªnea de flotaci¨®n, y al p¨²blico prendido de cuanto cantan o hacen, desde que empieza el Pr¨®logo hasta que acaba el Ep¨ªlogo ¨Ccon m¨²sicas en parte id¨¦nticas: la ¨®pera se repliega suavemente sobre s¨ª misma¨C de esta memorable y desasosegante producci¨®n de Billy Budd. Espect¨¢culos as¨ª hacen destellar con fuerza a un teatro en el radar oper¨ªstico internacional.
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