Tras las huellas en la arena
'El cart¨®grafo', de Juan Mayorga, te lleva como un r¨ªo y te calienta el coraz¨®n como un cuento a la vera del fuego, con descomunales interpretaciones
Con todo mi respeto, yo creo que el t¨ªtulo de la nueva obra de Mayorga (aunque escrita en 2009) quedar¨ªa mejor en plural, Cart¨®grafos, porque est¨¢ el viejo del gueto pero tambi¨¦n la ni?a, sus ojos y sus piernas, su heredera espiritual, a la que luego conoceremos como Deborah Mawult, que llegar¨¢ a ser cart¨®grafa de renombre, bajo los nazis y los sovi¨¦ticos, y en Sarajevo, y tambi¨¦n es a su modo cart¨®grafa Blanca, la espa?ola abducida por los viv¨ªsimos recuerdos de Varsovia, y cart¨®grafo acaba siendo su marido, el diplom¨¢tico Ra¨²l, ambos tras el mapa de una ausencia. Juan Mayorga est¨¢ en su mejor momento. En los ¨²ltimos a?os ha estrenado La lengua en pedazos (2012), El cr¨ªtico (2013), El arte de la entrevista (2014), Fam¨¦lica (2015), Reikiavik (2015) y El cart¨®grafo (2017), soberbio sexteto de piezas de madurez, algunas de las cuales, como la que acaba de presentarse en la sala Arrabal del Matadero, tambi¨¦n ha dirigido.
El cart¨®grafo podr¨ªa ser una gran novela o una gran pel¨ªcula, que te sumerge y te lleva, como un r¨ªo. Una obra de teatro tiene mucho de relato oral a la vera del fuego (y te lleva igualmente, claro). No voy a contarles las muchas cosas que suceden r¨ªo arriba, o junto a esa fogata que calienta las manos y el coraz¨®n e ilumina la oscuridad. Como autor y director, Mayorga nos hace ver el texto con una gran econom¨ªa de recursos. Una econom¨ªa cartogr¨¢fica, para decirlo a su manera, aunque puestos a ser pu?etero creo que alg¨²n recorte no le vendr¨ªa mal. Tambi¨¦n es muy posible que a esa sensaci¨®n contribuya la incomodidad de la platea. Ante nosotros, un amplio espacio vac¨ªo, una mesa, dos sillas. Dos int¨¦rpretes de la altura de Blanca Portillo y Jos¨¦ Luis Garc¨ªa-P¨¦rez, desdobl¨¢ndose en una docena de personajes a trav¨¦s de tiempos y espacios. Juan G¨®mez-Cornejo ha hecho de nuevo un trabajo de filigrana marcando esos tiempos y espacios con sus luces. El vestuario de Alejandro And¨²jar para los protagonistas es de omnipresente rojo, que obviamente connota pasi¨®n, y que a m¨ª me hizo pensar en la ni?a de La lista de Schindler, movi¨¦ndose como una gota de sangre sobre el blanco y negro.
Son fascinantes las sucesivas variaciones del tema de los mapas. Primero, el mapa que la ni?a ha de rastrear para que quede un testimonio antes de que el gueto quede arrasado: lo que ha de recordarse, las calles y quienes en ellas vivieron. Sus olores y colores, como las tiendas color canela de Bruno Schulz. Mapas sensoriales, narrativos: ¡°En cada mapa est¨¢ el mundo que lo dibuj¨®¡±, dice el viejo. Mapas que, como dir¨ªa Borges, acaban teniendo la forma de una cara. Luego, la falsificaci¨®n sovi¨¦tica de la ¡°nueva Varsovia¡±. O mapas con la mirada del ocupante, para ¡°conocerla¡±, como en Sarajevo. Mapas para orientar, mapas para desorientar. Los cuerpos como mapas del dolor. Y mapas donde lo que se quiere hacer visible se deja fuera, como en las grandes narraciones.
Juan Mayorga est¨¢ en su mejor momento. En los ¨²ltimos a?os ha estrenado un soberbio sexteto de piezas de madurez
A este respecto, hay un pasaje muy poderoso pero que no me parece logrado del todo. Se expresa ah¨ª el eterno y respetabil¨ªsimo dilema del holocausto como materia no narrable. Tal vez no haga falta enunciar la imposibilidad de contar la masacre del gueto como hacen ellos (¡°Ahora llega una p¨¢gina que nunca podremos representar. Solo podemos decirla¡±) porque lo que viene luego, por muy neutro que se diga, sigue siendo representaci¨®n. Tal vez baste la repentina luz de sala, el hermoso tono neutro de ella, la devastada mirada de ¨¦l.
Quiz¨¢s tambi¨¦n (pega muy menor) el viejo y la ni?a est¨¦n compuestos con un leve exceso en sus primeras apariciones. Creo que a estos dos superint¨¦rpretes no les hace falta componer, porque luego te llevan de la mano donde quieren. Hay tantas mutaciones actorales, tantas lecciones de poder¨ªo, que ser¨ªa contar y no acabar. De Garc¨ªa-P¨¦rez me quedo con los adioses del viejo, imponente como un alquimista, donde percibimos la fiebre incendi¨¢ndole los ojos y la urgencia para encomendar su legado porque se le esfuma el tiempo. No parece, desde luego, el mismo actor que luego se convierte en el temible interrogador Dubowski, ni en el diplom¨¢tico que acaba abrazando el pesar que ha tratado de reprimir desde que cay¨® sobre la pareja en Sloane Square.
Tampoco es una novedad decir que no puedes dejar de mirar ni escuchar a Blanca Portillo, pero hay que decirlo porque quiz¨¢s alguna gente crea que eso le resulta f¨¢cil. No ha de serlo alcanzar ese estado de verdad, ese pasar de la ligereza al peso que dobla el cuerpo, esa forma de mostrar un rostro batido por la desdicha como un granizo, y de pronto iluminarlo por una sonrisa que parece venir del coraz¨®n de la infancia. Inolvidable el doliente extrav¨ªo de Blanca (s¨ª, hermoso azar: el personaje ha tardado ocho a?os en ser encarnado por una actriz que lleva su nombre), que me hizo pensar en Alina Reyes, la Lejana de Cort¨¢zar: doble posesi¨®n. Y, puro virtuosismo de Portillo y Garc¨ªa-P¨¦rez, la visita a la anciana Deborah. Ellos dos y Mayorga est¨¢n ah¨ª para cont¨¢rselo.
El cart¨®grafo. Texto y direcci¨®n de Juan Mayorga. Naves del Espa?ol-Matadero (Madrid). Int¨¦rpretes: Blanca Portillo y Jos¨¦ Luis Garc¨ªa-P¨¦rez. Hasta el 26 de febrero.
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