La simbiosis perfecta: el bar¨ªtono Gerhaher y el pianista Huber
El p¨²blico se rindi¨® ante tanta intimidad, verdad y emoci¨®n en el recital de Schumann
Al contrario que en Schubert, en Brahms o en Wolf, es in¨²til buscar en el cat¨¢logo de Schumann Lieder juveniles. Tras coquetear fugazmente con el g¨¦nero con poca fortuna en su adolescencia, lo dej¨® aparcado por completo durante m¨¢s de una d¨¦cada mientras escrib¨ªa una obra maestra pian¨ªstica tras otra. Fue pocos meses antes de cumplir 30 a?os cuando, de repente, el frasco se destap¨® bruscamente y empezaron a brotar las canciones ?entre el 1 de febrero de 1840 y el 16 de enero de 1841? con una efervescencia inusitada. En ellas conviven las dos mitades en que le gustaba imaginarse escindido, bautizadas como Eusebius (el ser nost¨¢lgico e introspectivo) y Florestan (el hombre apasionado). O, en palabras de uno de sus primeros bi¨®grafos, Gustav Jansen, ?el delicado joven que siempre se mantiene modestamente en segundo plano? y ?el impetuoso turbulento y lleno de vida, un alma honesta, pero presa frecuentemente de los m¨¢s extra?os caprichos?. Con semejante temperamento, ?qu¨¦ mejor medio que el Lied para trasladar al pentagrama su condici¨®n de lector voraz de poes¨ªa o para dejarse transportar por los sentimientos y las emociones de otros o, mejor a¨²n, habitarlos ¨¦l mismo?
Lieder de Robert Schumann
Christian Gerhaher (bar¨ªtono) y Gerold Huber (piano). Teatro de la Zarzuela, 14 de febrero.
Christian Gerhaher ya ofreci¨® un monogr¨¢fico Schumann hace tres a?os en el Ciclo de Lied del Teatro de la Zarzuela. Ahora vuelve sobre ¨¦l, pero contraponiendo esa feracidad juvenil al Schumann diez a?os posterior: enfermo, a ratos demente, prematuramente envejecido y con visitas ya solo ocasionales de su musa. Cuando en 1850 puso m¨²sica por ¨²ltima vez a versos de Joseph von Eichendorff, uno de sus poetas m¨¢s amados, volvi¨® a tocar el cielo en Der Einsiedler, una canci¨®n portentosa, como lo son tambi¨¦n casi todas las compuestas ese mismo a?o sobre poemas de Nikolaus Lenau, sifil¨ªtico como ¨¦l, y en quien Schumann vio siempre a un alma gemela. Al escuchar luego el Liederkreis op. 24, o las cuatro canciones desechadas de Dichterliebe, o las dos baladas de la op. 49, obras todas nacidas en su annus mirabilis de 1840 y alentadas por el genio de Heinrich Heine, el deslumbramiento es, si cabe, mayor.
Gerhaher (Eusebius) y su inseparable pianista, Gerold Huber (Florestan), iniciaron su andadura art¨ªstica jovenc¨ªsimos, interpretando justamente Dichterliebe en privado para familia y amigos. Desde entonces no se han separado y su simbiosis es asombrosamente perfecta. El bar¨ªtono alem¨¢n no ha dejado de evolucionar, de crecer. Hay momentos ?contados? en los que, si cerramos los ojos, se dir¨ªa que, en una s¨ªlaba, en una nota, en un final de frase en pianissimo, estamos escuchando a Dietrich Fischer-Dieskau redivivo: Gerhaher posee en gran medida su dicci¨®n di¨¢fana y precisa, su falsete hiperexpresivo, su legato infinito, su dominio de la media voz, su inteligencia, su empat¨ªa con los poemas que canta, su belleza y tersura vocales. A la par, con el correr del tiempo, Gerhaher suena m¨¢s y m¨¢s distinto de su maestro, porque cada vez se asemeja m¨¢s a s¨ª mismo, con una manera de cantar inconfundible e inimitable. Y ambas cosas, por parad¨®jico que pueda parecer, le honran por igual. Como en uno de los Lieder que cant¨®, Consuelo en la canci¨®n, su canto es extra?amente consolador, bals¨¢mico, curativo. Mein sch?ner Stern, de la op. 101 de Schumann, fue el regalo final fuera de programa a un p¨²blico rendido ante tanta intimidad, tanta verdad y tanta emoci¨®n.
Babelia
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