Mi¨¦rcoles de Ceniza: del entierro de la sardina al valle de l¨¢grimas
Polvo eres y al polvo regresar¨¢s, predicaban misioneros de todos los h¨¢bitos al acabar el carnaval, triste tambi¨¦n, en tiempos de Franco
En la Espa?a anticlerical de los Gald¨®s y Clar¨ªn, en verdad anticlerical, (lo de hoy, en comparaci¨®n, no deja de ser un laicismo confesional), tal d¨ªa como hoy, Mi¨¦rcoles de Ceniza, acababa el carnaval una vez enterrada una sardina con gran jolgorio y, si se terciaba, con mucha disipaci¨®n moral. ¡°Memento homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris¡±, predicaban misioneros de todos los h¨¢bitos, como tristes grullas. Se acab¨® la diversi¨®n. En el cuadro de Goya, curas y viudas danzan con pat¨¦tica solemnidad hasta romper en llanto. Recuerda, hombre, que eres polvo, y que al polvo regresar¨¢s. Entre los muchos diccionarios del argot espa?ol, hay al menos dos que atribuyen la expresi¨®n popular ¡®echar un polvo¡¯ al jolgorio que semejante predicaci¨®n provocaba en el pueblo convocado a las iglesias, m¨¢s pendiente de cohabitar que de introducirse en 46 d¨ªas seguidos de abstinencias y tristezas. Cuaresma. Cenizas. Semanas santas. El mundo como valle de l¨¢grimas.
Nombre femenino, la cuaresma ('cuadrag¨¦simo d¨ªa¡¯ antes de la Pascua Florida) supon¨ªa anta?o un tiempo largo de disputas entre cler¨®filos y cler¨®fobos. Entre los graciosos recuerdos de Enrique Men¨¦ndez Pelayo, el hermano peque?o del gran don Marcelino, est¨¢ uno escandaloso para quien se dec¨ªa cat¨®lico a machamartillo: los viernes, ilustres ateos de Santander, algunos de alta cuna, ten¨ªan por costumbre contrarrestar la negritud reinante y¨¦ndose a comer sin bula alguna, como vascos, al restaurante m¨¢s c¨¦ntrico de la capital, o sacando a la calle el perchero de la casa de citas m¨¢s se?alada, del que colgaban sus sombreros para escandalizar al personal. Curiosamente, el pobre Enrique MP no recoge esa vivencia en el libro, publicado tras su muerte, que titul¨® Memorias de uno a quien no sucedi¨® nada. Espa?a empezaba a no estar para juergas.
Al entierro de la sardina pintado por Goya sobre una tabla de caoba se refiere Leopoldo Alas Clar¨ªn en un cuento del mismo t¨ªtulo, que el autor de La Regenta sit¨²a en un pueblo, Rescoldo, de esos que se ha dado en llamar lev¨ªticos porque mandan all¨ª curas y frailes. ¡°Pasan ellos (con su pr¨¦dica de sacrificios), y queda el terror de la tristeza que siembran como campo de sal sobre las alegr¨ªas e ilusiones de la juventud¡±.
Lo que cuenta Clar¨ªn ¡ªla alegr¨ªa, un rel¨¢mpago; todo el a?o hast¨ªo y tristeza¡ª, ocurr¨ªa en semanas santas (es un decir) de variado pelaje. Lo que vino m¨¢s tarde, en la memoria de los vivos que peinan canas, fue un nacionalcatolicismo de cruzada (gamada), en el que hasta los carnavales eran tristes. Tiempos de conversi¨®n forzosa. ¡°A los fieles, entonces, nos los tra¨ªan a misa formados o uniformados; ahora, ya no vienen¡±, se lamentaba en los a?os ochenta del siglo pasado el historiador jesuita Alfonso ?lvarez Bolado.
Hab¨ªa entonces, tambi¨¦n, fiestas similares al goyesco entierro de la sardina, en la que se representaban vicios y desenfrenos imposibles. Eran, en realidad, llamadas al orden, si era necesario mediante la Guardia Civil. Se cerraban las salas de fiestas; se vigilaba que no hubiera guateques clandestinos (pecado el baile, siempre: prohibida la m¨²sica ligera: o cl¨¢sico o marchas militares); en los cines se daban obligatoriamente pel¨ªculas del tipo ¡®Rey de Reyes¡¯ o ¡®Los Diez Mandamientos¡¯, y toda holgazaner¨ªa estaba mal vista, incluida la de comer carne los viernes salvo que uno se acercase a la parroquia a pagar un peaje. Se llamaban bulas y costaban en 1952 una peseta, m¨¢s la voluntad. Do?a Cuaresma pod¨ªa con Don Carnal.
Cuando muri¨® la dictadura, pasaron a?os antes de que los carnavales recuperasen la alegr¨ªa. Hoy vuelven a parecer irreverentes a los eclesi¨¢sticos. De aquellas cuaresmas apenas queda el entierro de la sardina. El laicismo, pese a ser confesional, ha barrido los s¨ªmbolos religiosos. Todo es mundano, como el hombre mismo. Pese a acudir mayoritariamente a clase de catolicismo en las escuelas de todo tipo, impartidas por profesores elegidos por los obispos pero pagados por el Estado, los j¨®venes de hoy, analfabetos en religi¨®n, apenas reconocen que, cuando se dice Cuaresma, se est¨¢ hablando de la Iglesia cat¨®lica.
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