Mapas contra el alzh¨¦imer social
Con el gueto de Varsovia como escenario, Juan Mayorga propone una reflexi¨®n sobre la pervivencia de aquello que ha sido borrado del mapa
?Es teatralizable el horror? En El cart¨®grafo, Juan Mayorga da por supuesto que el p¨²blico conoce por menudo lo sucedido en la juder¨ªa de Varsovia desde que el nazi Hans Frank, gobernador general de la Polonia ocupada, encerr¨® a 360.000 hebreos en sus diez kil¨®metros cuadrados sin alimento apenas (noviembre de 1940), hasta el momento en el que fue bombardeada, incendiada y arrasada meticulosamente, con la colaboraci¨®n entusiasta de nacionalistas ucranios, polacos y b¨¢lticos (primavera de 1942).
Durante ese tiempo, en el gueto hubo barrios ricos y pobres, mir¨ªadas de mendigos, episodios de canibalismo, una resistencia alzada en armas y 2.500 jud¨ªos que se prestaron a formar parte de una polic¨ªa colaboracionista, crudel¨ªsima con los suyos.
El Cart¨®grafo
Autor y director: Juan Mayorga. Int¨¦rpretes: Blanca Portillo y Jos¨¦ Luis Garc¨ªa P¨¦rez. M¨²sica: Mariano Garc¨ªa. Escenograf¨ªa y vestuario: Alejandro And¨²jar. Luz: Juan G¨®mez-Cornejo. Madrid. Matadero/Naves del Espa?ol, hasta el 26 de febrero.
De todo aquello, quedan supervivientes escasos, un tramo del muro perim¨¦trico, im¨¢genes documentales estremecedoras y un pu?ado de obras literarias y cinematogr¨¢ficas, cuyos autores intentan refrescarnos la memoria ante el avance del alzh¨¦imer social. Con el gueto como escenario, Juan Mayorga propone una reflexi¨®n sobre la pervivencia de aquello que ha sido borrado del mapa, sobre la necesidad de combatir la amnesia hist¨®rica y la imposibilidad de ser neutral: ¡°Hay que elegir hacer planos para quienes huyen o hacerlos para sus perseguidores¡±, viene a decirnos.
Entre el ensayo po¨¦tico y la comedia filos¨®fica, Mayorga nos conduce de la Varsovia contempor¨¢nea a la de los a?os 40, del protocolo festivo en la embajada de Espa?a en Polonia al d¨¦dalo de callejuelas miserables en donde un ni?o intenta cartografiar el hacinamiento de sus paisanos. En esta pieza, lo sugestivo convive con lo did¨¢ctico, y lo central, con una trama entreverada en la que la escena donde la protagonista habla de su hija est¨¢ de m¨¢s.
Mayorga, director incipiente, lleva el montaje por el camino abierto por Simon McBurney (l¨ªder de Th¨¦?tre de Complicit¨¦), sin su maestr¨ªa para recrear ciudades invisibles y paisajes interiores con un solo clic. El atrevido envite le sali¨® bien en Reikiavik porque C¨¦sar Sarachu, coprotagonista del espect¨¢culo, maneja al dedillo el vocabulario de la compa?¨ªa brit¨¢nica de nombre franc¨¦s, con la que dio la vuelta al mundo. En El cart¨®grafo, en cambio, director e int¨¦rpretes vienen a hablarnos en una lengua esc¨¦nica que no es la suya materna.
Blanca Portillo le presta convicci¨®n a su personaje hom¨®nimo y fuerza a la cart¨®grafa adulta, pero cuando encarna a la ni?a no lo hace con la ligereza caracter¨ªstica de la infancia: deber¨ªa de propon¨¦rselo. En lucha contra el marcado car¨¢cter que impone su voz, Jos¨¦ Luis Garc¨ªa P¨¦rez se va haciendo con las riendas de sus desdoblamientos a medida que avanza la funci¨®n.
La luz de Juan G¨®mez-Cornejo tiene empaque arquitect¨®nico: suple la magra opci¨®n escenogr¨¢fica que el director tom¨® y le da profundidad al sencillo movimiento esc¨¦nico. El espect¨¢culo pega un salto cualitativo durante la escena donde Portillo y Garc¨ªa P¨¦rez rompen la ficci¨®n dram¨¢tica, dejan a un lado sus personajes y se dirigen al p¨²blico de t¨² a t¨²: quiz¨¢ era ese (el del teatro documental) el camino id¨®neo para abordar este tema.
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