Algo horrendo que nosotros conservamos
Ugly Is The New Black en las pasarelas de la pol¨ªtica y el peinado de Barbie recogida en un basurero del hombre m¨¢s poderoso del mundo
Uno de los ensayos m¨¢s conocidos de Ezra Pound (¡°La tradici¨®n¡±) empieza as¨ª: ¡°Tradici¨®n no son ataduras que nos unan al pasado: es algo bello que nosotros conservamos¡±. Puesto que mucho se ha insistido desde la ¨¦poca cl¨¢sica en que la pol¨ªtica es una forma del arte, me pregunto si ¡°belleza¡± ser¨¢ la palabra adecuada para hablar de la vertiente de la tradici¨®n que prevalece actualmente en las relaciones internacionales, o si no estamos m¨¢s bien ante una desaforada estetizaci¨®n de la fealdad; despu¨¦s de todo, el horror tiene su nombrad¨ªa en las parcelas del arte.
La estetizaci¨®n de la fealdad pol¨ªtica contempor¨¢nea participa de lo que Hannah Arendt llam¨® ¡°banalidad del mal¡±: un punto de inflexi¨®n en el que la crueldad extrema, el racismo, las ejecuciones extrajudiciales y el genocidio son perpetrados no por grandiosos psic¨®patas romantizados desde las cavernas del horror sino por bur¨®cratas eficientes y ciudadanos sumisos. Encuentro obvios rasgos de este discurso en la pol¨ªtica institucional de mi pa¨ªs de cara al tema de seguridad interior, en m¨²ltiples expedientes: desde Ayotzinapa hasta Apatzing¨¢n o Tlatlaya. Pero tampoco es dif¨ªcil identificar rasgos semejantes en la campa?a que llev¨® al poder en Estados Unidos a Donald Trump y en las primeras decisiones ejecutivas de este pol¨ªtico y su asociado Steve Bannon, como tampoco es posible pasar por alto los excesos de reality show del asco practicados por ISIS. Esta fealdad aparece hasta en discursos que parodian la sublime indignaci¨®n revolucionaria: voces de l¨ªderes hispanoamericanos como Nicol¨¢s Maduro y Evo Morales u opositores gringos como Bernie Sanders desgarr¨¢ndose las vestiduras desde c¨®modas y autoritarias (y muchas veces violentas) butacas.
Rajoy, Trump, Pe?a Nieto, Netanyahu fornicando con cerdos imaginarios al fondo de las pantallas de la tradici¨®n occidental
Ugly Is The New Black en las pasarelas de la pol¨ªtica, y quiz¨¢s uno de los emblemas que m¨¢s ha usado la opini¨®n p¨²blica para burlarse de ello trasluce una buena met¨¢fora: el peinado de Barbie recogida en un basurero del hombre m¨¢s poderoso del mundo (un presidente al que me niego a motejar como ¡°el l¨ªder del mundo libre¡± despu¨¦s de que trascendiera a la prensa su amenaza telef¨®nica de invadir militarmente la rep¨²blica bananera hasta hace poco conocida como M¨¦xico). Eso: un ejemplar de pl¨¢stico de la belleza en perfecto equilibrio pero gastado por el uso y recogido por unas manos pobres de entre un muladar; en eso se ha convertido el espect¨¢culo de la pol¨ªtica. No es raro que los discursos balbuceantes de Enrique Pe?a Nieto est¨¦n enmarcados por un aura de telenovela mexicana mal actuada, en tanto que las amenazas del bully Donald Trump recuerdan las fantochadas de un luchador rudo de la WWA que est¨¢ dispuesto a (y aun: extasiado de) escalpar p¨²blicamente sobre el ring de una arena borracha a quienes ha elegido como enemigos.
Es claro, por otra parte, que esta forma de consumo est¨¦tico de la pol¨ªtica no es exclusiva responsabilidad de sus recitadores: basta notar el modo en que los recientes discursos vagamente senequistas de Fran?ois Hollande y Angela Merkel en el sentido de mantener una Europa abierta hacia s¨ª misma y hacia las migraciones de ?frica y el Cercano Oriente pasaron casi de noche para el espectador y el tuitero sedientos de sangre de derecha y de izquierda.
Enti¨¦ndase que mi queja no es esta vez ideol¨®gica sino art¨ªstica ¨Cy en el fondo simplemente sat¨ªrica. Si alguien ha dicho algo eterno sobre el mundo fue Disc¨¦polo al motejarlo de porquer¨ªa, y esto nunca lo cambi¨® el embellecimiento de la pol¨ªtica. Por el contrario, el wagnerismo nazi y la grandilocuencia fascista del barrio romano de EUR y las grandiosas esculturas sovi¨¦ticas del Hombre del Futuro pisoteando al hombre del presente demuestran que la fe en lo sublime no basta, ni con mucho, para construir concordia entre los seres humanos. Sin embargo, al menos el pesimismo y su econom¨ªa de la belleza, presentes en per¨ªodos de la historia como la post-Segunda Guerra Mundial o la post- Guerra Fr¨ªa nos permitieron recordar, desde distintos frentes, que tambi¨¦n es posible decorar la pol¨ªtica ¨Cbuena o mala¨C con una pizca de discreci¨®n. Los d¨ªas que corren son aciagos porque est¨¢n anegados de tristeza ideol¨®gica: violencia, racismo, catatonia de los valores democr¨¢ticos y republicanos, muerte de la fraternidad. Pero, adem¨¢s, llevan la impronta de la fealdad que grita, de la vulgaridad como justificaci¨®n ¨²ltima del pensamiento. Y eso incluye muchas veces las opiniones de quienes se expresan en redes sociales por el puro placer de machacar con verborrea pastosa y sin argumentos a quienes se atreven a esbozar alguna hip¨®tesis m¨¢s o menos articulada.
Mi novia, que adem¨¢s de ser incre¨ªblemente sexy es muy lista, me record¨® mientras le hablaba de todo esto el primer cap¨ªtulo de Black Mirror: ¨¦se donde un ficticio artista conceptual ganador del Premio Turner secuestra a una amada princesa brit¨¢nica, emblema de la gracia del imperio, y amenaza con matarla a menos de que el Primer Ministro del pa¨ªs fornique con un cerdo ante las c¨¢maras de la televisi¨®n nacional. Me pregunto si no es esto lo que vemos ¨Cpeor a¨²n: lo que demandamos¨C todos los d¨ªas en Twitter y Facebook, en la prensa y los telediarios: Rajoy, Trump, Pe?a Nieto, Netanyahu fornicando con cerdos imaginarios al fondo de las pantallas de la tradici¨®n occidental, ¨¦sa que el poeta Ezra Pound supuso tendr¨ªa que ser ¡°algo bello que nosotros conservamos¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.